martes, 16 de agosto de 2011

Descolonización en el servicio público:


Reflexiones sobre el Servidor Público y el burocratismo decadente

(Colectivo Araña)

El proceso de cambio que se vive en nuestro país, ha hecho que muchos aspectos del imaginario colectivo, acuñado dentro de la estructura colonizada y política neoliberal, se deconstruya y en el mejor de los casos, se destruya. Una de ellas es la conducta del servidor público. El servidor público de hoy, no solamente debe trabajar desde un escritorio, por el contrario, éste debe realizar trabajos de campo y en proximidad con la población a la cual servimos. Éste aspecto, el de servicio, se prioriza más cuando se trabaja con la temática de la lucha contra el Racismo. Hasta el día de hoy, se trata de solucionar las denuncias de las víctimas solo desde la oficina, siendo que nosotros deberíamos ser como el médico Kallawaya: itinerantes. Realizar esta acción, una aproximación a la realidad en la que se desenvuelven las poblaciones más vulnerables, nos permite empoderarnos y comprender mejor su sentir y su real requerimiento de justicia.

Pero la concepción del servidor público colonial, fundamentada en el egoísmo, en el amedrentamiento a través de la norma (Ley Safco y otras) y en las acciones de trabar la acción y gestión pública a título “administrativo” (procedimiento), sigue latente y no te permite plasmar dichas ideas de “servicio”. Puede ser una acción válida si se tratara de proteger los bienes del estado, sin embargo, más parecen acciones para inviabilizar proyectos y actividades que se proponen desde el Estado. Muchos de los actuales servidores públicos están ingresando por primera vez dentro el campo de la administración pública, no conocen procedimientos tan burocratizados pero tienen muchas propuestas o ideas que pueden ser aplicadas rápidamente, pero el aspecto del trámite y procedimientos “neoliberales”, frena esos ímpetus, los desestructura y hace que esas ideas se pierdan. Las razones (excusas) jurídicas y financieras, dirán que “así debe ser” y “así siempre ha sido”, pero desde el enfoque de la descolonización, consideramos que “no tiene porqué seguir siendo”, eso es proceso de cambio.

Un proceso de cambio implica riesgos que deben estar enmarcados en la voluntad de apoyo a la gestión de un gobierno para la consolidación de un Estado. Esto quiere decir, que el servidor público de las áreas administrativas y jurídicas, es el primero que debe cambiar en su perspectiva de “servicio” (mucho más en una instancia que trabaja con temática subjetiva: Lucha contra el Racismo y la discriminación); deben apoyar en la elaboración y ejecución de un Proyecto y/o actividad, allanando el camino burocrático y no, por el contrario, trabándolo más. Un proceso de cambio implica prácticas descolonizadoras como la eliminación de complejos de superioridad y de inferioridad, donde “manejar los recursos económicos del Estado”, no debe atribuir consideraciones de superioridad respecto al trabajo técnico de una unidad operativa; manejar los aspectos jurídicos o de recursos humanos, no deben servir para amedrentar a un/a servidor/a pública, por el contrario deben servir para generar confianza y seguridad en dicho servidor o servidora pública; ser de las unidades de recursos humanos no debe asumirse como la instancia de poder y por lo cual, inclusive, no se debe responder ni el saludo. Dentro lo administrativo, el imaginario construido de que un servidor público “solo viaja por los viáticos”, es una secuela de discursos y prácticas de anteriores gobiernos (además de Estado), y (coincidentemente) ese es el discurso que más se han apropiado las instancias que deberían viabilizar el traslado del servidor o servidora pública/o, a las diversas regiones del país como una manera de demostrar el alcance territorial del estado.

El requerimiento constante de la población, es que el Estado llegue a los lugares más lejanos, pero sin embargo la política de acción de sectores (fundamentalmente administrativos y jurídicos) de la institución pública, hace que el servidor público este sentado en su escritorio. La afrenta descolonizadora, respecto a estas actitudes, propició la reacción de algunos servidores de estos ámbitos, bajo el lema (despectivo por cierto) “les enseñaremos quien manda”. Esta reacción de servidores/as públicos que no desean un cambio para el país, es tomada como una afrenta de poder.

El poder que tiene la Administración, cuyo sustento es el capitalismo (obvio), que sustenta el colonialismo y la estructura neoliberal, tienen todas las de ganar, pero si se involucran dentro del proceso de cambio, estamos seguros, que serán coadyuvadores para la gestión y no una traba burocrática solamente. Es muy errada la idea de que solo el servidor público que está en su escritorio trabaja y el que sale no. Consideramos que es al contrario, porque en estos tiempos se debe trabajar con la población, conocer de cerca sus necesidades. Lo mismo sucede con el control de recursos humanos, donde las políticas de control implementadas son altamente coloniales y neoliberales. Cuando algo no cambia, es porque no se tiene capacidad o no se tienen voluntad para generar nuevas propuestas de control (en base a productos). A esto se suma las características humanas (bondad, simpatía, celeridad y atención) que se han mantenido alejados dentro la estructura del “elitismo de control”; es decir, uno cree que es jefe si tiene a sus dependientes subordinados. Hoy en día el cargo de jefe debe ejercérselo de forma conjunta, con todo los dependientes, porque la jefatura es solo una forma de estructuración, mientras que el trato humano es parte de los Derechos Humanos y Culturales, dos aspectos con los cuales trabaja nuestra institución.

No contestar el saludo, no mostrar amabilidad, no ayudar a solucionar un conflicto, considerar al otro como inferior (por el cargo), son prácticas coloniales de siempre. Como anécdota pongo el siguiente ejemplo: Uno de los servidores, al cumplir con la disposición de Recursos Humanos, de “hacer sellar las boletas de salida en todas las entidades” donde se vaya, recibió una fuerte crítica indicando que era una práctica colonial la no confianza en sus dependientes. Esto llegó a conocimiento de Despacho de nuestra Ministra y la Jefa de gabinete, mediante llamada telefónica, indicó que no debería realizarse más esa práctica. Sin embargo grande fue la sorpresa que días después llega una instructiva, fortaleciendo lo que se había dicho que estaba mal: “hacer sellar las boletas de salida”.

Esta es la realidad en la que nos encontramos y desde el punto de vista de la descolonización, es un aspecto que hay que cuestionar o mejorar radicalmente, lo contrario implica que muchos no están entendiendo (o no quieren entender) el proceso de cambio. Es hora de cambiar la idea de que “las corbatas”, el título o el cargo, implican poder, por el contrario, estos deben implicar servicio, buen trato, cordialidad, voluntad, comprensión, compromiso, etc. aspectos subjetivos muy importantes para el desenvolvimiento y aporte al proceso de cambio.


RACISMO AL REVÉS?
Fuente de foto: bioantropogenesis.wordpress.com

lunes, 15 de agosto de 2011

Despatriarcalización:

