Descolonizar subvirtiendo la praxis[1]
Ana Esther Ceceña
El infinito, contradictorio y complejo camino de las emancipaciones no podría entenderse sin las luchas emprendidas simultáneamente por los pueblos nativos de lo que hoy es América y los que fueron arrancados a las legendarias civilizaciones africanas para ser convertidos en esclavos en tierras donde el capitalismo naciente requería de brazos extractores. Los pueblos, violentados entonces por la avidez de civilizaciones depredadoras que han llevado al planeta a una situación de catástrofe, debieron enfrentar las armas de fuego pero, sobre todo, el engaño y la barbarie.
Doscientos años después de las sublevaciones populares con que la historia oficial reconoce el inicio de este proceso que sabemos largo, azaroso y lleno de sinuosidades y recovecos, vale celebrar la inteligencia, valentía y sabiduría con que los esclavos de entonces develaron los horizontes de la descolonización.
Las primeras sublevaciones descolonizadoras
Desde el momento que los europeos tocaron tierras del Nuevo mundo el Gran Caribe[2] se convirtió en una pieza fundamental de su expansión en el Continente. Fue el lugar inaugural del contacto con un universo desconocido y diferente, lleno de riquezas que no supieron valorar y otras que arrancaron hasta el último aliento.
La Española fue la primera arena de operaciones establecida por España sobre la base de la violencia y la esclavización de sus pobladores. Cuartel general de la conquista de las tierras continentales, la llegada a esta isla permitió empezar a conocer los modos de vida y cosmovisiones de las civilizaciones de esta parte del mundo, y calcular tanto las inmensas fortunas que podrían fraguarse como la violencia y barbarie necesaria para establecer de entrada una situación de parálisis, pavor o desconcierto en los pueblos de lo que después fue nombrado América.
Los europeos llegaron como conquistadores, no como exploradores o amigos. Se ocuparon de aprender de los habitantes locales las rutas marítimas para tener acceso a tierra firme, los lugares donde se encontraban los yacimientos o rastros del oro que se colectaba para ornamento, y, después de violar a las mujeres, arrasaron con todo y con todos. Fue ahí que sellaron los destinos complementarios de África y América cuando empezaron a traer esclavos negros para trabajar en las minas, en la caña o en lo que fuera interesante para los negocios en el Viejo mundo, una vez que las poblaciones locales iban siendo diezmadas por la violencia y por las enfermedades[3].
Los primeros africanos convertidos en mercancía de los que se tiene registro fueron llevados a Portugal en 1444 en que “una expedición portuguesa al mando de Lanzarote de Freitas llega a Portugal con un cargamento de 235 esclavos.” (Gómez-Martínez, s/f). En poco tiempo los africanos esclavizados se colocaron como uno de los principales objetos de intercambio y muy tempranamente fueron trasladados al Nuevo mundo para sustituir a los nativos arrasados a cambio de oro, perlas y productos exóticos para el gusto europeo, y para la acumulación de las fortunas que sentaron las bases del capitalismo.
Los estudiosos señalan 1502 como el momento de arribo del primer cargamento de esclavos a La Española (McDonald, s/f: Gómez-Martínez, s/f) pero para 1530 se han multiplicado y extendido por todo el Caribe. La explotación de las minas en La Española determinó la llegada de los primeros esclavos, no obstante, ya para 1516 se pone en marcha la explotación de la caña de azúcar y se construyen los primeros ingenios (Gómez-Martínez, s/f), y para sostener esas actividades se utilizará fundamentalmente mano de obra esclava.
Los africanos sometidos así por la fuerza, maltratados y debilitados, no tardan en empezar a sublevarse -cuando no lo habían hecho ya en los barcos-, y en 1522 las haciendas de Diego Colón conocen la primera revuelta de esclavos y en 1530 hay registro de otra sublevación en Acla, Panamá.
Las rebeliones de esclavos negros se repiten en mayor o menor número en toda la región del Caribe: en 1532 en Venezuela, en 1533 en Cuba y Panamá. En 1547 se destaca la prolongada rebelión de Sebastián Lemba en La Española, en 1550 la de Juan Criollo que duró varios años. En 1579 los negros rebeldes en Portobelo (Panamá) llegan a firmar un tratado de paz con los colonos españoles mediante el cual consiguen libertad colectiva. (Gómez-Martínez, s/f).
