martes, 1 de marzo de 2011

Sobre la posición del Vicepresidente Álvaro García Linera frente a la crítica:

EL ÚLTIMO JACOBINO
Raúl Prada Alcoreza*
Hay un libro difundido, incluso convertido en película por el director Michael Mann, que intitula El último Mohicano; es la obra más conocida y leída de James Fenimore Cooper. Situada en la época de las luchas entre Gran Bretaña y Francia por el control de América del Norte. De lo que vamos a escribir ahora no es de este tema, sencillamente hacemos una paráfrasis para hablar del último jacobino, no para hablar de guerras entre potencias y de su incorporación en la misma de los pueblos nativos de América.
Vamos a hablar de un disfraz, de aquello que habla Hegel y es mencionado por Karl Marx en El 18 de brumario de Luis Bonaparte, el sobrino de Napoleón Bonaparte, cónsul y emperador en el crepúsculo de la Revolución Francesa. En el texto citado se dice que: Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y la otra como farsa. Caussidière por Dantón, Luis Blanc por Robespierre, la Montaña de 1848 a 1851 por la Montaña de 1793 a 1795, el sobrino por el tío.
El último jacobino es entonces una figura literaria para mostrar una comedia política. Hay quien se inviste del ropaje de los jacobinos, la izquierda de la Asamblea Legislativa francesa de 1791, para emular sus acciones, vinculadas a la democracia que patrocinaban, que era de alguna manera parecido al paradigma de democracia concebido por Jean Jacques Rousseau, resaltando su forma corporativa así como en lo que corresponde a la figura de ciudadano. De El contrato social, se comparte la tesis según la cual la soberanía reside en el pueblo. También se comparte el concepto de voluntad general, que no puede entenderse como la agregación de las voluntades particulares sino que emana del interés común. Este supuesto es algo que habría que discutir sobre todo cuando se trata de pensar lo plural, lo plurinacional y el ejercicio plural de la democracia participativa. En todo caso, estos temas corresponden a la historia de la Revolución Francesa.
Es difícil traerlos al presente de la revolución boliviana, al llamado proceso descolonizador, a no ser que se confunda al proceso que conduce a la fundación del Estado plurinacional comunitario y autonómico con la Revolución Francesa.
Esta extemporaneidad, esta descontextualización de la Revolución Francesa y traslado metafórico a Bolivia de principios del siglo XXI, denota una desubicación total y una pretensión de adquirir los mismos significados, ribetes y simbolismo, cuando de lo que se trata es entender los significados del proceso boliviano, íntimamente vinculados a la descolonización, a la democracia participativa, al ejercicio directo, representativo y comunitario de la democracia, cuando de lo que se trata es de la muerte del Estado-nación.
Este anacronismo figurativo que sólo puede adquirir existencia en la cabeza del último jacobino, no es otra cosa que una pose colonial. Pero, esto no sería tan grave si no tuviera consecuencias prácticas. El último jacobino está enamorado de la etapa más dramática de la Revolución Francesa, el periodo del Terror. En 1793, después de la redacción de la nueva Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, además de una nueva Constitución de tipo democrático que reconocía el sufragio universal, el llamado Comité de Salvación Pública cayó bajo el mando de Maximilien Robespierre. Es el momento cuando se desata lo que se denominó el Reinado del Terror (1793–1794). Por lo menos 10.000 personas fueron guillotinadas ante acusaciones de actividades contrarrevolucionarias. Ante la menor sospecha de dichas actividades se podía hacer incurrir sobre cualquier individuo imputaciones que casualmente lo condenarían a la guillotina.
El último jacobino se inviste de Robespierre, pero del Robespierre de la época del terror. Acusa de derechistas a quienes se oponen a sus proyectos delirantes de industrialización, a sus formas elitarías y cupulares de tomar decisiones, al procedimiento grupal de redactar leyes y decretos, sin consulta popular, mandando a obedecer a asambleístas que tienen la obligación de levantar las manos y aprobar. La lista de derechistas tiene ya una gama grande de componentes, dejando de lado a la derecha recalcitrante de las oligarquías regionales, derrotada en el Porvenir-Pando, ingresan a esta categoría dirigentes indígenas del CIDOB, dirigentes campesinos de Caranavi, dirigentes cívicos de Potosí, dirigentes indígenas del CONAMAQ, dirigentes sindicales que se atreven a disentir y criticar, intelectuales e investigadores críticos. La lista sigue, pero no se trata de describirla exhaustivamente, sino de interpretar el mapa paranoico del último jacobino, el mapa de los supuestos enemigos del proceso de cambio.
Estas acusaciones delirantes sólo se pueden explicar por una paranoia del poder, pero también por la distancia enorme que separa al contenido, a las tendencias inherentes del proceso, vinculadas al horizonte descolonizador y del Estado plurinacional comunitario y autonómico, del proyecto político del último jacobino.
Se trata de un proyecto político que apunta veladamente al Capitalismo de Estado, a la restauración nacionalista del Estado-nación, a una anacrónica revolución industrial, a un Estado fuerte reducido a la dictadura de un pequeño grupo de clarividentes, abogados y especialistas. Nada del sistema de gobierno establecido por la Constitución, que es el de la democracia participativa.
El último jacobino se enoja cuando se critica el estancamiento del proceso de nacionalización, cuando se dice que lo que ha destapado el gasolinazo, lo que se ha revelado es que no hay nacionalización. El único argumento que saca de la manga es la furibunda calificación de mentira. No hay discusión de ninguna clase, no se toma en serio el debate, ni se abre la posibilidad de una evaluación del proceso de nacionalización. Se dice que hay que acudir a fuentes de información, pero precisamente es el último jacobino el que da cifras e indicadores fuera de toda fuente.
¿Por qué se insiste que hay control técnico de YPFB del proceso productivo y de la cadena económica de los hidrocarburos, cuando esto no ocurre para nada, cuando esta entidad estatal no opera, sólo administra?
¿Por qué se oculta que no se han cumplido los 44 contratos de operaciones por parte de las empresas trasnacionales firmantes, no han invertido en exploración y en explotación, menos en industrialización, tal como establecen los contratos? Como dice María Lohman, estas empresas sólo invierten en la producción (saqueo) del gas, para cubrir los cupos comprometidos con Brasil y Argentina, a precios que les otorgan amplios márgenes de ganancia, más atractivos que el reducido mercado interno de producción de gasolina y diesel.
¿Por qué se ocultan las super-ganancias que se llevan las empresas mineras, como la de San Cristóbal, que oscilan en un monto de alrededor de los 1000 millones de dólares, dejando pírricos aportes al Estado boliviano? ¿Por qué se esconde los fracasos del modelo extractivista, los fracasos de la empresa Jindal Steel and Power que va a explotar el hierro del Mutún, subsidiaria de una trasnacional inglesa, la Jindal es conocida por escamotear y especular en el sistema mundial de las finanzas; tampoco no se hacen transparentes las aventuras del Litio?
Nada es transparente. Pero, esto es lo que menos le importa al último jacobino, pues esta investido por el fantasma de Robespierre. El último jacobino está enamorado de sí mismo y del poder, lo que no le deja ver el bosque, quizás esto sea lo más peligroso para el proceso, pues nos conduce a la construcción del fracaso.

*Raúl Prada Alcoreza fue asambleista y ex viceministro del gobierno de Evo Morales


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