Foto fuente: Revista En Femenino

DESPATRIARCALIZANDO,
EL ESTADO Y LA SOCIEDAD
SIN PERMISOS
Claudia Espinoza I.
En la ciudad de El Alto, cuando una sube a un minibús del transporte público, encuentra a una madre, con su wawa a cuestas, haciendo el trabajo de cobradora de pasajes. Es la esposa del chofer quien comparte la jornada laboral yendo y viniendo, de parada a parada. No pocas veces, estas mujeres tienen que amarrar sus awayus al asiento delantero y no pocas veces reciben reclamos de los pasajeros sea porque las wawas ocupan espacio, sea porque lloran o porque estas mujeres –nerviosas- no saben si atenderlas o si abrir y cerrar la puerta.
Esta es una de las múltiples realidades que se presenta en la urbe alteña. Una ciudad con población mayoritariamente joven y femenina, pujante en el comercio y la industria, vanguardista en los cambios políticos del país, con un alto grado de interculturalidad, pero que conserva altos niveles de pobreza y discriminación.
En los mosaicos alteños se vive la diferencia y la diversidad de manera descarnada. En todos los distritos urbanos y rurales conviven cotidianamente desde las realidades más extremas hasta las más cercanas, constatando que existe una base material que permite o impide que las personas ejerzan sus derechos. No es lo mismo ser una mujer migrante recién llegada de la comunidad o una mujer nacida en la ciudad donde trabaja o estudia.
Desde estas alturas, ¿cómo entender el horizonte emancipatorio que plantea la Constitución Política del Estado cuando nos habla de descolonización y de derechos de las mujeres como bloque despatriarcalizador?
La apuesta estatal
En primer término, si la ley de leyes viene como un mandato estatal a cumplirse, es necesario partir de la institucionalidad creada para ello, por lo que hay que aterrizar en el Viceministerio de Descolonización y la Unidad de Despatriarcalización como estructuras creadas en el Estado, por primera vez en la historia boliviana, encaminadas a traducir los articulados constitucionales en políticas públicas.
De acuerdo al Viceministro de Descolonización, Felix Cárdenas, el Estado colonial tiene dos grandes deudas: con los pueblos indígenas y con las mujeres. Se trata de una deuda histórica de justicia que en el largo proceso colonial pre y post republicano ha cercenado los derechos de estos sujetos sociales a través del genocidio y el ejercicio de varios tipos de violencias, que se han enraizado sistemáticamente en la sociedad.
A partir del proceso constituyente, los pueblos y naciones indígenas, junto a las organizaciones sociales que incluye a las de mujeres, se concretiza la necesidad de revertir la dominación colonial y patriarcal promoviendo un cambio en el imaginario colectivo que cuenta con un asidero jurídico político nuevo, la CPE, como referente histórico.
Este dato es relevante porque se abre el horizonte emancipatorio con la instauración del Estado Plurinacional, una vez aprobada la CPE por voto directo (67% de los votos) en enero de 2009, la cual conlleva la participación social en su periodo de maduración. Es decir que la batería de derechos individuales y colectivos incorporados en el cuerpo constitucional de manera inédita, no parten de un debate teórico, encerrado en la academia, en los espacios político-partidarios o en las instituciones, sino es propuesta de los sujetos sociales desde su re-apropiación de los derechos que, a la vez, es producto de una experiencia histórica práctica.
Siendo así, el desafío de materializar los preceptos constitucionales descolonizadores y despatriarcalizadores es cuando menos, complejo, mas no imposible pues está inmerso en la voluntad general de construir una nueva convivencia social que no pretende tolerar la diferencia, sino que va a respetar la plurinacionalidad y la pluralidad de la formación boliviana.
Algunas de las acciones del Viceministerio y la Unidad mencionados son: su participación en la elaboración de Ley contra el Racismo y toda forma de Discriminación y su respectivo reglamento, normativa que ha empezado a ser aplicada por la sociedad como en los casos de Josefina Peña Archondo, una arquitecta afroboliviana, y Amalia Laura Villca, una abogada quechua, ambas mujeres vivieron la discriminación racial. Por otro lado, la exigencia de la ley en instituciones públicas y privadas ha reportado más de 800 reglamentos internos reformulados con el mandato del respeto a la dignidad de las personas.
También se encuentra el programa “Matrimonios Colectivos desde nuestra Identidad”, cuyo eje no sólo se remite a revalorizar los saberes indígenas en la conformación del jaq’i (pareja) o chachawarmi y a la ruptura del monopolio católico en la conformación conyugal, sino apunta a desterrar la violencia intrafamiliar hacia la mujer y los hijos e hijas, a través de la ética de la corresponsabilidad entre mujer y varón en la familia. Para ello, se ha establecido que el Estado debe asegurar condiciones materiales para la convivencia familiar como la vivienda y los proyectos de seguridad alimentaria.
Otra propuesta generada desde la Unidad de Despatriarcalización consiste en el Anteproyecto de Equivalencia Democrática orientado a la equidad en materia de cargos públicos en la estructura estatal. Se trata de normar la designación de cargos con paridad y alternancia en los Organos Ejecutivo y Electoral, no por la vía electoral, sino por la vía administrativa. En cuanto a otras normativas, se encuentran las propuestas de reformas al Código de Familias, el Registro Civil, la cuantificación del trabajo doméstico y otros que permitirán rayar la cancha del Estado para el ejercicio de los derechos descolonizadores y despatriarcalizadores, por fuerza de ley.
Este es un nivel que amerita dos interpretaciones. Por un lado, si el Estado incluye en su definición “ideas fuerza que articulan a una sociedad”, entonces descolonizar y despatriarcalizar son dos de esas ideas fundamentales con raíz histórica profunda que vinculan a pueblos indígenas y a mujeres, y a sus organizaciones. Por otro lado, al vincular a organizaciones sociales, el Estado está obligado a expandir las políticas que respondan a las ideas fuerzas; en otras palabras, es su deber materializarlas, hacerlas realidad.
Un grafitti en Cochabamba, ilustra esta razón de ser: “el cambio no se hace sólo con leyes, pero tampoco sin leyes”. La medida para saber cómo el Estado está traduciendo la demanda social, será el grado democrático que se aplique a la formulación de las políticas, y en este campo son las organizaciones, por su naturaleza, las que conllevan la deliberación en su institucionalidad. Por tanto, ni Estado ni sociedad civil están exentos de la responsabilidad de construir el Estado Plurinacional.   
Pueblos indígenas y mujeres
Por las características de su historia, su territorio y su gente, Bolivia se constituye en un país plurinacional que, sin embargo, ha sido fundado sobre la exclusión.  Los pueblos indígenas y las mujeres fueron quienes más resistieron la agresión del poder colonial, patriarcal y capitalista. Enfrentaron el racismo y la discriminación, y sin rendirse organizaron decenas de sublevaciones, buscando la apertura hacia una sociedad que permitiese el reconocimiento pleno de los derechos individuales y colectivos. En esa búsqueda, miles de mujeres y hombres entregaron la vida.
El hecho fundante del sistema de dominación sobre pueblos indígenas y mujeres fue sin duda la articulación del doble poder: colonial y patriarcal que cuando se juntaron inauguraron una cadena de opresiones en las tierras del continente conocido como americano. La invasión española simboliza esa articulación que a través de la violencia y las armas impuso una cosmovisión ajena a la existente. Por ello, la colonialidad no expresa solamente un choque cultural, sino significa la instauración, por la fuerza, de un modo de pensar la vida en general.
La doble dominación se ha traducido en normas, instituciones, impuestos, valores y comportamientos constituyendo estados asentados en la eliminación de las y los colonizados, implantando modelos de violencia sistemática en contra de todo aquello que no se asemejase o se asimilase al prototipo de la modernidad: hombre o mujer blanca, de raíces europeas con usos, costumbres y creencias de la misma raíz.
Ese fue el derrotero de la colonialidad en más de 500 años, cuya reproducción se aseguró en los subsistemas de dominación como la prebenda política, la corrupción, la depredación del ecosistema, la explotación, la delincuencia y otros, avanzando paulatinamente en el silenciamiento hasta llegar a la muerte en vida de las y los colonizados.
Por ello, la colonialidad y el patriarcado no son tipos de dominación únicamente de jerarquía vertical o de índole genérica, sino que subsisten en el Estado y la sociedad, de tal manera que producen tanto hombres como mujeres coloniales y patriarcales que concentran y ostentan poder. A esto se articula, posteriormente, la condición y posición de clase en un régimen de corte capitalista y neoliberal que permite sustentar esa estructuración social, por eso se trata de una triple dominación.
Sin embargo, a diferencia de otras formas de dominación, la triple dominación encontró en lo que hoy se llama Bolivia, la afrenta de los pueblos indígenas. La reprobación, la resistencia y la defensa de los pueblos indígenas portaba una base sólida de historia, organización, religiosidad, producción, astronomía, hidráulica, ingeniería y autonomía que entraban en profunda contradicción con el molde civilizatorio de occidente.
Cuando se hace referencia a los pueblos indígena originario campesinos, claro está que se incluyen a las mujeres, niñez, juventud y ancianidad que conformaban ese todo. Así lo demuestran las rebeliones a lo largo de la historia bajo un principio de no escisión de la comunidad; de la vida y la muerte; de la paz y la guerra; de la mujer y el varón; de lo tangible y lo no tangible. Se imprime una visión de complementariedad diametralmente opuesta a los designios de occidente que determinan a través de sus normas e instituciones que no sólo priman los intereses individuales, sino que todo se separa y que unos valen más que otros u otras. De ahí viene el derecho y la ganancia individual; lo público y lo privado; mujer aquí y hombre allá; los fuertes y los débiles; los superiores y los inferiores; en fin, todo se convierte en una división binaria, irreconciliable.
Es necesario reconocer que la triple dominación aplicó la estrategia de dividir para evitar la reversión de su poder. Porque sujetos aislados y escindidos pueden menos que un ejército organizado en torno a un objetivo común. Y el transcurrir de los hechos, a lo largo del tiempo, han dado claros ejemplos de que es la marcha colectiva la que promueve la ruptura no sólo de aquella estrategia, sino de los esquemas y dispositivos de poder dominantes.
Si esto es así, se puede pensar que la emancipación no podrá nunca ser exclusiva a unos, pues será la articulación de las luchas que permitirá quebrar el sistema de triple dominación diseminado en el Estado y la sociedad. En la memoria corta ¿qué fue lo que abrió el camino constituyente y postconstituyente en Bolivia? A la luz de los acontecimientos, fue la conjunción, el enlace de las opresiones que dio paso a lo que hoy significa contar con un nuevo marco jurídico-político en la CPE, es decir la relación permanente de las múltiples opresiones y sus proyectos de liberación.
Sin duda, es preciso atribuir un peso político específico a los pueblos indígenas en su constitución como sujeto social en el proceso boliviano actual, dado que sin la profundidad histórica de sus luchas y el contenido de la pluralidad que portan, en un sentido amplio, no hubiese sido posible ni pensar ni hablar ni hacer procesos de descolonización y despatriarcalización.  
El feminismo del más allá
Así como es apolítico y ahistórico ignorar las transformaciones en el Estado, también lo es no asumir que cuando de pueblos indígenas y mujeres se trata, existe una instancia estatal dedicada a la descolonización y otra a la despatriarcalización. Y cuando la sociedad produce demandas, reivindicaciones y proyectos debe articular y coordinar con el Estado a fin de que se alcancen resultados, respondiendo a la corresponsabilidad que implica a ambos.
En cuanto a las mujeres, pese al amplio recorrido de valiosas luchadoras como Bartolina Sisa, Gregoria Apaza, Yguanduray, Juana Azurduy, Domitila Chungara y otras miles anónimas convertidas en sujeto colectivo, desde los grupos feministas se optó por recoger los aportes de las corrientes feministas de occidente, en las que distintas propuestas de pensamiento abordaron desde la situación y condición de las mujeres en el contexto del patriarcado hasta las posibilidades de autonomía en un contexto de liberación absoluta en las opciones que van desde el cuerpo, la mente, el poder, la sexualidad y su correlato en el espacio público.
Esas propuestas cuentan con una fuerte influencia del entorno al que pertenecen, vale decir, principios individuales del ser provenientes de la modernidad y la postmodernidad, uso de tecnologías avanzadas desde el arte hasta la medicina —como dos referentes esenciales de la representación y la transformación del cuerpo—, ausencia del ser colectivo, relatividad de la historia como memoria, entre otros preceptos.
Haciendo un repaso por los feminismos latinoamericanos, se encuentra una diversidad de corrientes que se expandieron desde los años 70. Así se conocen movimientos que reivindicaron el feminismo desde la sociedad civil, desde el Estado, desde la academia, desde los espacios políticos y desde la cultura; también desde ámbitos temáticos como la violencia, la salud o los derechos humanos.
Esas formas reivindicativas fueron secundadas por una tendencia que fue institucionalizando el feminismo bajo modalidades como las ONGs y las fundaciones. Entre los pros y contras de la institucionalización feminista, se pueden citar la especialización de varias mujeres y algunos hombres en las temáticas reivindicadas, la capacitación de gestión en lo privado y lo público. Pero, por otro lado, se experimentó un distanciamiento de la vida cotidiana, del activismo creativo y callejero, así como de las organizaciones sociales y de base.
El discurso feminista tuvo un ancla muy fuerte en las condiciones de pobreza, marginación, racismo y discriminación del continente, por lo que las propuestas —aunque con distintas etiquetas y matices— apuntaron, durante décadas, a la “igualdad” como programa político en el marco del ideario más amplio de la democracia. Igualdad entre ricos y pobres, igualdad entre mujeres y hombres, igualdad entre blancos y negros, entre otras igualdades, fueron las consignas recurrentes que abarcaron los grupos feministas. Después, se instauró el feminismo de la diferencia, que en esencia no cambió los escenarios de la polaridad, pues mantuvo el enfrentamiento determinista del feminismo “mujer contra varón”.
Con todo, el proceso político latinoamericano demostró que las reivindicaciones feministas aisladas y escindidas del movimiento popular (indígena, campesino, originario, sindical, etc.), no lograron los cambios prometidos. Porque las condiciones precarias de la vida de un pueblo afectan a las mayorías desfavorecidas en la misma medida, y dentro de esas mayorías las mujeres articuladas a sus comunidades, su historia y sus organizaciones avanzaron más a partir de proyectos colectivos de liberación de la doble o triple opresión.
¿Adiós al género?
En casi todos los casos feministas, el género fue el centro de sus propuestas así como también fue la caída y devaluación del término. En esa línea, la propuesta actual más innovadora parece provenir de la filósofa Beatriz Preciado, quien provoca una inflexión en la producción intelectual feminista cuestionando exponentes prominentes de la literatura feminista. Preciado patea el tablero de la tradición feminista que en distintos momentos tuvo autoras que han intentado comprender lo femenino/masculino desde distintas entradas: por el lado biológico/sexualidad, por el lado discursivo, por la construcción cultural, por la opresión económica, por la colonialidad y postcolonialidad, por la subjetividad/identidad, por el lado de las relaciones de poder, entre otros (ver textos Virginia Vargas, Lola G. Luna, Gayatri Ch. Spivak, Irene Silverblat y Judith Butler).
La propuesta de Preciado deconstruye el discurso dominante del sexo/género para construir una “condición de posibilidad” para la humanidad, en la que se supera las prescripciones del sexo y el género para plantear lo femenino/masculino como una sobreposición de varias aristas o una multiplicidad identitaria, negando así todas las construcciones normalizadoras de la modernidad en torno a la mujer y el hombre sea a través del cuerpo o la mente. Para ella, las dimensiones inherentes al ser, no se escinden. Es así que prácticamente presenta al sexo y al género, del revés, demostrando su inexistencia fuera de la lógica moderna. De esa manera, la filósofa logra abrir un escenario inaudito en la teoría feminista, en el que, como ella misma señala, “la vida reemplaza al teatro”.
Con el planteamiento de Preciado, se interpela la producción de conocimiento y de la ciencia que atraparon lo femenino/masculino en el entramado del biopoder. De acuerdo a sus palabras, el biopoder buscó, en décadas pasadas, responder a intereses económicos y políticos dominantes utilizando para ello el sexo y el género como referentes de división y dicotomías falsas. Las aseveraciones que hace Preciado representan un gran salto para la tradición feminista en los países latinoamericanos.
El proceso boliviano
A diferencia de otros países, Bolivia se ha convertido en el referente de las transformaciones del siglo XXI. Fueron muchos años de luchas que protagonizaron diferentes movimientos sociales, desde el año 2000, en busca de saldar una deuda histórica con amplios sectores marginados, entre los que se encuentran los pueblos indígenas y las mujeres.
El 2005, el país empezó a experimentar un viraje en ese destino con la asunción del presidente indígena Evo Morales Ayma. En 2006, la instalación de la Asamblea Constituyente abrió un nuevo horizonte político con la posibilidad de incluir a los excluidos/as de siempre; de visibilizar y constitucionalizar sus derechos. Este proceso fue internalizado profundamente en todos los confines del territorio nacional.
La capacidad constituyente del pueblo boliviano se plasmó a través de sus organizaciones sociales presentes en todo el proceso, proponiendo, deliberando, discrepando, presionando y defendiendo el derecho elemental a existir. En este periodo, la presencia de las mujeres de distintos sectores, pueblos e instituciones fue masiva y lograron incorporar más de 24 derechos específicos en el texto constituyente.
Fue de ese modo que el pueblo finalmente aprobó la nueva Constitución Política del Estado, el 25 de enero del 2009. Un hecho inédito desde la fundación de la República, en 1825. La Bolivia diversa, heterogénea y plurinacional inició, a partir de ese hecho fundacional, la construcción de una nueva voluntad general.
El proceso constituyente, sin embargo, atravesó momentos críticos en los que sectores opositores ligados a latifundistas, agroindustriales, algunos grupos de empresarios y medios de comunicación quisieron impedir esa maduración social y política. Desataron olas de  violencia sistemática en varias regiones que promovieron el saqueo de instituciones públicas, el desabastecimiento de alimentos y golpizas contra personas de sectores populares, varias de ellas mujeres dirigentes y de base.
Pese a ello, la vía democrática intercultural se impuso como opción de decisión individual y colectiva. El proceso postconstituyente nació, entonces, con nuevos desafíos, nuevas necesidades y por eso debe ser que se dice que estamos en un “periodo de transición”. Porque las mujeres y hombres de este pueblo no se conforman sólo con aprobar nuevas leyes, sueñan con cambiar la materialidad actual de sus culturas, donde todas y todos tengan un lugar ya no sólo con igualdad, sino con justicia, dignidad y soberanía; en otras palabras: una Bolivia descolonizada y despatriarcalizada.   
Quizá esa sea una diferencia que aún nos distancia de las propuestas feministas de occidente. Desde la óptica de los modelos civilizatorios, occidente está marcado por el individualismo de la modernidad y por una igualdad que busca asegurar la perpetuación individual o cuando más familiar y de élite; mientras que en este lado del planeta, el individuo existe en tanto se relaciona con la colectividad. No se escinden ni desaparecen.
Así se puede ver en los procesos protagonizados por las mujeres del pueblo. En ese sentido, ha habido una rica experiencia que combinó precisamente, a lo largo del tiempo, lo individual y lo colectivo. Se ha ido revolucionando la vida cotidiana, el mundo privado y el público, el mundo urbano y rural. Las mujeres han dado pasos en lo personal y se han organizado colectivamente. Las mujeres han hecho carne de lo político en la casa y han hecho política fuera de ella, uniendo proyectos micro y macro con una perspectiva más complementaria y menos excluyente.
Del mismo modo, pueblos indígenas y mujeres han creado puentes entre la tradición, lo moderno y lo posmoderno. A través de varias prácticas culturales se han creado y recreado códigos de representación y se han realizado procesos de reapropiación y resignificación de la circulación cultural. Esto les ha permitido a las mujeres asumir múltiples identidades y desplegarlas de acuerdo a sus necesidades concretas.
La memoria y el presente
Por las características señaladas, la interculturalidad emerge como una condición sine qua non de la convivencia democrática en Bolivia. En ese sentido, la interculturalidad sigue siendo una demanda y una práctica en construcción. El hecho de que se la haya incorporado en el nuevo texto constitucional, no significa que sea parte activa de la cotidianidad. En la sociedad boliviana existen grupos dispuestos a aceptar la diferencia y la plurinacionalidad, pero otros grupos aún se niegan a prescindir de sus privilegios de élite y de clase, enarbolando una simple “tolerancia”.
Para avanzar por los derroteros interculturales, es preciso volver hacia atrás en la memoria no para reconstruir el Tawantinsuyu, negando los avances de la humanidad, sino para desarrollar procesos intra e interculturales que posibiliten la recuperación de saberes, conocimientos y tecnologías. La dominación colonial ha pretendido anular las culturas originarias marginando a las mayorías indígenas de los poderes del Estado y de todo derecho de existencia plena. Sin embargo, los pueblos y naciones indígenas han resistido activamente a la dominación, desde su experiencia ancestral en lo organizativo, lo económico, lo político y lo cultural, propiciando distintos levantamientos y luchas sociales que derivaron en el proceso de transformación que se vive en la actualidad.
Este proceso ha costado vidas, tiempo, trabajo, sufrimiento y energía, y se desarrolla en un contexto en el que todavía subsisten grupos de poder colonial y patriarcal, por lo que es necesario fortalecer las luchas de emancipación hacia la construcción de un modelo de sociedad que incorpore el paradigma del suma qamaña en todas sus dimensiones.
La materialidad de la cultura
Siguiendo esa ruta, para comprender las relaciones de dominación y transformarlas es preciso indagar la historia en lo que hace a la relación de lo femenino y lo masculino en el pensamiento andino no como abstracción y nostalgia de un pasado hipotético, sino como materialidad de la cultura.
Al respecto Silvia Rivera rescata estas nociones: “(existía) en los Andes un sistema de género en el que las mujeres tenían derechos públicos y familiares más equilibrados con sus pares varones (…) en las sociedades andinas —al menos tal como se ha documentado y reconstruido en la experiencia etnográfica y etnohistórica—, exhibe un equilibrio dinámico y contencioso, orientado normativamente por la pareja andina, la introducción del Cabildo colonial introduce a su vez el dominio de la representación política en manos del varón, hasta ese momento la situación era diferente. (…)”.
Por su parte, Waldemar Espinoza recoge la “descendencia paralela” por la cual los hijos pertenecían teóricamente al padre y las hijas mujeres a la madre. “Lo cual, es evidente, traía varias implicancias: 1º los hombres heredaban los bienes muebles del progenitor; y las muchachas los de su progenitora”.
Esas relaciones de equilibrio habrán sido posibles en virtud de las condiciones materiales preexistentes a la Colonia en la producción, la distribución de la riqueza, el uso de los recursos, etcétera. Lo que se conoce como el chacha warmi, categoría hoy devaluada y en crisis, debe ser un punto de exploración y búsqueda en tanto una posibilidad de construcción teórica y práctica que se enmarque de manera coherente en el suma qamaña. Zavaleta decía que la crisis es un método de conocimiento y a la vez un instrumento de creación.
El chacha warmi y todas las categorías que incluye como la paridad, la reciprocidad, la complementaridad, no sólo se expresa en el “andar junto hombre y mujer” bajo el código del matrimonio, sino se traduce en la posibilidad de construir entre ambas visiones diferentes una pareja productiva en la política, la economía, la cultura y vinculada al cosmos.
Así se puede comprender más ampliamente, por ejemplo, el chicata chicata o la igualdad de condiciones en la participación política. Esta demanda ha sido una constante en la agenda feminista de las últimas décadas. Pero habrá que analizar que mientras ha sido una reivindicación acorralada sólo por ciertos sectores institucionalizados de mujeres no ha prosperado, mientras que, en la medida en que se abrió a la articulación con mujeres indígenas y de sectores populares, respetando sus luchas rebeldes, ha sido una conquista que en la actualidad ya puede visualizarse de manera concreta y efectiva en los poderes del Estado. Este ya es un referente a replicarse en las organizaciones sociales, juntas vecinales, asociaciones, sindicatos y otras organizaciones.
Para descolonizar y despatriarcalizar
Volviendo a la imagen del principio, ¿cómo entender y contribuir a transformar la vida de la mujer/joven/migrante/indígena que trabaja cotidianamente con su pareja para sobrevivir?  Pues, parece ser que hace falta volver a las calles y subsumirse en la vida cotidiana. Hace falta conocer los códigos, las resignificaciones y representaciones culturales que generan las mujeres con o sin sus parejas. Hay que dialogar con los hombres/jóvenes/migrantes/indígenas. Es urgente indagar en la historia, la filosofía, la antropología y otros saberes que ha desarrollado el pensamiento andino.
Para asumir la descolonización y la despatriarcalización hace falta, entonces, reconocer el colonialismo y el patriarcado en las formas más disímiles y heterogéneas de su recurrencia en el Estado y la sociedad. Pero no se trata de un descubrimiento académico, es un recorrido atento por la historia y la vida cotidiana de los pueblos, identificando la multiplicidad de identidades que quizá nos hemos negado a ver. Con esta propuesta de itinerario, se apunta a construir conocimiento individual y colectivo para democratizarlo; hacer política desde las calles y de manera institucionalizada; pasar de la vida cotidiana a los poderes estatales. No hay que descuidar ningún espacio, no hay que escindir la existencia en parcialidades sino articularlas, no hay que abandonar ninguna utopía, no hay que dejar de nombrar las palabras y las cosas. Caso contrario, ¿cómo vamos a entender la mayor consigna feminista de “lo personal es político”?
BIBLIOGRAFÍA
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Luna, G. Luna (Comp.) (1991): “Género, clase y raza en América Latina”. Barcelona: Producciones y Publicaciones Universitarias
Spivak, Ch. Gayatri (1994): “El desplazamiento y el discurso de la mujer”.  http://caosmosis.acracia.net/?p=876
Preciado, Beatriz (2010): www.beatrizpreciado.com
Butler, Judith (2001): “El género en disputa: el feminismo y la subversión de la identidad. México DF: Paidós
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Silverblatt, Irene (1987): “Luna, sol y brujas: género, ideologías y clase en el Incario y el Perú colonial. Washington: Princeton University Press
Paiva, Rosalia (2007): “Feminismo paritario indígena andino”. http://www.ecoportal.net/content/view/full/68333
Blanco, V. Carmen (2009): “Las hijas de la Pachamama”. Puno.
Choque, María Eugenia (2009): “Chacha warmi”. El Alto: CPMGA
Canaviri Mallcu, Alicia (2009): “El chachawarmi y la equidad de género”. El Alto: CDIMA
Layme L. Wilson y Lluvitza M. Yessmy (2010): “Constitución del Jaqi: chacha-warmi, ley cósmica de la armonía”. La Paz, Bolivia
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Espinoza S. Waldemar (1997): “Los Incas. Economía, sociedad y Estado en la era del Tawantinsuyu”. Lima: AMARU
Chivi M., Idón y Mamani Amalia (2010): “Descolonización y despatriarcalización”. El Alto: CPMGA