Las posiciones asentadas en las islas del Caribe fueron esenciales para garantizar la eficacia de las estrategias militares de conquista ampliándose inicialmente hacia el Gran Caribe y más adelante hacia el resto del Continente. España crecía desde ahí y despertaba la codicia del resto de las potencias europeas de la época, que se aprestaron a encontrar mecanismos de intervención en el reparto de las tierras encontradas.
Durante la ocupación europea del Caribe los conflictos son abundantes: la población nativa fue casi completamente exterminada, de manera que ya no formaban parte masivamente de la escena política, aunque los caribes lograron resistir y mantener sus posesiones territoriales durante alrededor de 200 años. Los esclavos, en cambio, abundantes en la zona, protagonizaban rebeliones frecuentes que muchas veces terminaban con la creación de aldeas (palenques, quilombos…) de cimarrones (o quilombolas), que mantenían atentos a los conquistadores no sólo porque constituían la evidencia del atropello sino por ser potencial fuente de sublevaciones.
Se puede afirmar que hay dos elementos constantes en la historia del Caribe: su importancia estratégica para la incursión en el Continente, a pesar que algunos historiadores o estudiosos lo han considerado casi como residual; y el carácter indómito de las sociedades que ahí se fueron conformando, muy distintas, sin embargo, a las de la mayoría de los territorios en tierra firme, donde las poblaciones nativas lograron permanecer y mantenerse en resistencia, a pesar del arrasamiento.
Las civilizaciones de la masa continental, con una enorme fuerza cultural, abundantes saberes astronómicos, arquitectónicos, ambientales, agrícolas, matemáticos y espirituales, entre otros, combatieron también hasta los últimos alientos, pero fueron extensamente masacradas y devastadas por las nuevas enfermedades, y, finalmente, o bien esclavizadas bajo formas diversas (encomienda, repartimiento, etc.), o bien expulsadas hacia regiones apartadas de los centros poblacionales, regiones que, por cierto, hoy resultan ser estratégicas por haber conservado un ambiente ecológicamente sano.
Desde esos lugares se organizó también la resistencia. Desde ahí se levantaron las voces que comenzaron el proceso descolonizador; y es desde ahí que hoy se emprenden las construcciones de un mundo no-capitalista, ya sea asentado en las experiencias autonómicas, en la idea del mundo en que caben todos los mundos, del vivir bien o de la reconstrucción integral de las territorialidades, expresión de historias y culturas en que naturaleza y sociedad son complementarias dentro de una totalidad abierta y no existen realciones de competencia y acaparamiento.
Haití, con sus 128 diferentes estratos sociales y genéticos (James, 1980), con el abigarramiento cultural que eso supone, fue el primer lugar del continente en protagonizar una sublevación en gran escala.
El Caribe, primero en ser tocado por las fuerzas de ese capitalismo arrasador que se desplegaban desde Europa surcando mares inciertos, fue también el iniciador de una gran rebelión que, con sus particularidades, fue abarcando la totalidad de los territorios avasallados por los europeos.
La revolución de Haití comprendió simultáneamente un levantamiento de la burguesía, haitiana y europea, como sucedió en todos los otros países de América Latina, en contra del monopolio comercial impuesto por los colonizadores, y una rebelión profunda y radical en contra del sistema esclavista y/o latifundiario y en gran medida del poder racial aplicado por los blancos, conducida por los propios esclavos, peones o pueblos avasallados.
La historia oculta de las colonias y la de las independencias es de luchas constantes, repetidas, variadas, valerosas e inteligentes, pero sobre todo inteligentes. La esclavitud, la opresión y los malos tratos no anularon las memorias, la sabiduría y las cosmovisiones de los pueblos; si acaso, las atizaron e hicieron aflorar los imaginarios evocadores de las civilizaciones africanas y americanas arrasadas para generar horizontes libertarios.
No obstante la historia es una maraña de contradicciones y la emancipación plena de los seres humanos no emana más que de procesos de larga maduración en los que se van transformando las condiciones materiales y sociales junto con las mentalidades, las visiones y los modos de relacionamiento político.
