Miserias de un pseudo-descolonizador
Emilio Hurtado Guzmán
En el número 56 del mes de abril del periódico Pukara, José Luis Saavedra, profesor de la Universidad Andina Simón Bolivar, publicó un artículo titulado: Las miserias de la descolonización masista, el cual es una crítica a los argumentos sobre el proceso de descolonización de Idón Chivi, funcionario del Viceministerio de Descolonización, publicados en el periódico Cambio el 2 y el 16 de marzo del año en curso. En este artículo, Saavedra aparece como otro portavoz más de la crítica superficial predominante, propia de aquellos que en términos generales y teóricos creen conocer con exactitud lo que es la descolonización y por ello exigen medidas radicales al gobierno, pero son incapaces de comprender la realidad colonial y proponer medidas concretas y prácticas descolonizadoras.
Primero, Saavedra en su artículo manifiesta que es imposible que el Estado pueda descolonizarse desde el mismo Estado, y que la consecuencia de ese intento no sería sino una recolonización. Segundo, considera sin importancia para el proceso descolonizador la inauguración de la Asamblea Constituyente, afirmando que nada pasó el año 2006 porque dicha Asamblea se entrampó en la discusión de los 2/3. Tercero, califica como acciones “ridículas y estúpidas”, nada transformadoras, algunas medidas gubernamentales descolonizadoras como la incorporación de materias en las institutos de enseñanza superior que tienen que ver con las culturas originarias indígenas, y la utilización de la Wiph’ala en las instituciones públicas y en los uniformes castrenses. Cuarto, indica que sólo con la transformación revolucionaria del conjunto de los poderes dominantes: económicos, políticos y culturales se avanzará en la descolonización y no así con “adornos folklóricos absolutamente funcionales al multiculturalismo neoliberal”. Por último, concluye afirmando que la condición de posibilidad de la descolonización es la organización, movilización y sublevación de los pueblos como sucedió en el pasado con las rebeliones desde Mallku Inca hasta Felipe Quispe.
¿Puede descolonizarse el Estado desde el Estado? Afirmar rotundamente que no, que por lo contrario todo intento de hacerlo sólo permitiría una recolonización, como menciona Saavedra, es afirmar que todo lo que han logrado con sus luchas y con sus vidas los pueblos indígenas, campesinos y sectores populares desde el 2000 hasta el 2008 no ha tenido efecto estatal. Sin embargo, hoy el Estado ya no es el mismo de antes. El Estado ha sufrido cambios desde el 2006. Ya no se trata del Estado aparente que se hace carne sólo en una casta dominante, una zona de articulación de la clases dominantes y no así del resto de los sectores de la sociedad. Una prueba de ello es que hoy el Estado se constituye a partir de una Nueva Constitución Política surgida del acuerdo de representantes de todos los sectores de la sociedad, y no así sólo de una casta blancoide dominante como fue la Asamblea Deliberante de 1825, llamada por el historiador Charles Arnade: Asamblea de tránsfugas.
Hasta hoy se han promulgado normas que significan la transformación de las estructuras estatales de fondo, además de la Constitución Política, como la Ley Avelino Siñani o la Ley contra el racismo y todo tipo de discriminación. Por otro lado, el Programa Nacional de Alfabetización, con apoyo de los gobiernos de Cuba y Venezuela y la participación de miles de alfabetizadores en todo el país, con el objetivo de eliminar el analfabetismo, y el Programa de Postalfabetización que hoy está permitiendo la superación de miles de bolivianos adultos que ya habían perdido las esperanzas de superarse para mejorar sus condiciones de vida, es otra prueba que desde el Estado se ha emprendido un proceso descolonizador.
En este sentido, transformar el Estado desde el Estado y la sociedad desde el Estado sí está siendo posible, aunque está claro que esta transformación es lenta y lo continuará siendo, más aún si no hay una exigencia más radical de parte de la sociedad y mayor conciencia en ella para proponer acciones y medidas prácticas descolonizadoras más profundas. Aunque no es sólo esa ausencia, sino la dificultad de emprender un proceso descolonizador en un Estado y una sociedad como la boliviana profundamente penetrados por la colonialidad durante más de 500 años.
¿Qué es lo que podemos esperar si el Estado es también lo que es su sociedad? La Asamblea Constituyente se vio truncada y ante el peligro de fracasar; se vio en ella y alrededor de ella la lucha de las mayorías populares por llegar a un consenso a favor de su inclusión real y efectiva en un nuevo Estado contra aquellos que defendían el viejo Estado colonial y excluyente. No fue un festival de oradores donde todos celebraban la continuidad de su poder, como sucedió en 1825. Decir que no pasó nada descolonizador con la inauguración de la Asamblea Constituyente es despreciar parte fundamental de la lucha y los logros de los pueblos indígenas y sectores populares de la sociedad boliviana. No puede ser admisible de ningún modo una afirmación semejante.