ESTE ARTÍCULO FUE PUBLICADO EN EL LIBRO: POLÍTICAS PÚBLICAS, DESCOLONIZACIÓN Y DESPATRIARCALIZACIÓN EN BOLIVIA, ESTADO PLURINACIONAL, POR EL VICEMINISTERIO DE DESCOLONIZACIÓN DEL ESTADO PLURINACIONAL DE BOLIVIA, AGOSTO, 2011.

viernes, 12 de agosto de 2011

Sobre los mitos del patriarcado:

Rastreando los orígenes de la dominación:

cuando la diosa fue sustituida por el mito de dios

Patricia Flores


                                                                                     Sol y luna
                           Dia y noche
                               Tierra y agua
                              Todo y nada
                                                                                                Oscuridad y luz
                                                                                                Existencia y extinción 
                                                                                                Arriba y abajo
                                                                                                Seco y mojado
                                                                                                Creación y destruccion 
                                                                                               ¿Cómo  vivir y cómo morir?

                                                                          Complementarios en alma, en vida, en aliento….


No es posible transitar hacia la despatriarcalización sin acercarnos a los umbrales históricos sobre los que hace más de dos mil años se asentó el patriarcado y sino indagamos en nuestras memorias antiguas las cimientes míticas e históricas que se anclaron en nuestras cosmovisiones, porque al ser parte de este Cosmos los indicios arqueológicos, los textos sagrados, los universos simbólicos o los mitos de creación nos remiten a interconexiones milenarias comunes bajo los mismos ropajes de la vida y la muerte.

Las investigaciones del periodo pre inca develan que nuestra/os antepasados tuvieron una profunda relación con las deidades del Universo, con el cosmos, con la Madre Tierra, la Pachamama, con las aguas, con los animales y con todo su entorno, así como un relacionamiento distinto en sus antiguas sociedades, sobre todo en los mecanismos de poder, muchos a cargo de mujeres y sin duda distintos a los del mundo occidental,  con otras simetrías y centrados en andamiajes de complementariedad;  y no precisamente en relaciones de sometimiento, que se modificaron con el imperio incaico y posteriormente con la colonia y el periodo republicano.

A lo largo de los últimos cinco siglos se impusieron culturas ajenas, nuestros orígenes milenarios fueron expoliados, saqueados y menospreciados; coexistimos con los paradigmas europeos inquisidores y los vestigios milenarios de nuestras raíces, que se preservaron y reificaron en los universos míticos, en nuestras ritualidades, en nuestros panteones y cosmovisiones indígenas y mestizas; y que hoy deben releerse para configurar nuestras identidades diversas, desde miradas respetuosas con las diferencias,  para deconstruir y desafiar los anclajes de dominación que nos atraviesan, rastreando precisamente los orígenes de nuestro pasado y de nuestras colonialidades, para vislumbrar un presente y un futuro con perdón, equidad, solidario, hospitalario y profundamente despatriarcalizador.

El génesis nació con la Diosa


En el principio, la gran diosa madre da a luz, ella sola, al mundo, que proviene de ella; todas las criaturas, incluidos los dioses, son sus vástagos, parte de su sustancia divina.  Todo está vivo, animado –con alma- y todo es sagrado.  No tienen razón de ser las distinciones actuales entre “espíritu” y “naturaleza”, “mente” y “materia” o “alma”  y “cuerpo”: la humanidad y la naturaleza comparten una identidad común.[1]

Principio que a lo largo de la historia develó paralelismos entre diversas culturas y  continuidades que reifican “el mito de la diosa” como aquella imagen en la que se sintetiza la complejidad de la creación, del cosmos,  de la vida y la muerte.  Del universo como un todo orgánico, sagrado, vivo,  donde la tierra y la creación sigue configurándose por la misma esencia de la divinidad femenina. Sin embargo, la diosa y ese principio femenino languidece ante el dominio y la posesión violenta del poder, de lo que se conocería luego como el patriarcado.

Anne  Baring y Jules Cashford en “El mito de la diosa” evidencian que hace 20.000 años o más  aparece  la imagen femenina de la diosa creadora, dadora de vida sobre un basto territorio y a lo largo de su paso por tierra, mares y cielos las humanidades sellaron sus huellas e imágenes en estatuas de piedra, hueso y marfil; a veces en diminutas figuras de cuerpos largos y pechos caídos, otras con redondeadas imágenes maternales cuyas formas abultadas anticipaban el nacimiento, así como efigies con signos arañados en ellas —líneas, triángulos, zigzags, círculos, redes, hojas, espirales, agujeros—, en varias evidencias arqueológicas con  estilizadas y elegantes formas surgidas de la propias rocas, pero sintetizando la fuerza creadora para sobrevivir a través de  generaciones, tiempos y distancias.[2]

Representaciones femeninas que a lo largo de los milenios también se escondieron, pero que en sus redescubrimientos arqueológicos en distintas culturas y tiempos, evidenciaron y evidencian todavía continuidades y similitudes precisamente, porque develan las huellas que dejaron esas humanidades desnudas claramente de mujeres; gestantes, la mayoría con  apariencia de madres, -como si cuanto fuera femenino en ellas se hubiese concentrado el misterio abrumador del nacimiento, salpicadas de ocre rojo, el color intenso y poderoso de la sangre dadora de vida y que a su vez, cinceló sabidurías ligadas a los ciclos de la naturaleza, del cosmos, de las aguas, de las fases lunares, de los vientres grávidos, en esa relación concomitante entre  el orden celeste y terrestre. [3]

Las figuras femeninas registradas en las evidencias arqueológicas y memoria larga de la historia fueron dotadas de sentidos rituales profundos, porque los enigmas del cuerpo femenino traducían el misterio del nacimiento, de la vida, del poder creador; pero a su vez el misterio de lo no manifiesto en la totalidad de la naturaleza y su trascendencia desde el propio cuerpo femenino, convirtieron a las mujeres en síntesis, símbolos y expresión de las hembras de todas las especies,  a través del misterio del nacimiento, de la muerte y  de la vida misma.[4]

Sin embargo, la maternidad en los universos míticos y sagrados se desplegaría en diversas identidades, imágenes sagradas refractarias de los poderes del universo, que dan vida, alimentan y regeneran las que serán suplantadas por el dios padre, soberano, creador del mundo. Evidenciando que en todas las culturas, ya sea de organización simple o compleja, como apuntan Baring  y Cashford, las deidades femeninas desde su dimensión sagrada fueron estructurantes de la consciencia y memorias de los pueblos.[5] 

"... Una mujer con su bebé es la imagen básica de la mitología. La primera experiencia de cualquiera es el cuerpo materno y lo que se llama la participación mística entre la madre y el hijo. Considerar la Tierra y todo el Universo como nuestra madre es lo que conduce a la experiencia de la armonía perfecta...".
                                                                                                                                                    Joseph Campbell

Como ocurre también en este lado del mundo, donde la Madre Tierra, la Pachamama, las aguas y la luna, la Loma Sagrada, deidades sagradas eminentemente femeninas, fueron y son reverenciadas cotidianamente, desde milenios a hoy, gracias al renacer de rituales y mitos tan antiguos como los de los Uru Chipaya, de los Chanés, Chiriguanos, Ayoreos o Mozetenes y Aymaras, entre otras culturas, a través de milenios y cuando aún para algunos pueblos no había asomado todavía  el sol sobre la faz de la tierra.

En todas la culturas prehistóricas, la figura cosmogónica central, la potencia o fuerza procreadora del universo, fue personalizada en una figura de mujer y su poder generador y protector simbolizado mediante atributos femeninos —senos, nalgas, vientre grávido y vulva— bien remarcados. Esa diosa, útero divino del que nace todo y al que todo regresa para ser regenerado y proseguir el ciclo de la Naturaleza, denominada «Gran Diosa» por los expertos —o, también, bajo una conceptualización limitada, «Gran Madre»—, presidió con exclusividad la expresión religiosa humana desde c. 30000 a.C. hasta c. 3000 a.C. En la Gran Diosa única y partenogenética —bajo sus diferentes advocaciones— se contenían todos los fundamentos cosmogónicos: caos y orden, oscuridad y luz, sequía y humedad, muerte y vida…, de ahí que su omnipotencia permaneciese indiscutida por milenios, remarcando que el concepto de dios varón no apareció hasta el VI o V milenio a.C. y no logró la supremacía hasta el III o II milenio a.C., según las regiones.[6]

Sin embargo, en unos pocos milenios, tras la implantación de la agricultura excedentaria, surgió el dios masculino, el clero, la sociedad de clases y la monarquía, mientras que la mujer fue quedando reducida a un bien propiedad del varón. Obviamente, el dominio del varón sobre la tierra tuvo su equivalente en el cielo —los cambios sociales siempre se justificaron mediante cambios en los mitos— y la deidad masculina comenzó a domeñar a la femenina. La mujer y la Diosa fueron perdiendo su autonomía, importancia y poder prácticamente al mismo tiempo, víctimas de un mundo cambiante en el que los hombres se hicieron con el control de los medios de producción, de guerra y de cultura, convirtiéndose, por tanto, en detentadores únicos y guardianes de la propiedad privada, la paternidad, el pensamiento y, en suma, del mismísimo derecho a la vida.[7]

El poder mítico de la memoria 

“El mito es el sueño colectivo, y el sueño el mito privado”, Joseph Campbell.

Joseph Campbell, uno de los más grandes eruditos del siglo XX, historiador de religiones, filósofo y experto en mitología comparada,  afirmaba que la mitología representa  la  continua música que produce el Universo,  el sentido de la vida, difícil para ser expresado en palabras, como quien transmite una fórmula, pero sí sugerido a través de símbolos, cantados por Sirenas.

Los mitos, afirmaba,  han existido desde siempre, se anclaron en la raíz de cada pueblo, de cada tradición conocida, configuraron nuestra inmensa riqueza cultural. En tiempos remotos, los seres humanos encontraban en ellos pautas y ejemplos, consejos, direcciones y vías para encauzar la trayectoria que debían dar a sus propias vidas, la manera en la que definían sus relaciones entre ellos/as.  Veían en ellos el camino que podía llevarles al descubrimiento y a la realización del sentido de la existencia, ese oculto y ansiado sendero que nos llevaría al conocimiento de nosotros mismos, a saber que somos uno con los demás y con toda la naturaleza que nos rodea.