La abolición de la esclavitud y del peonaje fueron acontecimientos que duraron alrededor de un siglo, o incluso más. La abolición legal ocurrió en un arco temporal entre 1764 en que se decreta la abolición en Francia, pero que sólo repercute en 1803 en Haití en un intento por detener la rebelión, y 1888 en que es asumida en Brasil. Sólo el Caribe transita de 1803 en Haití a 1886 en Cuba, periodo amplísimo que en realidad no refiere más que el momento de los decretos o leyes. Tuvo que pasar mucho más tiempo para que los esclavistas aceptaran renunciar a su propiedad y a las prácticas económicas que los había enriquecido durante todo el periodo colonial.
En muchos casos fueron las luchas de independencia las que aceleraron la liberación. O bien por las sublevaciones de los dominados, o bien porque los propios criollos necesitaban brazos para la guerra, o bien por las presiones del exterior, originadas en los juegos de fuerza entre las diferentes potencias europeas y en las de un Estados Unidos que se preparaba para extenderse por el mundo.
La abolición de las esclavitudes y las independencias, hechos entrelazados pero para nada idénticos, fueron sin duda un enorme paso en las luchas descolonizadoras de nuestro continente pero no implicaron, porque no era posible, la descolonización.
La otra cara de la colonización
Las independencias dieron lugar a un reacomodo de fuerzas que tendió a modificar las relaciones de poder entre las potencias tanto como las relaciones internas en las naciones emergentes. Tanto las clases dominantes locales, como sus nuevos socios extranjeros, habían peleado en contra de los poderes coloniales rentistas y por quedarse con una mayor porción de las riquezas extraídas al Nuevo mundo. Se interesaron en los esclavos y peones mientras se tratara de consolidar la independencia frente a Europa pero volvían a ser sus enemigos cuando estos reivindicaban sus derechos originarios, o bien la igualdad entre los hombres.
Inglaterra, que había perdido hace poco sus colonias en América del Norte, Francia, y en menor medida Holanda, que ya tenían posiciones aseguradas en el Caribe, inmediatamente se encaminaron hacia tierra firme a disputar nuevas posesiones, aunque con mecanismos de control más modernos. Los préstamos a los nuevos gobiernos fueron un buen modo de entrar como “amigos”, en actitud de “colaboración”, para limpiarle la cara al atraco que caracterizó su relación con los países de América Latina y el Caribe. Es decir, se trataba de relaciones de poder no rentistas como las establecidas por la Corona, con aspecto de “libres”, pero obviamente desiguales e interesadas, que inauguraban una nueva manera de mantener la colonización sin colonias.
No obstante, la expansión de Estados Unidos hacia el resto del continente había empezado a formularse ya como política de estado, y después de la revolución triunfante que desató su espíritu empresarial no quedaban más trabas que las de su propio empuje no pudiera romper. La famosísima y siempre vigente doctrina Monroe expresó cabalmente, en 1823, el nuevo terreno de disputa: América no estaba a disposición y no sería compartida; América era para los americanos que eran portadores de un “destino manifiesto”, según el cual deberían expandirse desde el Atlántico hasta el Pacífico. En verdad, desde la perspectiva del siglo XXI, este designio parece funcionar también de manera invertida, porque su expansión, y el lugar que ellos se asignan en el mundo, no se extiende desde el Atlántico hasta el Pacífico solamente sino también desde el Pacífico hasta el Atlántico, abarcando todo el resto del planeta.
El caso es que el espíritu Monroe, que ha guiado la construcción del gran poderío norteamericano, trabajó durante los siglos XIX y XX para ir ocupando los territorios del continente, colonizándolos sin convertirlos oficialmente en colonias.
La ocupación de la mitad de México y de una parte del Caribe en el siglo XIX y la sistemática ocupación del resto durante el siglo XX, colocan a América Latina y el Caribe en una situación en la que la noción de estados independientes ha perdido sentido.
El capital dominante en general, pero sobre todo el que reaparece bajo la figura de Estados Unidos, ha ido ocupando económicamente el continente y garantizando con ello su acceso a las riquezas que contiene, como en los tiempos de las colonias. Para ello ha debido desplegar su fuerza militar en una correlación geográfica y temporal acuciosa, ya sea para “defenderlo” de los competidores, ya sea para doblegar las resistencias y las nuevas sublevaciones.