La colonialidad ha calado en lo más hondo del espíritu del hombre y mujer bolivianos, es lo que algunos académicos no pueden comprender. Siempre se ha querido ser lo que en realidad nunca se ha sido para ser incluidos en alguna medida en el Estado. Hoy en día, miles de hermanos bolivianos se enorgullecen de su cultura, de su idioma, quieren volver a ser quechuas, aymaras, guaraní, moxos, y con esa su propia identidad exigen ser aceptados e incluidos, y lo están siendo. Eso también es parte del proceso de descolonización, lo que también se está impulsando desde el Estado.
Con el largo proceso de enajenación colonial muchos de los valores de nuestras culturas originarias se han perdido, de ahí hoy la confusión en el momento de la recuperación de nuestras identidades. Cuando se quiere recuperar la cultura de los antepasados y no se logra sino recuperar una pequeña parte de ella, o a nombre de cultura sólo se puede recuperar algo del mundo de los instrumentos útiles, es decir algo de la civilización ancestral, como un atuendo, un instrumento musical, un ritmo musical, un símbolo, etc., manteniendo de esta manera intacta la cultura moderno-colonial en nuestras vidas diarias, y, es más, con cierta resistencia a perderla, en ese momento se develan las condiciones reales descolonizadoras tanto en el Estado como en la sociedad. Si bien es cierto que ésta problemática debería ser abordada con más lucidez desde el Estado y debía traducirse en políticas estatales a favor de una verdadera recuperación de nuestras culturas originarias, no debemos olvidar que hoy el Estado plurinacional pretende ser una zona de articulación de todos los sectores de la sociedad, no es solamente el gobierno o una clase dominante con todo el poder político como lo fue antes.
Creer que el proceso de descolonización debe dirigirlo y llevarlo adelante el gobierno solamente, sería demostrar nuestra incapacidad de pensar y actuar fuera de lo determinado, nuestra incapacidad de rebasar las cercas de la colonialidad por nosotros mismos. Lo mismo se podría decir, de una constante y romántica exaltación de las sublevaciones populares como las condiciones de posibilidad de la descolonización, sin proponer como movernos o que acciones tomar en estas o con estas condiciones, a partir de la comprensión de las potencialidades de las luchas populares como también de sus debilidades y por lo tanto limitaciones con respecto a la tarea descolonizadora.
Por otro lado, la incorporación de símbolos como la Wiph’ala como emblema patrio, tienen un fuerte contenido descolonizador. La Wiph’ala, siempre fue un emblema de la lucha de los pueblos indígenas, principalmente aymaras y quechuas, significa inclusión e igualdad. Con este emblema marcharon nuestros pueblos indígenas reivindicando sus demandas sociales y políticas, este emblema fue pisoteado y quemado muchas veces por aquellos que defendían el Estado colonial. Que hoy lo usen las instituciones públicas y las fuerzas del orden, dice mucho con respecto a los logros populares indígena-campesinos, no son “adornos folklóricos”. Es una descarada falta de respeto calificar como “ridículas y estúpidas” a este tipo de medidas como lo hace Saavedra. Otra cosa muy distinta es hacer una crítica a una posible cosificación de símbolos tan nobles como la mencionada Wiph’ala, a los cuales se los vaciaría de su contenido real y se los utilizaría para legitimar una recolonización como intentó el neoliberalismo.
La Wiph’ala no flamea en los edificios de las instituciones públicas o está en el uniforme de los policías y militares por imposición unilateral de un gobierno, sino como resultado de un proceso descolonizador desde la sociedad, es el resultado de los logros populares como el resto del Estado plurinacional con todo lo que hoy es éste. Es otra cosa, que la incapacidad de comprender las condiciones coloniales y la temporalidad de la descolonización del Estado y la sociedad en Bolivia, nos lleven a creer que la transformación de los poderes económicos, políticos y culturales dominantes está a la vuelta de la esquina.
Por último, habría que preguntarle a Saavedra, ¿qué es lo que está haciendo él como académico en términos prácticos por el proceso de descolonización? Sería bueno que comparta su experiencia docente descolonizadora, su pedagogía descolonizadora, su abordaje de los contenidos educativos desde un ángulo descolonizador, si es que los tiene. Hoy se está trabajando, desde el Ministerio de Educación, la reglamentación de la Ley Avelino Siñani, sería bueno también conocer su propuesta con respecto a esto, y no solamente sus insultos contra lo poco que hace el gobierno por la descolonización, si en realidad quiere demostrarse así mismo que lo que califica como miserias de la descolonización masista no son sino sus propias miserias, las de un pseudo-descolonizador.
La Paz, 15 de abril de 2011
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