Sin embargo, remarcaba Campbell, en la actualidad no se da importancia a los cuentos, que son los restos que han permanecido a salvo del naufragio y que tanto nos gustaba escuchar cuando éramos niños. Siempre tenían el mismo principio: “érase una vez…”, refiriéndose a ese gran tiempo mítico anterior al nuestro. Nos encantaban porque nos hacían viajar a aquellas edades fabulosas donde reinaban reyes sabios o malvados, princesas y monstruos, enanos y gigantes, héroes y magos que atrapaban nuestra atención despertando esos mundos extraordinarios en nuestra propia imaginación, que es la sede del recuerdo.[8]

Joseph Campbell revivió la mitología y  su obra influyó en la multidisciplinariedad de las investigaciones, principalmente históricas, antropológicas y etnohistóricas; y enfatizaba en que los mitos no eran  cuentos para contarlos junto a una fogata, sino de poderosas guías para el espíritu humano, develando que los relatos mitológicos de todo el mundo, a pesar de parecer muy diferentes, en realidad eran todos iguales. Su verdad universal era siempre la misma, sólo que se contaba en diferentes tiempos históricos y de distintas maneras.
Precisamente porque la mitología, y sus arquetipos, preserva memorias y conocimientos; historias de sabidurías de vida, huellas de experiencias que se marcaron a lo largo del camino y que se escribieron en antiguos muros, piedras, textos sagrados, leyendas populares, luego en la literatura, la música y la filosofía, porque sus significados construyeron nuestra visión del mundo.[9] 

La presencia de las mujeres a  lo largo de la historia,  desde la perspectiva mitológica planteada por Campbell, fue indispensable porque ella pudo y dio  vida no sólo a un cuerpo, sinó también a un alma, a una sociedad y a una civilización. Necesitaba insuflar vida y desde entonces enfrentó resistencias y  constancias que moldearon su capacidad para soportar y cuando aparece en los encuentros como Diosa en muchas culturas se la representaba  comúnmente como un encuentro o matrimonio místico, porque su presencia en la mitología representaba la totalidad de lo que podía conocerse; por ello el héroe de los relatos la encontraba durante su progreso iniciático, mientras que si  protagonista era femenina, estaba destinada a convertirse en consorte de un ser inmortal, lo quiera ella o no, porque detentó un poder superior gracias precisamente a la procreación y al dominio de la naturaleza y al cultivo de la tierra.[10]

Esa necesidad de representación  permitió que brotase la capacidad de percibir la vida a través de imágenes, donde día y noche,  oscuridad y luz,  vida y muerte no eran antagonistas, sino inherentes a la diosa madre y a diversas diosas, porque cuanto existía, ellos mismos incluidos, era una expresión de la diosa. Todo, por lo tanto, constituía una imagen que confirmaba la relación que les unía a ella. De esta capacidad para experimentar la vida a través de imágenes surgió la creatividad inagotable de la humanidad. El mito fue la expresión de esta experiencia primordial.[11]

El poder del mito desde entonces radicó en es suerte de concatenación universal, que se ancló en la memoria de los pueblos, con sus particularides pero sobre todo por sus convergencias y por ello se convirtió en el canal de transmisión del conjunto de valores y creencias de pueblos,  articulados a su vez por relatos simbólicos en los que se trasmitían tanto elementos de la historia de la comunidad, como enseñanzas espirituales, planteamientos metafísicos y claves para  situaciones vitales.

Por lo que Campbell remarcaba que la historia que tenemos en Occidente se erigió hacia el final de la Edad del Bronce y en el amanecer de la Edad del Hierro (alrededor de 1250 a.C. en Levante) cuando se desplazo a las mujeres, en una especie de rebelión contra poder femenino dador de vida, creador, domesticador de la naturaleza que posibilitó el desarrollo de la agricultura, para instaurar fuerza una cultura patriarcal, que elimina las ritualidades y veneración a diosas o dioses de la fertilidad, para dar paso a los triunfos de héroes masculinos con valores asentados en la fuerza física, en el dominio, la valentía, la destrucción, la violencia, la posesión o la capacidad de aniquilar y destrozar culturas y pueblos, expoliando los recursos de civilizaciones más débiles y pacíficos.[12]

La sustitución de la diosa por el mito del dios significó la retirada gradual de la intervención femenina en la naturaleza, en el despojo que colocó a las mujeres en el lado opuesto, en la esfera inferior, se minimizó su poder creador, transformador ligado a la vida, al misterio, a las conexiones entre cosmos, naturaleza, humanidad, vida o muerte.

Pero como bien puntualizan Anne Baring y Jules Cashford el  significado religioso de estas figuras, no puede simplemente etiquetarse como “ídolos de fertilidad”: porque la palabra “ídolo” trivializa invariablemente el carácter numinoso de la experiencia religiosa, en tanto que sólo se utiliza para designar las formas de culto de otros pueblos. (…), así como denominarlas “estatuillas” porque reduce la universalidad de un primer principio —la madre— al nombre diosas, porque en el pasado los panteones religiosos y míticos estaban conformado por diversas diosas hasta que fueron suplantadas por el dios padre en tanto que soberano, si no creador, del mundo. -De modo que, para intentar devolver a las figuras del Paleolítico su propia dignidad original, preferimos designar esas imágenes sagradas de los poderes del universo que dan vida, alimentan y regeneran con el nombre de “diosa madre”, o simplemente “diosa”-.[13]

En todas las culturas, ya sean de organización simple o compleja, las representaciones se basaban en  experiencia de dimensiones sagradas, sugiriendo que lo sagrado no es una etapa en la historia de la consciencia, sino un elemento de la estructura de la consciencia que pertenece a todos los pueblos de  todas las épocas. (…)  Si aceptamos que las imágenes de otras culturas tienen argumentos igualmente válidos para acceder a la dimensión de lo sagrado, es menos probable que pasemos por alto las similitudes entre nuestras propias imágenes numinosas y las de los demás.[14]

Desde que se extendieron civilizaciones basadas en la Biblia, una visión del universo perteneciente al primer milenio antes de Cristo, el concepto del universo y concepto de la dignidad humana se situaron completamente en otro lugar, se instalaron en la subjetividad el pecado, el miedo o el castigo, por lo que -Hoy tenemos que aprender a volver atrás, pero para conseguir el antiguo acuerdo con la sabiduría de la naturaleza, para volver a darnos cuenta de nuestra fraternidad con los animales, el agua y el mar-.[15]

Y desde entonces, a pesar de los cercos, las resistencias de la memoria rastrearon y preservaron nuestros orígenes, más allá de las fronteras, los tiempos  los espacios, las ritualidades o los cultos, para que la divinidad femenina y sus sistemas de creencias emerjan nuevamente, aunque con otros ropajes, en los que a pesar de los milenios tengamos que atravesar desgarradores caminos para reconfigurar nuestros futuros desde este presente, desde nuestra memoria, para reencontrarnos con nuestros orígenes e identidades femeninas, andróginas y diversas. 

El inconciente colectivo

Pero la fuerza de la memoria mítica no se quedaría sólo en relatos o textos sagrados, se entrelazaría como el inconsciente colectivo estudiado ampliamente  por Carl Jung, ese sustrato situado  por debajo del inconsistente personal, estudiado a su vez por Sigmund Freud, y aprensible desde los arquetipos; esas imágenes primordiales, símbolos inconscientes y ancestrales,  que canalizan la tendencia  a formar representaciones sobre modelos básicos que puede variar constantemente y que produce asombro y desconcierto cuando aparece en la conciencia.[16]

Arquetipos que a su vez definen desde lo femenino y lo masculino, como planteaba C.G. Jung: el ánima, del  latín alma, el principio femenino, imágenes arquetípicas del eterno femenino en el inconsciente del hombre, que forman un vínculo entre la conciencia del yo y el inconsciente colectivo, abriendo potencialmente una vía hacia el sí mismo.[17]

Mientras que el ánimus, del latín espíritu, en la psicología analítica  alude a las «las imágenes arquetípicas del eterno masculino en el inconsciente de una mujer, que forman un vínculo entre la conciencia del yo y el inconsciente colectivo, abriendo potencialmente una vía hacia sí mismo, por lo ánima y ánimus tienen una identidad sexual complementaria a la del individuo».[18]

Sin embargo, ánina y ánimus en tanto arquetipos transitan a través de otro arquetipo fundamental, la sombra  constitutivo del inconsciente colectivo, propuesto por  C.G. Jung.[19]

C.G. Jung sugería que para deconstruir los mitos y arquetipos, con  hincapié en el tema de la sombra, o más precisamente de la oposición persona-sombra, uno de los primeros pasos que se debe  dar al iniciar un análisis es el enfrentamiento con la sombra, puesto que  no forma parte de la imagen consciente que tenemos de nosotros mismos, sinó que se oculta en los umbrales del inconsciente y actúa en forma indirecta, sobre todo desde la perspectiva social, puesto que desde nuestros génesis se filtró en la dominación, en la fuerza destructora, en el poder, la subyugación o en la violencia, individual y colectiva. [20]
La contraposición de lo luminoso y bueno, por un lado, y de lo oscuro y malo, por otro, al bien sin más, y el opositor de Cristo, el Diablo, representa el mal. Esta oposición es propiamente el verdadero problema universal, que aún no ha sido resuelto.[21]
Sociedades femeninas

Una de las imágenes más antiguas de la humanidad de una diosa, llamada la Venus de Laussel, fue tallada en una cueva durante el Paleolítico Superior. La Gran Madre anuncia el milagro de su preñez, signo prehistórico de la diosa, que luego se expresó en los matriarcados de las primeras sociedades. 

Uno de los más notables estudiosos de la sociedades antiguas y específicamente del matriarcado fue el jurista, sociólogo, antropólogo y filosofo suizo Johann Jakob Bachofen que a fines del siglo  XIX estudia las particularidades de sociedades matrifocales y matriarcales, estudios que ejercerían gran  influencia en las ciencias sociales y en el mundo académico de entonces, así como en trabajos como los de Federico Engels.
Su obra emblemática El matriarcado: Una investigación sobre el carácter religioso y jurídico del matriarcado en el mundo antiguo publicada en 1881 presenta una perspectiva distinta de los roles de las mujeres en las sociedades antiguas, gracias a una serie de evidencias en las que documenta que la maternidad fue la fuente de la sociedad humana, de la religión, la moralidad, y el «decoro», en antiguas sociedades, a pesar de las distancia y tiempos, como Grecia, Creta, Licia, India, Egipto, India, Asia Central, Africa del Norte y algunas sociedades indoeuropeas.

Concluyó sus estudios conectando el derecho arcaico de la madre con la veneración cristiana a la Virgen María y sus hallazgos influenciaron a eruditos fundamentales de la historia de occidente y sus planteamientos dieron lugar a que se generaran una serie de estudios de etnólogos, filósofos sociales y escritores, entre los que se encuentran: Federico Engels que utilizó a Bachofen y a Lewis Henry Morgan para sus Orígenes de la familia, de la propiedad privada y del Estado; el premio Nóbel de literatura Thomas Mann, Erich Fromm destacado filósofo humanista, psicoanalista y psicólogo social estadounidense, el escritor Robert Graves (La Diosa Blanca), al erudito mitólogo Joseph Campbell, Rainer María Rilke uno de los poetas más importantes de la literatura alemana, el fundador de la antropología  moderna Lewis Henry Morgan, José Ortega y Gasset exponente principal de la teoría del perspectivismo y de la razón vital, Emile Durkheim uno de los fundadores de la sociología, Bronislaw Mallinowski fundador de la antropología social británica, Otto Gross famoso psiquiatra, psicólogo y anarquista austriaco ex discípulo de Sigmund Freud, entre otros, aunque sus planteamientos de la presencia histórica de sociedades antiguas regidas por mujeres le generaron también una serie de criticas del mundo intelectual y académico, incluso hasta la fecha.
Johann Jakob Bachofen comenzó sus estudios sobre derecho greco-romano en la Antigüedad, que dio origen a la publicación El derecho natural y el derecho histórico (1841), obra que posteriormente lo llevaría a investigar en los distintos niveles culturales y antropológicos que subyacen al Derecho de cada pueblo; dando origen  a su obra la “Simbólica sepulcral” (1859), estudios que luego derivarían en su afamada obra “El Derecho materno” (1861), “La doctrina de la inmortalidad en el orfismo” (1867) y   El derecho natural y el derecho histórico” y casi una década después,  La leyenda de Tanaquil” -estudio sobre los etruscos matriarcales- (1870).

Sus estudios, desde la perspectiva cultural y antropológico de los pueblos,  sustentaron la tesis del matriarcado como estrato cultural anterior al patriarcado y como matriz fundante de la cultura occidental, en la que desarrolla una serie de conexiones entre las relaciones que se dan entre los sexos masculino y femenino, tanto en el orden individual, como en las articulaciones religiosas, sociales y jurídicas de cada período cultural o histórico, por lo que planteó como hipótesis tres estadios o períodos fundamentales para las sociedades antiguas:

 1.  Hetairismo. Fase «telúrica», nómada y salvaje, caracterizada  por el comunismo  y el  amor libre o el “poliamor·. La deidad predominante habría sido una proto-Afrodita terrena, de identificación con el principio material femenino de la naturaleza, donde no hay ningún tipo de mediación y, en consecuencia, la comunión es de carácter indiferenciado, ya que no existe todavía la regulación a través del matrimonio.
El derecho natural que regía a este tipo de comunidad se basó en el crecimiento silvestre y la procreación de la tierra, teniendo como referente simbólico y fáctico a la imagen de la tierra como “Madre incesante”, dadora permanente de vida y sin límite alguno, a la vez que es la que recibe en su seno al ser que muere.

2. Derecho maternal: Fase «lunar» matriarcal basada en la agricultura, caracterizada por la aparición de los cultos mistéricos ctónicos o “subterráneos”  y de la ley. La deidad predominante habría sido un temprano Deméter o Demetra, ‘diosa madre’ o quizás ‘madre distribuidora’, diosa de la agricultura, nutricia pura de la tierra verde y joven, ciclo vivificador de la vida y la muerte, protectora del matrimonio y la ley sagrada. Venerada como la «portadora de las estaciones».

Si bien este periodo sigue la identificación con Afrodita del periodo anterior, se consolida la relación matrimonial, que une al hombre con la mujer en un plano, pero a su  vez,  con la tierra a través de la agricultura. De esta manera, la tierra, trabajada de manera exclusiva por cada individuo, se presenta como imagen y prototipo de una unión íntima, duradera y exclusiva en la relación entre el hombre y la mujer, por lo que el derecho natural emerge basado en la regulación de la agricultura sobre la procreación de la tierra.[22]

3. La dionisiaca. Fase transitoria en la que las tradiciones habrían sido masculinizadas, en la medida en que el patriarcado empieza a emerger. La deidad predominante es Dioniso, conocido también como el dios Baco, inspirador de la locura ritual y el éxtasis, patrono de la agricultura y el teatro, periodo que coadyuva a desplazar al poder femenino creador ante el poder masculino asentado en la fuerza.