Ya en 1901 Estados Unidos instala su primera base militar foránea, para de ahí ir extendiendo sus posiciones con un criterio estratégico. Esta primera posición, en plena vigencia, fue ni más ni menos que la de Guantánamo, donde hoy, 2010, se crean nuevas fuerzas de tarea para actuar en el Caribe.
Invasiones; apoyo a golpes de estado militares o civiles; instalación de bases militares; envío de tropas; imposición de legislaciones o normas, de políticas económicas, sociales o de seguridad; tratados de libre comercio absolutamente ventajosos; apropiación de yacimientos; inversiones de capital en condiciones monopólicas; créditos atados; organización y financiamiento de fuerzas desestabilizadoras; intervención mediática y tantas otras formas de penetrar, controlar y disponer han sido empleadas reiterada e impunemente por Estados Unidos en su política continental a lo largo de los años “independientes”.
Las enormes luchas antiesclavistas y libertarias de aquellos tiempos nos colocan ahora ante el desafío de abolir la esclavitud del siglo XXI que crece cada día con los ignominiosos negocios ilegales, con el restablecimiento de las plantaciones de caña, con la precarización casi absoluta, con la generación del nomadismo forzado de los “indocumentados”. Nombres como Cuauhtémoc, Tupac Amaru, Tupac Katari, Toussaint L’Ouverture y Emiliano Zapata están ahí como provocación. No para ser adulados sino para ser emulados.
La situación geopolítica continental tiene ante sí la posibilidad de avanzar, como lo está haciendo, hacia un futuro muy cercano de nueva ocupación con todas las implicaciones que eso tiene en el terreno político, cultural, social e incluso corporal por las prácticas de control social, tortura y alienación que lo acompañan; o avanzar hacia nuevas emancipaciones.
Detener, y revertir el despliegue de las empresas transnacionales que succionan hasta la última gota de riqueza de los territorios latinoamericanos y caribeños; detener y revertir el despliegue de tropas y posiciones militares estadounidenses (o europeas si es el caso), que están en proceso de total expansión; conquistar la autodeterminación; recuperar la capacidad para pensar, inventar y decidir nuestros futuros; descolonizar los territorios físicos, culturales y mentales; empezar a pensar desde nuestros propios sentidos de realidad, desde nuestras cosmovisiones, y desde ahí rehacer nuestras historias. Ése es hoy el desafío en el que nos encontramos. Profundizar la descolonización, llevarla hasta sus últimas consecuencias, requiere de una creatividad y un compromiso de lucha tan grande como el de nuestros antepasados libertarios. La dignidad de los pueblos latinoamericanos y caribeños no es pensable ni posible sin una subversión de la historia y del futuro manifiesto que nos persigue. Y estar a la altura de ese reto nos convoca a subvertir el pensamiento, a deslizamientos epistemológicos que permitan rehacer los imaginarios y los caminos hacia la utopía. Inventando, como decía Simón Rodríguez; preguntando para caminar, como dicen los zapatistas; procurando vivir bien, como dirían los pueblos andinos.
Caminar hacia fuera del capitalismo, creando nuestra propia historia. No hay otra manera de descolonizarnos y, entonces sí, festejar nuestras independencias.
Bibliografía citada
Gómez-Martínez, José Luis s/f La abolición de la esclavitud y el mundo hispano. Cronología: Esclavitud y trata del negro en América
(http://www.ensayistas.org/antologia/XIXE/castelar/esclavitud/cesclavitud.
htm).
James, C.L.R. 1980 (1938) Los jacobinos negros (España: FCE).
[1] Este ensayo fue tomado de: www.geopolitica.ws
[2] Por Gran Caribe se entiende el conjunto de territorios bañados por las aguas del Mar Caribe. Incluye las islas del Caribe y los países costeños: Venezuela, Colombia, Panamá, Costa Rica, Nicaragua, Honduras, Guatemala, Belice y México.
[3] Los estudiosos afirman que las enfermedades traídas del Viejo mundo fragilizaron a las poblaciones locales y facilitaron su derrota. No sólo fueron causantes de muchas de las muertes sino de la debilidad de los sobrevivientes que no pudieron así defender adecuadamente sus plazas.
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