4 La apolínea. Fase «solar» patriarcal, en la cual todo rastro de matriarcado y de pasado dionisiaco es suprimido, dando paso a la civilización moderna, simbolizada por Apolo y que marca el paso decisivo de sociedades matriarcales hacia sociedades patriarcales. El hombre se emancipa de la naturaleza y comienza la primacía del desarrollo individual y del espíritu-razón, relegando lo material femenino al ámbito de lo corporal.

J.J. Bachofen develó que en las sociedades antiguas se entrelazaban modos de vida de las distintas culturas, con el derecho inherente a cada pueblo, al mismo tiempo que consideró a cada período histórico como estadio vital, y cuando analizaba al “matriarcado” o “cultura ginecocrática”  lo hacía en términos de concepciones o representaciones colectivas determinadas, pero de  distintos pueblos, donde ese sistema social -el matriarcado- se manifestaba, en distintos grados, en toda la Antigüedad, como en la cultura egipcia, la cretense, la persa, o la griega-.[23]
La obra de Bachofen se centró también en la interdependencia entre muerte y vida como las dos fuerzas constituyentes de la existencia misma, como anclajes antropológicos del matriarcado- y a partir de esta base, interpretó varios mitologemas claves de la cultura griega, otorgándoles un espesor de sentido tal que los erige como expresiones simbólicas del misterio mismo de la existencia,  Bachofen estudio arduamente la antigüedad de los pueblos y fue un gran conocedor de las culturas del mundo antiguo, sobre todo del Mediterráneo, de la que emergerían luego las culturas y religiones judeo cristianas,  además realizó profundos estudió  de los universos míticos de otras culturas como las de India o China, en las que evidenció consonancias con los estudios realizados en culturas como la griega, romana, egipcia, indoeuropea, helénica o semita, entre otras, así como de sus panteones religiosos configurados principalmente por deidades femeninas, antes obviamente del surgimiento del imperio romano y posteriormente del cristianismo.

“Asistimos a la disolución de una era, y desde sus ruinas florece una nueva época, la apolínea. Tras la divinización de la madre, sobreviene la del padre, tras el primado de la noche, el del día, (…) las diferencias de ambos estadios vitales se desvelan con total nitidez. (…) Si allí prima la ligazón material, aquí el desarrollo espiritual; allí la regularidad inconsciente, aquí el individualismo; allí la entrega a la naturaleza, aquí la emancipación de ella (…) La máxima esperanza del misterio demétrico es el don libre de la madre, como ocurre con el destino del grano; el heleno, por el contrario, desea obtener todas las cosas por él mismo, hasta lo más supremo. En la lucha es consciente de su naturaleza paterna, luchando se eleva sobre el matriarcado al que antes pertenecía (…) Para él la fuente de la inmortalidad no mana ya de la mujer conciente, sino que se halla en el principio masculino creador al que reviste de una divinización que el mundo antiguo sólo a ella confería”. [24] 

Para J.J. Bachofen la dinámica histórica de la evolución humana se comprendía como una continuidad entre el mito y la historia, aunque con diferentes modos de expresión, dependiendo de la tradición de los pueblos, por lo que no era posible concebir que la tradición mítica y la tradición histórica transiten por rutas distintas, sino entrelazadas, precisamente, por compartir los mismos orígenes, como los dos lados de una moneda, lo mítico y lo histórico.
Sin embargo, sus estudios, así como los de otro/as experto/as, entre ellas Anne Baring y Jules Cashford, Joseph Campbell o Pepe Rodríguez, entre otros, muestran al sistema matriarcal desde la primacía de lo femenino pero no desde la perspectiva del dominio político, económico, cultural, religioso o social, sino fundamentalmente desde la interrelación entre el cosmos y la naturaleza,  de las dimensiones creadoras de la vida y su sacralidad. Culturas que erigieron religiones con deidades diversas como expresión sublime y primigenia de la humanidad frente al fenómeno de la vida, concebida como la Gran Madre,  capaz de albergar en su seno a la vida y a la muerte, a la luna, a las constelaciones, a las aguas de mares y ríos; y a las estrellas de un inmenso y sobrecogedor Cosmos, tan sobrecogedor como el de la Naturaleza misma. 

Para Bachofen las dos fuerzas constituyentes de la misma existencia, vida y muerte, en las sociedades antiguas se traducía en la vida telúrica, manifiesta en la sencillez profunda de la ley eterna del devenir y en el sentido femenino de la creación y su coexistencia con la incesante destrucción  del propio cosmos y de la naturaleza.[25]

Arquetipos y mitos constitutivos

Para la cultura occidental y las culturas del continente americano, a pesar del periodo colonial, los arquetipos y mitos constitutivos durante los últimos cinco siglos fueron fundamentalmente las presencias arquetípicas judeo cristianas, que se superpusieron a las antiguas deidades precolombinas, a fuerza de extirpación de idolatrías por más de quinientos años y por el borramiento de las memorias colectivas, ante la imposición  de la religión católica, principalmente, que a fuerza de mandatos inquisidores de espantosa crueldad, de saqueo, de reducciones indígenas, entre otras acciones represivas, que durante la colonia y la República anclaron en nuestras cosmovisiones el miedo, el pecado, la condena y  la sumisión.

Las deidades originarias, las cacicas amazónicas, las mujeres curacas de los señoríos aymaras, las deidades presolares como las Uru Chipayas, tan antiguas como las sumerias, o nuestras diosas tutelares, las Apus milenarias, la Loma Sagrada del Gran Paititi permanecen silenciosas en nuestras memorias largas, esperando que develemos sus misterios y sus legados, para redefinir  nuevas rutas de dignidad, de respeto, aunque en ese deconstruir desgarremos nuestros anclajes atravesados fuertemente por la colonialidad  y el patriarcado.

No en vano nuestros mitos femeninos fundantes tuvieron gran resonancia a pesar de los legados coloniales impuestos por la religión judeo cristiana, cincelados a mano de arcabuces, lanzas, inquisición y extirpación de idolatrías, pero que se reflejan en la coexistencia de imágenes arquetípicas fundamentales y que deben releerse para deconstruir nuestros pasados patriarcales y erigir nuevos anclajes que cimienten la despatriarcalización de nuestra cotidianidad, de nuestras cosmovisiones y de nuestras sociedades.

La historia obnubilada : Lilith

Lilith fue la primera mujer, según registros de la  literatura Rabínica y la Cábala antigua Lilith fue la primera esposa de Adán mucho antes que Eva. La historiografía  judía sostiene que  Dios crea con barro de la tierra a Lilith y Adán, por lo que Lilith y Adán gozan del mismo status social y viven en plena igualdad, habiendo engendrado a  Shendim, Linin y Ruchin. El desencuentro entre Adán y Lilith surge cuando él quiere obligarla a ponerse debajo: «¿Por qué he de acostarme debajo de ti? —preguntaba—: yo también fui hecha con polvo, y por lo tanto soy tu igual»,  Lilith siente la gran ofensa por ser su igual y, negándose a la subordinación,  huye del jardín del Edén.[26]

Adán ofendido se queja a Dios por el abandono y éste envía a sus ángeles a que busquen a Lilith para que retorne al Edén. Los ángeles recorren toda la tierra hasta que la encuentran en el Mar Rojo, un lúgubre lugar en el que habitaban demonios. Infructuosamente los ángeles quieren disuadirla para que vuelva con Adán, pero ella se rehúsa y como castigo Dios, según afirma la historiografía, condena a Lilith para que todos los hijos que engendrara muriesen, pero previamente pariría hasta cien hijos al día con desgarradores dolores de parto.[27]

Por ese motivo Dios crea a Eva de una costilla de Adán, sustituyendo el génesis y primigenia igualdad por la sumisión de la mujer a su marido e instaurada desde el mandato divino.  Por lo que Lilith, posteriormente, se dedicaría a seducir en las oscuridades a los hijos de Adán y Eva, además de mutar en serpiente, para seducir a la propia Eva.  Según las tradiciones judías medievales Lilith intenta vengarse asechando a los niños menores de ocho días, incircuncisos.

 El mito de Adán y Eva y el pecado original

A partir de entonces para el mundo  la presencia de Lilith durante los siguientes siglos se ensombrece y no figura en libros –sagrados- como la Biblia o el Corán que configuran otra realidad al presentarnos a Eva como la primera mujer. ¿Distorsión histórica?, engaño?, tergiversación intencional? Quien sabe. Lo cierto es que los libros –sagrados- registran que durante el sexto día de la formación del mundo Adán fue creado primero y Dios, al verlo solo, decidió que necesitaba una compañera, quien fue creada partiendo de una costilla del hombre.  Sin embargo, para probar su fidelidad y obediencia Dios les da el mandato de no comer fruto de un sugestivo y misterioso árbol, el de la ciencia del bien y del mal, y que si contravenían el mandato morirían. 

Aparece en escena la encarnación suprema del mal, la serpiente, que tienta y engaña a Eva para que coma del fruto prohibido y se lo dé a Adán y, como registra el Antiguo Testamento, Dios los castiga con el dolor, la vergüenza ante su desnudez, con la muerte y el trabajo:  "Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás" (Génesis 3:19) y, además, condena a Eva con la maternidad:  "parirás a tus hijos con dolor" (Génesis 3:16).
Desde entonces, para las religiones judía, cristianas y católica las mujeres estamos condenadas, como Eva, a vivir subordinadas, con el –pecado original-, pariendo y dando vida con desgarradores dolores, en desvelos eternos para proteger y cuidar, pero eternamente pecadoras, iniciando una historia de sumisión y culpa eterna. Y si bien Lilith desaparece de la historiografía religiosa, su figura asociada a la vil serpiente tentadora estará presente encarnando el mal, los pecados carnales o la condena a los infiernos, aunque la memoria larga y cierta mitografía desde diversas culturas reivindicará su fuerza transgresora y liberadora.

La Virgen María

María simboliza el rostro femenino de Dios. Es la madre de Jesús, del maestro desgarradoramente crucificado. Desde que quedó embarazada y a lo largo de toda su vida vivió errante, huyendo de las amenazas de la lapidación,  y las persecuciones viéndose forzada a peregrinar de un lado a otro durante toda su maternidad, hasta su apostolado, casi  40 años después de que pierde a su hijo en la cruz. [28]
Pero la vida y la imagen de  María, la madre de Jesús, han sido permanentemente distorsionadas por el peso de su virginidad, su maternidad inmaculada, sus dones de sanación, su apostolado o su sapiencia. Y, aunque siempre vivió como fugitiva y amenazada de muerte, este lado de la historia quedó ensombrecido.

María la Virgen y los Evangelios Apócrifos

Para algunos estudiosos, María fue conocida primero en el mundo islámico y aparece citada varias veces en su texto sagrado, el Corán, sobre todo en el capítulo 19 donde es  representada como virgen y madre del profeta Jesús por intervención divina. Desde entonces, María es venerada en el Islam por su pureza virginal, su humildad y su piedad, que hacen de ella un modelo de fe para los creyentes[29].

Por otro lado, entre las diversas fuentes informativas e históricas, además de los textos considerados sagrados como la Biblia o el Corán, figuran los rollos del Mar Muerto, descubiertos a mediados del siglo pasado con más de 800 documentos que a la fecha son intensamente escudriñados por la fascinación y misterio que encierran más de dos mil años de historia.  Su descubrimiento ha hecho que  desde hace algo más de medio siglo se intensificaran las investigaciones sobre las mujeres que acompañaron a Jesús a lo largo de su vida y,  gracias a esos hallazgos, la biblioteca personal  Jorge Luis Borges, en colaboración con María Kodama, en 1985 publica los “Evangelios Apócrifos” con una precisión previa: “... junto a los libros canónicos del Nuevo Testamento estos Evangelios Apócrifos, olvidados durante tantos siglos y recuperados ahora, fueron los instrumentos más antiguos de la doctrina de Jesús. (...) Leer este libro es regresar de un modo casi mágico a los primeros siglos de nuestra era cuando la religión era una pasión”. Finalmente, en cuanto a lo apócrifo el escritor puntualiza: “La palabra apócrifo ahora vale por falsificado o por falso; su primer sentido era oculto.  Los textos apócrifos eran los vedados al vulgo, los de lectura sólo permitida a unos pocos”.

Y, luego de tantos años de misterio, hoy es posible re-transitar la historia que se tejió en torno a la mujer que nunca abandonó a Jesús.  Así, el Protoevangelio de Santiago, por ejemplo, describe la vida de María desde su concepción -milagrosa- hasta su supuesto matrimonio con José. Según este documento, el padre  de María, Joaquín, fue un hombre rico en extremo perteneciente a las doce tribus de Israel, estuvo casado con Ana, prima hermana de la madre de Juan el Bautista, pero con la que no tuvo descendencia y, de acuerdo a las costumbres de la época, ya en el epilogo de sus vidas ambos se sentían desaventurados y objeto de maldición. Pero luego de profundas súplicas, ayuno y penitencia, como afirma el relato, son bendecidos y conciben a María.

Otros escritos dan cuenta del prodigio de la niña y sus deferentes cuidados la hacen merecedora a ser consagrada en el Templo, en medio de un ambiente paradisíaco, para ser alimentada con alimentos angélicos y custodiada por sacerdotes que se encargarían de su pureza, hasta su pre-adolescencia cuando, siguiendo las tradiciones de la época, su vida es confiada al anciano José, modesto carpintero pero del linaje de David, en un matrimonio simulado y espiritual, práctica también común en varias corrientes místicas, herederas de antiguos usos y costumbres hebreos.

La ignominia por el matrimonio y la maternidad
Como mencionan el documento anterior o los Evangelios de Tomás, de Pseudo-Mateo, en el Libro de la Natividad de María o documentos del mundo árabe conservados en el Evangelio Árabe, cuando María tiene apenas 14 o 15 años vive la Anunciación del Ángel Gabriel quien le comunica que será madre del Hijo de Dios y queda embarazada.

Pero inmediatamente será rechazada por José, por los sacerdotes del templo y por la gente de su pueblo, que condenan su pecado, su vulnerabilidad ante la supuesta seducción y su traición.

Sin embargo, ante las amenazas de ignominia, María se enfrenta a todos: “... sin que signo de impureza apareciese en su rostro (..) dijo con clara voz para ser entendida de todos:  Por la vida de Señor, Dios de los Ejércitos, en cuya presencia me hallo, que yo no he conocido ningún hombre, y más que no lo debo conocer, porque desde mi infancia he tomado esa resolución (...) Y he hecho a Dios el voto de permanecer pura para El, que me ha creado. Así quiero vivir para El solo, y para El solo permanecer sin mácula mientras exista”. Cap. XII, Evangelio Pseudo Mateo.
Hay que destacar que, según la tradición judía, en esa época los jóvenes varones podían contraer compromiso matrimonial entre los dieciocho y veinticuatro años, mientras que las mujeres a partir de los doce años ya eran consideradas doncellas y a partir de esa edad podían desposarse.

Sin embargo, para las miradas comunes, incluso para las de hoy, la unión de María y José, un anciano de casi 80 años, fue considerado un acto sacrílego y objeto de todo cuestionamiento. Por ello durante su embarazo huyen de un lugar a otro, hasta que camino a Bethelehem, en medio de la aridez del entorno y la nada, se enfrenta al  momento del alumbramiento, lo que les  obliga a cobijarse en una gruta subterránea  sin claridad, pero que -según los registros- se iluminó con la sola presencia de María, quien está a punto de parir mientras que José corre desesperado en busca de unas comadronas para socorrer a la joven. Grande sería su sorpresa cuando al regresar encuentra a María con el niño en su regazo y para cerciorarse de la efectividad del parto una de las comadronas constata que María permanece virgen y tiene leche en los senos para alimentar a su niño.

 A partir de ese momento los diversos textos, producto de la tradición oral, la religiosidad y el apego a antiguas profecías, consagran en María la maternidad divina y la reivindicación de la santidad femenina, luego de la condena padecida por la subversión de Lilith, la primera esposa de Adán, y del pecado de Eva.

Pero la vida de María desde entonces estaría permanentemente en riesgos, atravesada por la incertidumbre y amenaza, como cuando vive el repudio de José que se obliga a guardar el secreto del embarazo, hasta que en un sueño Dios le hace conocer sus designios: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados» y José tendrá que acompañar a María a enfrentar y a huir de los riesgos, porque las amenazas de castigo y muerte recién comenzarían.

El embarazo será  la primera amenaza. La siguiente vendría desde el mismo rey Herodes quien, al sentirse acechado por la aparición de un nuevo rey, de un nuevo Mesías que llegaría para gobernar, ordena la degollación de todos los niños de Bethelehem.

Ya con Jesús niño en Judea, según diversos registros, María y José deben enfrentarse al temor y sospecha que surgen a raíz de los milagros del niño, que no ha superado los cinco años, y que incluyen resucitaciones, curaciones o sanaciones, además de diversos prodigios como la sumisión de fieras y serpientes. Pero también deban responder por las interpelaciones que Jesús realiza a patriarcas del Templo que buscan instruirlo e ilustrarlo en los mandatos de la Ley Divina y que hacen que durante buena parte de los años de  infancia y adolescencia de Jesús, los tres vivan errantes, extranjeros y desterrados.

María Magdalena: la falsa prostituta

Santa y pecadora, culpable y redimida: la figura de María Magdalena a lo largo de los siglos ha sido heredada y traspasada a las mujeres junto con la condena de la sexualidad, porque gracias a las religiones cristianas, particularmente la católica, su imagen se asoció a la de la prostituta arrepentida. Sin embargo, en el Nuevo Testamento no existe una alusión expresa a que  Magdalena  hubiese sido explícitamente una prostituta. Dado que en el evangelio de Lucas sí se menciona que Jesús expulsó siete demonios del cuerpo de una mujer llamada María, la ambigüedad del relato narrado dio paso a diversas interpretaciones y a que se consolide el  mito de la prostituta. [30]

Con todo, el hallazgo en 1945 al sur Egipto en las cuevas de Nag Hammadi de unos papiros que contenían los evangelios de Tomás, Felipe y muchos otros, considerados evangelios apócrifos, proporcionan información más amplia sobre quién fue María Magdalena y permiten definirla como la discípula favorita de Jesús, la mujer que, a diferencia de los otros apóstoles, comprende las alocuciones y explicaciones de Jesús, hasta convertirse en su compañía permanentemente.  El evangelio de Felipe afirma, por ejemplo, que el Salvador  la amaba más que a los otros discípulos y que la besaba en la boca, lo que provocaba celos en apóstoles como Pedro.

Juan Arias, periodista español que trabajó varios años en el Vaticano, afirma que a inicios del cristianismo existieron diversas corrientes religiosas en pugna principalmente "la corriente tradicional, de Pablo y Pedro, y la de los gnósticos capitaneada por María Magdalena", que terminó siendo "arrinconada", ya que esta vertiente teológica estaba "basada sobre el conocimiento más que en el pecado".

Los gnósticos cuestionaban las jerarquías y se enfrentaron al Vaticano, mientras que la corriente masculina, de herencia judía y patriarcal de los apóstoles Pablo y Pedro delinearon las jerarquías que siglos después constituyeron la institucionalidad eclesial que contempla el papado y los obispados, siguiendo una línea contraria a lo que Jesús proclamaba, ya que desde niño se enfrentó a los sabios del templo, tal como se revela en los Evangelios denominados apócrifos, por lo que Jesús en ninguna de sus prédicas sugiere siquiera estar de acuerdo con la imposición de jerarquías de poder de ningún tipo.

La discípula

Pero ¿cómo es que María Magdalena termina convirtiéndose en una de las principales discípulas de Jesús? Algunos textos de los mencionados dan cuenta de que ella solventó económicamente varios de sus desplazamientos para ampliar sus prédicas, gracias a su autonomía económica, ya que María provenía de Magdala, una región en la que sí se permitía a las mujeres a acumular bienes producto de la pesca o el comercio, aspecto que sin duda posibilitó que  María Magadalena acompañe a Jesús por diversos lugares de lo que hoy conocemos como Oriente Medio.

A ello se suma otro hecho significativo: la presencia de esta mujer en el momento de la crucifixión y muerte de Jesús. Los cuatro evangelistas del Nuevo Testamento dan cuenta que al momento de la crucifixión y de la resurrección, además de María, la madre de Jesús, estaba María Magdalena que, de acuerdo a la tradición, en tales circunstancias era de suponer que quien iba a morir en una ejecución esté acompañado en sus últimos momentos por las personas más cercanas y queridas, sea  por lazos de parentesco consanguíneo o afectivo.  Por lo que no es casual que posteriormente haya sido considerada como una santa primero por la Iglesia Ortodoxa y la Anglicana y recién en el siglo XX por la Iglesia Católica.

María Magdalena, la pecadora

Durante siglos se confundió a las dos mujeres para dar preeminencia a la figura de los apóstoles, generando con ello que los iniciales predicadores de las enseñanzas de Jesús, los emperadores que adoptaron como religión el naciente cristianismo y, posteriormente,  los papas y jerarcas de la institución eclesial a lo largo de los siglos nos presenten a María Magdalena como una prostituta, para invisibilizar su protagonismo  y cercanía con Jesús.  En ello fueron fieles también a los preceptos que establecían que el poder político y religioso debían estar en mano de los patriarcas por mandato divino.

Así, como señala el periodista Juan Arias, la identidad de María Magdalena como María de Betania "la mujer quien fue una pecadora" fue establecida en un sermón del Papa Gregorio en el año 591, cuando afirmó que "ella, la cual Lucas llama la mujer pecadora, la cual José llama María [de Betania], nosotros creemos que es María, de quien siete demonios fueron expulsados, según Marcos", aunque no explicita que se tratase de un prostituta, pero que se reforzó gracias también a otra cita de Lucas en la que refiere a una mujer adúltera a la que Jesús salva de la lapidación (Juan 8:3-11) 

Las otras diosas, la virginidad y los arquetipos

Desde la perspectiva simbólica la emergencia de la Virgen María  en la historia, la mitología y la religiosidad judía, islámica o cristiana es una asimilación de otras deidades mucho más antiguas, adoradas en ritualidades y plasmadas en simbologías de culturas mucho más antiguas que la judía, cuyos templos contaban con estatuas de vírgenes en los que la gente ofrecía sus oraciones, sus ofrendas y sus esperanzas. Con el advenimiento del cristianismo, muchos de ellos se transformaron en templos dedicados a María, la Inmaculada Concepción.
Las religiones y las culturas de entonces ceden ante la fuerza cristiana y quienes en tiempos del imperio romano adoraban a Diana o Venus poco a poco la reemplazaron por María, la virgen madre de Jesús, relegando a sus antiguas diosas a las cimientes de nuestra memoria larga, para transformar sus nombres aunque no sus ritualidades.

Diosas  antiguas, y para algunos paganas, como Lilith, Anat, Afrodita, Aradia, Artemis, Astarte, Ceres, Demeter, Diana, Eostre, Gaia, Hera, Ishtar, Isis, Juno, Kali, Minerva, Persefone o Venus ceden así su lugar y dan paso a María, la madre de Jesús. Pero dejan como legado la idea de que la virginidad tiene diversos sentidos: implica desde reivindicaciones de autonomía hasta representaciones religiosas y simbólicas ligadas a la fertilidad divina, con poco énfasis entre virginidad y castidad, lo que permite descubrir que el título de “Santísima Virgen” ya fue otorgado a otras diosas, aquellas que precisamente representaban a mujeres poderosas con autonomía, que no tenían que responder ante ningún hombre ni por ningún niño.
Para algunos estudiosos, la virginidad no estaba ligada a la continencia sexual, sino más bien a una condición emancipatoria, pero que siglos después, por la tradición cristiana, se convertiría en un acto reivindicativo del pecado original de Eva. De esta forma,  durante los siglos posteriores se sublimará la virginidad física de María y la concepción inmaculada de Jesús, porque desde comprensiones literales del nacimiento virginal, Jesús es totalmente humano y totalmente divino.

Pero siglos atrás en Grecia los nacimientos virginales son parte de las prácticas de las deidades de su enorme panteón religioso y son atribuidos a personajes humano-divinos o semi-divinos, héroes o sabios como lo evidencian las historias de Pitágoras, Platón, Alejandro, Zoroastro, Sargón, Perseo, Jasón, Mileto, Minos o Asclepio, por mencionar algunos ejemplos que hoy pueden ser corroborados fácilmente en la red informática.   

Otro dato significativo y recogido de los saberes populares antiguos y el arte que sobrevivió a lo largo de los siglos es la representación de las diosas como síntesis perfectas de Trinidad originaria, en la que convergían virgen, madre, sabia/bruja. Por lo que el término “doncella” usualmente era sustituido por el término “virgen” para de-sexualizar la palabra, la que a su vez asociaba a la adolescente casi niña con virgen o doncella justo al comienzo de la menstruación. De esa transición y transformación de la niña en una joven mujer, nace en muchas culturas mediterráneas la celebración de ritos en honor a la libertad de la juventud.

Joseph Campbell une el nacimiento de Cristo con el nacimiento de Buda y denomina a ambos acontecimientos “the birth of compassion”, señalando que los héroes y semidioses nacen no de la sexualidad ni de la auto-preservación, sino de la compasión, un nacer del corazón. Visión que compartirían también las distintas corrientes gnósticas que vieron en la concepción de Jesús una realidad simbólica y de unión con el Espíritu Santo femenino, la Sophia con el Padre Dios masculino.

Por lo que esas presencias míticas, no exentas de heroísmos, a lo largo de la historia se han convertido en figuras o presencias arquetípicas, cuyas vidas se multiplicaron en réplicas comunes en diversos contextos, tiempos y espacios, anclados en antiguos pasados que tenían como plataformas comunes hitos fundantes y emblemáticos como referentes de vida y con potencialidades para dar paso al afloramiento de nuevas eras.

Por ello que es en el inconsciente colectivo estudiado y desarrollado por Carl Gustav Jung que se ancla un lenguaje común a los seres humanos de todos los tiempos y lugares del mundo, constituido precisamente por simbologías comunes capaces de expresar contenidos  que pueden ser interpretados más allá de los límites de la razón. Imágenes arquetípicas, que bien podrían traducirse también como imágenes ancestrales, oníricas y fantasías con motivos universales, de grandes coincidencias y similitudes, registrados y transmitidos sobre todo a través de las religiones, los mitos y leyendas, constitutivas precisamente de ese inconsciente colectivo.

De ahí que la figura de María, enfatizando en su virginidad y maternidad, se fusionará a la imagen arquetípica de las diosas pre judeo/cristinas e islámicas, para reforzar simbologías como las de la Madre de Dios, la Virgen, Sofía; los anhelos de salvación ante la condena del pecado de Eva y, como afirmaba el propio Jung, de un modo más amplio, como la base de « la iglesia, la universidad, la ciudad, el país, el cielo, la tierra, el monte, el mar y las aguas estancadas; la materia, el inframundo y la luna» (…) «como lugar de nacimiento y de procreación, los sembrados; el jardín, la roca, la cueva, el árbol, el manantial, el pozo, la pila bautismal, la flor como recipiente; como círculo mágico o como tipo de la cornucopia».

El poder de la maternidad

Sin embargo, el poder de la maternidad será otro de los antiguos arquetipos que se encarnarán también en la figura de María, como elemento que condensará fertilidad, fuerza creadora, autoridad femenina, magia, sabiduría, altura espiritual más allá del intelecto; lo bondadoso, protector, sustentador, lo que da crecimiento, fertilidad y alimento; el lugar de la transformación mágica, del renacer; el instinto o impulso que ayuda; lo secreto, escondido, lo tenebroso, el abismo, el mundo de los muertos, lo que devora, seduce y envenena, lo angustioso e inevitable, como puntualizará C. G. Jung en su obra Los arquetipos y lo inconsciente colectivo. Un inconsciente colectivo que también fue objeto de interpretaciones, redefiniciones, concentraciones de poder y cientos de miles de intencionalidades religiosas y dogmáticas.
Así, María fue el símbolo que se usó en las escrituras canónicas para condenar al embarazo y reivindicar la virginidad sublimada, dejando de lado paradójicamente e invisibilizando la historia que narra cómo en vida huyó como fugitiva y errante para evitar la lapidación, cuáles fueron sus poderes de sanación y su fuerza protectora, capaz de sobreponerse al peor de los dolores. Sin embargo, su impronta femenina se reivindicaría a lo largo del mundo con reedificaciones en su honor, festividades y cientos de miles de ritualidades para recordarnos, a través de los siglos y los milenios, el rostro femenino de Dios.

El modelo de la mujer asexuada

Tenemos así que en diversas tradiciones religiosas, no sólo la católica, la santidad de María madre se convertirá en el modelo de mujer ideal, santa, abnegada y protectora, pero por encima de todo, virgen. Y la virginidad se consolida como el máximo valor del patriarcado judeo/cristiano, mientras que el sexo y todo lo relacionado con el cuerpo se condenan como elementos del pecado, vinculados al mundo de los infiernos.  

Desde entonces el placer, el erotismo, la desnudez, las caricias, los besos y el sexo, la naturalidad de la sexualidad y todas sus biológicas y naturales implicancias serán descalificadas si no se ligan a la procreación, al grado de ampliar las compuertas a la violencia sancionadora no sólo desde los confesionarios religiosos, sino desde las normativas y las prácticas cotidianas, incluso hasta hoy. 

La condena del cuerpo con la condena de María Magdalena

La iconografía religiosa, desde el periodo bizantino a la fecha, se ha ocupado de reforzar la imagen de María Magdalena como prostituta arrepentida a contracorriente de las vertientes religiosas de los gnósticos, los que preservaron los evangelios denominados apócrifos y que la erigieron como la principal discípula de Jesús  y su esposa, aunque las desavenencias entre Pedro y ella fueron evidentes, tal como lo refleja el Evangelio de Felipe cuando alude a un reclamo de Pedro cuando éste cuestiona: ¿por qué tenía que enseñarle a ella cosas que a nosotros no nos enseñaba? Y ahí otro de los apóstoles dice: "Bueno Pedro, si él lo ha querido así, si él la ha escogido a ella tenemos que aceptarlo". En este evangelio como en aquellos otros definidos como gnósticos aparece nítidamente la idea de que Jesús no objetaba ni se oponía a que otras mujeres lideradas por María Magdalena difundiesen sus enseñanzas junto a la de los hombres. No hay que olvidar que las corrientes religiosas adscritas al Antiguo Testamento  en lo que respecta a las mujeres asentaron sus preceptos y mandatos en la culpabilidad de Eva con el pecado original, que derivó en la culpa de la desnudez y el cuerpo, con el parir con dolor por castigo divino  y con la expulsión del paraíso, configurando una suerte de culpa primigenia por el simple hecho de haber nacido mujer.

A ello se sumó  la subordinación judeo/cristiana de las mujeres, por lo que el protagonismo de la Magdalena no podía ni debía evidenciarse, ya que su sola presencia como seguidora de Jesús constituía una profunda transgresión a las costumbres de dichas culturas, principalmente a las herederas del Antiguo Testamento. Y no sólo desde el punto de vista de los preceptos religiosos, sino fundamentalmente culturales, por lo que la mitografía patriarcal condensa en su figura a todas las mujeres pecadoras, arrepentidas y poseídas que aparecen durante las prédicas de Jesús, al grado de convertirla en una prostituta arrepentida y, luego de la crucifixión de Jesús, en una mujer penitente, que hasta su muerte habitará una cueva en el desierto en penitencia, ayuno y mortificación de su carne. Carne en tanto cuerpo, objeto del deseo, placer, fornicación, apropiación, posesión o lujuria  y, por tanto, elemento de condena, ya que en la época de Jesús los usos y costumbres sometían a las mujeres consideradas como pecadoras a la lapidación y a la muerte si es que se transgredían las normas de la sumisión y subordinación. 

Ello, porque predominaba la idea de que las mujeres desde niñas eran propiedad primero de los padres y luego de los esposos, cuya principal misión era la procreación y, cuánto mejor, de primogénitos varones, para luego consolidarse como cuidadoras y protectoras no sólo de sus hijos, sino de sus maridos, padres, hermanos o suegros.  Esta concepción  se reforzó durante siglos por las tradiciones judías, musulmanas e islámicas principalmente, superponiendo a María madre de Jesús desde la veneración, fundamentalmente por su VIRGINIDAD y porque su embarazo se produjo por obra y gracia del Espíritu Santo, sin haberse manchado por ello con “el pecado de Eva”.

El supeditado sentido del amor

En esta línea, el amor entre las personas termina supeditándose a la reproducción, el matrimonio se convierte en símbolo de esa unión y lo que está al margen de ese canon también ingresa al mundo de la condena, de la prohibición, del pecado y del juzgamiento.  Aunque hay que recordar que el matrimonio según usos y costumbres de las culturas en la época de Jesús, como antes y después, fueron por sobre todo arreglos familiares, sin la mediación del amor, pues en muchos casos constituían transacciones y arreglos familiares antes de que nacieran los hijos o hijas, en los que  las mujeres no tenían opción alguna a manifestarse, como ocurre todavía en algunas sociedades de oriente medio.

No en vano María Magdalena a lo largo de casi mil quinientos años cargará el estigma de la pecadora, de la prostituta, hasta que en 1969, el papa Pablo VI elimina del calendario litúrgico el apelativo de "penitente" adjudicado tradicionalmente a María Magdalena y desde entonces se la deja de considerar prostituta arrepentida. Pero milenio y medio de tradición no son suficientes para reivindicar su imagen de lideresa, de discípula favorita o de esposa de Jesús  ante millones de católicos que la siguen considerando como una pecadora.

Sin embargo, esa historia nos ocultó la violación a la que fueron sometidas las mujeres durante milenios por pactos matrimoniales en los que no necesariamente primó el amor, sino los arreglos familiares y sociales, así como los mandatos religiosos y estatales, pues ambos fueron de la mano.  Violaciones y violencias que se escondieron a lo largo de los últimos dos milenios, principalmente.

Joseph Campbell afirmaba  que el sentido del amor, el romance o la exaltación de la pasión surge recién en la Edad Media, en contradicción directa con la enseñanza de la Iglesia: la palabra AMOR leída al revés es ROMA, y se la empleó para validar las ideas de la Iglesia Católica Romana que justificaba matrimonios que eran de carácter puramente social o político. Por eso nació este movimiento (el de la Edad Media)  validando la elección individual a la que yo llamo seguir el camino de tu felicidad. 

A partir de entonces las sociedades occidentales, recién comenzaron a reivindicar el amor y tímidamente el placer y el disfrute de la sensualidad y sexualidad legada hace siglos por los griegos, por ejemplo. Aunque claro, debió pasar mucho para que arribemos a la revolución sexual de los años 60 que posibilitó que nos enfrentáramos a nuestras naturalidades, diversas, complejas, pero atravesadas todavía por las culpas del pecado de Eva o de María Magdalena... Aunque todavía nos queda mucho recorrido para que expiemos las culpas y los miedos religiosos y culturales que se apoderaron de nuestros cuerpos, de nuestras libertades,  de nuestras subjetividades y de historias y religiosidades que injustamente condenaron a cientos de millones de mujeres a lo largo de la historia por pecados inventados o violaciones obligadas. María Magdalena es símbolo de ello.

Los mitos originarios precolombinos

"Antes, los hombres vivían en la oscuridad, los Chullpas, primeros pobladores del mundo, se alumbraban con la fresca luz de la luna [...]Después de muchos siglos, los sabios pronosticaron la salida del sol [...] Al saber que en el universo se impondría la luz candente de un sol poderoso (Thuñi) y que aparecería del lado oeste, todos se apresuraron en construir sus guaridas con puertas hacia el este [...] El sol amaneció por el oeste, pero, después,el sol apareció por el este ocasionando su muerte, sofocados por el extraño calor solar [...] El sol mató a los Chullpas, pero una pareja se metió al agua y  donde permanecieron todo el día hasta la puesta del sol. Sólo al volver la noche reiniciaban su vida normal,y así durante algún tiempo hasta que se acostumbraron al nuevo sistema de vida, con días y noches. Los chipayas actuales son sus descendientes...".

La antigüedad y origen de los pueblos Uru Chipayas, Qhas Qut suńi Uros – Chipaya-Chulluñi-Irohito-Murato se devela precisamente en sus mitos de origen y en la historia oral que ha sido transmitida a lo largo de generaciones,  se presume que es anterior a los 2.000 a.C y que habrían subido de las islas del Pacífico Sur o que incluso tendrían origen amazónico, sin descartar la presunción de las migraciones asiáticas por el estrecho de Bering. - Vivíamos asentados en una extensa faja que iba desde el río Azángaro -ahora del Perú- seguía las orillas del lago Titicaca y el Desaguadero hacia el lago Poopó, hasta los Lípez. Formaba este territorio un eje acuático, de norte a sur, como se puede apreciar en el mapa del s. XVI. Otros urus vivían en la costa del Pacífico, entre Cobija, Arica y Camana.[31]

Dentro de sus tradiciones la complentariedad fue fundante de la cosmovisión Uru Chipaya que se tradujo en la presencia de los dioses o Mallkus, deidades masculinas y las T’allas deidades femeninas, que intervienen en todo tipo de ritos que acompañan la mayor parte de sus actividades. Deidades sagradas vinculadas a la naturaleza que a pesar de la aridez de un territorio salino a más de 4.000 m.s.n.m, del frío, las sequías y los vientos les da cobijo con los dones austero y generosos del río Lauca, la Pachamama, la Madre Tierra, las montañas del Sajama, la Torre Mallku, otros mallkus de cada ayllu.[32] 

En sus relatos se develan dos deidades que acompañan la sacralidad y ritualidad de su historia milenaria: la serpiente (quwak) y Wari; la serpiente relacionaba el mundo superior o cielo con el e abajo.   Wari creador del mundo, habitante del Uracharku, territorio de fuego y relacionado con la actividad volcánica, considerado como el principio masculino por encontrarse cerca de los yacimientos de oro y relacionado con el sol y el fuego. Así como el principio femenino del Warsicharcu o señorío de las aguas reflejado por filones de plata y relacionado con la luna y las aguas de los lagos Poopó, Titicaca y Desaguadero, así como las del río Lauca.

Cuando fueron sometidos por los Aymara, los dioses Quwak y Wari fueron las únicas deidades que sobrevivieron al proceso de dominación,.

Los Uru, realizan ritos en todas sus actividades como cazar, la agricultura, pescar, construcción de sus viviendas, los ritos para pescar son practicados dos veces al año el primero entre marzo y abril y el segundo en agosto. -El orgullo de nuestro pasado remoto como "chullpa puchus" nos da valor para luchar por una justa atención y el respeto que merecemos como la minoría étnica más importante del mundo andino-”.[33]

La Pachama, la Madre Tierra, la divinidad panandina más importante, diosa de fertilidad,  de la tierra productiva que abarca las nociones de espacio y tiempo, holística y compleja, presente en los señoríos aymaras, en Tiahuanacu y en diversas culturas indígenas preincas, aunque ha ejercido gran influencia la cosmovisión aymara, pero que a su vez posibilita la existencia de deidades en espacios sacralizados como las aguas, las montañas, el universo o las profundidades de la tierra que se acercan o se alejan, emergen o se sumergen, en ocasiones especiales o en tiempos cíclicos sagrados, y que configuran principalmente tres  espacios de hábitat de deidades, (quechua verificar)[34]:

a) Araxpacha:  Espacio de arriba, relacionado  con el cielo, el Cosmos, mundo de arriba, en cuyo espacio se ubican las deidades de arriba o del cielo, ligado al ciclo de la luna que incide en la  fertilidad de las mujeres, de la naturaleza y de los animales.

b) Akapacha:  Espacio o mundo de acá, en el que  existen deidades tangibles e intangibles, coexistiendo en estrecha relación con el ser humano y en que  la deidad fundamental  es la Pachamama,   generadora de vida de todos los seres de la tierra, por lo que se le rinde cultos milenarios, Pachamama que a su vez puede ser benévola y dadora de vida,  así como malévola en consonancia con la conducta humana, que puede reprender o enseñar a través de diversas señales, por lo que la gente en cada ato ritual la venera, junto a deidades protectoras como las montañas femeninas y masculinas y otras divinidades, dependiendo los contextos, y que se manifiestan a través de libaciones, phawa y ch'alla , complejidades ampliamente estudiadas por Denis Arnold, Olivia Harris, Ma. Eugenia Rostworowski, Mauricio Mamani, Domingo Llanque, Xavier Albó entre otros estudios del mundo andino.


c) Manqhapacha: Espacio o mundo de abajo, en el que habitan deidades con poderes y funciones específicas, emergen de lugares o sitios sacralizados como las Pukara. Para la percepción occidental estas deidades se conciben saxra o supaya, entes sobrenaturales aymaras que pernoctan en el subterráneo, que pueden causar daños o beneficios, con el periodo colonial se asocian a "demonios o diablos", sin embargo estas deidades andinas pueden ser benevolentes y dadivosas cuando el humano cumple con las ofrendas necesarias y castigan cuando la gente olvida su existencia y hace mal uso de las tierras sacralizadas, como lo señalan Han Van den Berg, Juan Van Kessel o Domingo Lllanque, entre otros estudiosos.[35] 

Wiracocha

Otra de las deidades fundamentales de las culturas andinas precolombina, incluso preinca es la aparición del gran dios Wiracocha, Viracocha, Apu Kon Titi Wiracocha, Dios creador del mundo desde los albores de los señoríos aymaras y la cultura Tiahuanaco. Deidad andrógeno, creado por él mismo, hermafrodita, dios inmortal cuyo culto fue introducido durante la expansión de Wari-Tihuanaco, supremo, creador del universo y todo lo que contiene: la tierra, el sol, los pueblos, plantas, que se presentaba en diversas formas y estaba en todas partes. [36]

Wiracocha o Viracocha estaba  íntimamente relacionado con las aguas de los mares, de los ríos, el creó el universo, sol, la luna y las estrellas, el tiempo y las civilizaciones mismas. El mito registrado por Juan de Betanzos, Viracocha pasó por Lago Titicaca durante el tiempo de la oscuridad para traer la luz, del periodo pre solar.  Wiracocha hizo el sol, la luna y las estrellas; la humanidad al respirar en las piedras, pero surgieron gigantes sin cerebro que le desagradaban. Así que destruyó a todas las criaturas vivas con un diluvio e hizo una nuevas criaturas de piedras más pequeñas, el hombre actual.  Las leyendas cuentan que luego Wiracocha finalmente desapareció al caminar sobre las aguas  en el Océano Pacífico, prometiendo regresar[37].

La imágenes de la Puerta del Sol y de los templos sagrados de Tiahuanacu evidencian la la configuración andrógena del Dios Wiracocha y las Estelas o Monolitos identidades femeninas, siguiendo los estudios de Arturo Posnaski , “Tihuanaku cuna del hombre americano”. Para el cronista Pedro Sarmiento de Gamboa señaló que Viracocha fue descrito como "un hombre de mediana estatura, blanco y vestido con una túnica blanca, con una cinta asegurada a su cintura, y que llevaba un bastón y un libro en sus manos". [38]

Los relatos cuentan que el  dios Wiracocha luego de su creación decidió vagar por la tierra disfrazado de mendigo, enseñando a sus nuevas creaciones los fundamentos de la civilización, así como del trabajo. 

Quilla  o  Mama Killa

Otra de las deidades femeninas fundamentales en las cosmovisiones originarias es el de la diosa Luna, Quilla, o la Mama Klla, hija del dios Wiracocha y posteriormente con la emergencia del imperio Inca,  hermana y esposa del Dios Inti. 

Con el surgimiento del incario se cuenta que  Mama Quilla engendro a Manco Cápac y Mama Ocllo, los fundadores míticos de la cultura Inca. Mama Quilla era la diosa del matrimonio y del ciclo menstrual, y era considerada una protectora de las mujeres.

La mitografía  devela que Mama Quilla lloró lágrimas de plata y que los eclipses lunares se producían cuando ella era atacada por un animal. Mama Quilla era representada como una hermosa mujer y durante el incario, cientos de años después a los del imperio Tiahuanacu, sus templos en el Cusco serían atendidos por sacerdotisas dedicadas de los Acllahuasis, pero desde otras relaciones basadas en la subordinación.[39]

De acuerdo a registros el padre Bernabé Cobo, cronista de mediados del siglo XVI, la luna era adorada por la belleza admirable y los beneficios que otorga al mundo. Ella era importante para calcular el paso del tiempo y del calendario, debido al hecho de que muchos rituales panandinos se basaban en los calendario lunares.

Uno de los mitos que rodea a la diosa de la luna era sobre las "manchas oscuras" que se observaban en la Luna, Se creía que un Zorro se enamoró de Mama Quilla, debido a su belleza, pero cuando ascendió al cielo, ella lo apretó contra ella, produciéndose heridas.

Siglos después los incas superpusieron su religiosidad y veían a los eclipses lunares con gran temor ya que creían que durante eclipse, un animal, posiblemente un zorro, león de montaña, serpiente o Puma estaba atacando a Mama Quilla; por lo que  la gente intentaba ahuyentar a los animales con armas arrojadizas, gesticulando y haciendo ruidos para ahuyentar al animal, porque temían quedar en la oscuridad.

Tradición que continuó después del sometimiento de los Incas por el  imperio español y la imposición católica, los conquistadores usaron en su beneficio los eclipses lunares y aprovecharon los saberes indígenas ya que eran capaces de predecir los eclipses, o cuando tendría lugar. 

Mama Kocha -Mama Cocha

Otra de las deidades fundamentales en el panteón panandino fue la de Mama Kocha -Mama Cocha  diosa de los mares, de las aguas y de las lagunas, protectora de los marineros y pescadores. En una leyenda se dice que es madre del dios Inti, el dios Sol y de Mama Quilla, puede ser dadora de vida, pero también puede arrebatarla, dentro o fuera de las aguas.

Coyllur

Las Estrellas, la diosa Coyllur, también formaba parte de nuestras deidades, fue compañera fiel de Mama Killa, se creía que las estrellas representaban a los animales y aves de la tierra y que tenían similitudes en el cosmos, lo que dio lugar a determinar las constelaciones.

Mama Zara

Entre las deidades panandinas está la figura de la diosa del maíz  y los alimentos, Mama Zara que se materializaba en las flores de maíz de extrañas formas y las mismas se utilizaban como pequeñas réplicas de la Diosa. Esta deidad también es adoptada por el imperio inca, aunque en las culturas indígenas, originarias y campesinas asumen nombres diversos y matices específicos.

Chaupiñamca

Chaupiñamca huaca de la fertilidad y la protectora de las cosechas, una de las diosas-huacas más veneradas de la región andina de Huarochirí,   la gente la considerará como si fuera su propia madre. En su santuario a Chaupiñamca se le ofrecían sacrificios,  y los varones como parte de la ritualidad de fertilidad le ofrecían sus bailes desnudos,  toda la noche y luego se dirigían hacia la pampa, exclamando alegres: ¡Es la fiesta de nuestra madre!.[40]

Cinco días seguidos festejaban a Chaupiñamca. En esos días la fertilidad de la zona aumentaba y se cuenta que durante un largo período  la apariencia de la diosa-huaca Chaupiñamca fue como la de todas las mujeres. Sin embargo, un buen día se transformó para mutar su aspecto humano y convertirse en una roca de cinco brazos. Por último, después de la llegada de los españoles, la diosa-huaca se escondió bajo tierra. Sin embargo, a pesar de no verla, las comunidades continuaron venerándola en generaciones posteriores.[41]

Sypavé
Diosa y madre de todos, de los pueblos guaranís. Tupá, el padre de todos  le dijo -Mujer, que de mi naciste a mi semejanza, te doy por nombre Sypavé, madre de todos- y con ello  les dió consejos para que vivan en amor y puedan pacíficamente procrear. También puso a disposición de sus hijos/as  los seres vivos y los productos de la tierra para que los puedan utilizar sin desperdicios

Sypavé protegía la fertilidad, la vida, las plantas, los animales, estaba presente en el día y la noe, en la oscuridad y la luz, en el todo y en la nada.

 Poräsy

Madre o diosa de la hermosura  y de gran fuerza física,  Poräsy se sacrificó para redimir a su pueblo de la dominación de los siete hermanos maléficos, hijos de Taú y Keraná, Poräsy protegía a las amazonas, valientes guerreras que protegía sus pueblos contra los invasores y su violencia destructiva.

 Guarasyáva

Guarasyáva diosa que se casó con Karivé, tambien llamado por Paragúa, hombre del mar, diosa que transitava entre la tierra y las aguas, protectora de la naturaleza y sus animales.

 Arasy

Arasy  diosa y madre del cielo,  consagra como madre   y  fija por morada la luna –Jasy- . Arasy  es la deidad que creó la raza , el origen del pueblo guaraní, pero también Arasy  está presente en otros pueblos del Caribe. 

En una remota mañana Tupâ y Arasy bajaron a la tierra. Instalados sobre una colina, de Areguá, de allí crearon los mares y ríos, los bosques, las estrellas y todos los seres del universo

 Kaá Jar´y – Caá Yari

Kaá Jar´y – Caá Yari diosa  y dueña de la yerba mate, deidad de cabellos plateados, que cotidianamente regala a su pueblo la yerba mate, para darles lucidez, fuerza y protección en sus faenas.

 La Loma Sagrada

La “Loma Santa,” mítica loma grande de tierra con cualidades Utópicas, hacia donde los indígenas oprimidos pueden   escapar de la pobreza y la explotación de los blancos. Deidad tutelar de civilización Moxeña y que en su seno protege a los seres vivos, se cuenta que cuando sube las aguas bravas de los ríos sus entrañas rugen para alertar a su pueblo y para que busque protección en sus alturas. 

Los orígenes del patriarcado
Mitos, historia, fantasía o quimera a pesar de los milenios y las distancias, físicas o culturales, esculpieron nuestras memorias largas con las mismas narrativas, como bien afirmaba el máximo estudioso de la mitología, Joseph Campbell:   ”Los mitos han existido desde siempre, están en la raíz de cada pueblo, de cada tradición conocida, son la base de nuestra inmensa riqueza cultural. En tiempos remotos, los seres humanos encontraban en ellos pautas y ejemplos, consejos, direcciones y vías para encauzar la trayectoria que debían dar a sus propias vidas. Veían en ellos el camino que podía llevarles al descubrimiento y a la realización del sentido de la existencia, ese oculto y ansiado sendero que nos lleva al conocimiento de nosotros mismos, a saber que somos uno con los demás y con toda la naturaleza que nos rodea”.

Campbell, corrobora los diversos hallazgos afirmando que al final de la Edad del Bronce y en el amanecer de la Edad del Hierro (alrededor de 1250 a.C. en Levante) existió una especie de rebelión contra el poder femenino que instauró a la fuerza una cultura patriarcal. En el seno de esta revolución patriarcal se eliminó la veneración a diosas o dioses de la fertilidad, y comenzaron a triunfar héroes masculinos con valores patriarcales como la capacidad de acción, la valentía, la fuerza bruta, la capacidad de herir y defenderse…pero también, como nos muestra la Historia de Occidente, la práctica de aniquilar y destrozar culturas y de expoliar los recursos de los pueblos más débiles y pacíficos.

Para autores como  Joseph Campbell, Anne Baring y Jules Cashford, Coral Herrera, Pepe Rodríguez, principalmente, la arqueología demuestra que durante los últimos 40.000 años de la Prehistoria humana sólo se rendía culto al Principio femenino, a la Madre Naturaleza, a la Madre Tierra o a la Gran Madre Tierra, todas ellas variantes de un mismo mito.

Por ello las constataciones de esos pasados se tradujeron en producciones simbólicas antropomorfas de esculturas, relieves y grabados de todos los continentes, exclusivamente femeninas. Y es esencial recordar este principio y a estas mujeres, diosas creadoras y tenaces que compartieron la misma historia de las sirenas, las amazonas, las hetairas de los griegos -prostitutas sagradas, sabias, dadoras de vida- que, a pesar de milenios de invisibilización, de tergiversaciones histórico/religiosas, de inquisiciones extirpadoras de idolatrías, de imposiciones o posesiones demoníacas, de configuraciones monstruosas que las describe como pecadoras y ángeles caídas, cimentaron nuestras memorias.

Emergen los dioses poderosos, los invasores, se instalan los reinos, los imperios, los soberanos y los vasallos, se impone la fuerza de la razón,  la Naturaleza y sus sabidurías se desplazan por la cultura, aparecen los patriarcas de la historia, los poderes clericales y políticos  adscritos a un único dios.
Sin embargo, las dualidades heredadas  del árbol del bien y del mal  no pudieron penalizar con el olvido a Lilith, Ishtar, Afrodita o Isis, porque sus legados emergieron luego con María, la madre de Jesús o con María Magdalena, la discípula favorita, la esposa, ambas condenadas en vida a huir hasta sus últimos días por la amenaza permanente de la lapidación, de la muerte.

El poder de la fuerza, el dominio asentado en la violencia, la sumisión, el menospresio y la subordinación se impusieron primero, luego vino la Inquisición con sus miedos religiosos, con el pecado, que cercenaron nuestras subjetividades y también nuestros cuerpos, lo complementario se convirtió en opuesto, en enfrentamiento, en dolor cotidiano, sin Loma Santa que nos proteja, pero no aniquilaron la fuerza para despertar a nuestras Diosas Creadoras, a la Pachamama, nuestra Madre Tierra, para escribir otras historias, verdaderamente respetuosas de la vida, de la diferencia, con equidad, profundamente depatriaralizadoras, como nuestras diosas fundidas en la fuerza de la Luna, que muere de día y resucita de noche sin dejar de estar viva y en complementariedad, creciente y menguante, contenida y trascendida.

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[1] Anne Baring y Jules Cashford, El mito de la diosa, Fondo de Cultura Económica, 2005, México, pág. 745
[2] Idem.
[3] Idem
[4] Idem
[5] Anne Baring y Jules Cashford, op.cit.
[6] Pepe Rodríguez, Dios nació mujer, Ediciones Grupo Zeta, Barcelona, 1999
[7] Idem
[8] Joseph Campbell, en diálogo con Bill Moyers, El poder del mito, Colección reflexiones, Emecé editores, Barcelona.
[9] Idem
[10] idem
[11] Anne Baring y Jules Cashford, El mito de la diosa, Fondo de Cultura Económica, 2005, México
[12] Coral Herrera Gómez, La Revolución patriarcal y el fin de las diosas, mujerpalabra.net
[13] Anne Baring y Jules Cashford, El mito de la diosa, Fondo de Cultura Económica, 2005, México
[14] Idem
[15] Coral Herrera Gómez, La Revolución patriarcal y el fin de las diosas, mujerpalabra.net
[16] Jung, Carl Gustav, Obra completa. Volumen 9/I. Los arquetipos y lo inconsciente colectivo, Editorial Trotta.
[17] Idem
[18] Jung, Carl Gustav (1999-). Obras completas. Madrid: Editorial Trotta. 
[19] Idem
[20] Sergio Herchcovichz, Centro Argentino Jung, http://www.centrojung.com.ar/texto_opuestos.htm
[21] Idem
[22] Johann Jakob Bachofen, “El matriarcado”, traducción castellana de Begoña Ariño, Editorial Anthropos. 1988, Marta Silvia Dios Sanz, El matriarcado", editado en El hilo de Ariadna,   Temakel, http://www.temakel.com/texmitmatriarcado.htm y página electrónica http://www.elciudadano.cl/2009/09/26/bachofen-y-el-matriarcado-o-cultura-ginecocratica/
[23] Idem
[24] Johann Jakob Bachofen, “El matriarcado”, traducción castellana de Begoña Ariño, Editorial Anthropos. 1988 wikipedia.org/wiki/Johann_Jakob_Bachofen, Pepe Rodríguez,  Dios nació Mujer, Ed. SineQuaNon, Barcelona, 1999
[25] Marta Silvia Dios Sanz “El matriarcado" editado en El hilo de Ariadna, Temakel
[26] Patricia Flores Palacios, Semanario La Epoca, La Paz, marzo 2011
[27] Idem
[28] Patricia Flores Palacios, Semanario La Epoca, La Paz, abril 2011
[29] Idem
[30] Patricia Flores Palacios, Semanario La Epoca, La Paz, julio 2011
[31] Nathan Watchtel, El regreso de los antepasados, Los indios Urus de Bolivia del siglo XX al XVI Ensayo de historia regresiva, Fondo de Cultura Económica, México 2001, Mario Montaño Aragón, Raíces semíticas en la religiosidad aymara y quichua, Colección historia Ultima Hora, 1979, Ramiro Molina, http://saapnfo.ted.hu/qutsuni/index., www.educabolivia.bo/, www.musef.org
[32] Idem
[33] Idem
[34] Manuel Mamani, El rito agrícola de Pachallampi y la música en  Pachama, precordillera de Parinacota
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Hans van Den Berg,  "La tierra no da así no más". La Paz,  Talleres HISBOL. Olivia Harris, et al "Pacha: En torno al pensamiento aymara", Raíces de América. El mundo Aymara. Editado por Xavier Albó. Madrid: UNESCO, Alianza Editorial y Juan Van Kessel, et al. Críar la vida: Trabajo y tecnología en el mundo andino, Domingo Llanqe, Ritos y espiritualidad Aymara. La Paz: Ediciones Gráficas E.G.
[35] Idem
[36] Luis Millones, Perú indígena : poder y religión en los Andes centrales, Peter Kaulicke,  Religión y culto, Jorge Silva Sifuentes El imperio de los cuatro suyos, http://www.wanamey.com/peru-cusco/religion-andina-inca.htm, www.historiacultural.com/2010/03/dioses-religion-inca.html

[37] Idem
[38] Arturo Posnansky “Tiuanaku cuna del hobre americano” Vol III y IV, Ed. Agustin Publisher- New York 1945,  www.historiacultural.com/2010/03/dioses-religion-inca.html
[39] Idem
[40] Idem
[41]  Idem




ESTE ENSAYO FUE PUBLICADO EN EL LIBRO: POLÍTICAS PÚBLICAS, DESCOLONIZACIÓN Y DESPATRIARCALIZACIÓN EN BOLIVIA, ESTADO PLURINACIONAL, POR EL VICEMINISTERIO DE DESCOLONIZACIÓN DEL ESTADO PLURINACIONAL DE BOLIVIA, AGOSTO, 2011.