La descolonización como fenómeno violento desde el planteamiento de Frantz Fanon
Emilio Hurtado Guzmán[1]
La colonización es un fenómeno violento, puesto que es en realidad el costo que tiene que pagar la humanidad y la naturaleza toda para que se haga posible la modernidad. Por eso imaginar modernidad sin colonialidad es una ilusión. Estas dos van juntas, forman parte de un sólo sistema, son inseparables, aunque una de ellas, la colonialidad, sea invisibilizada en muchos casos, sea opacada con el aparente resplandor moderno de las cosas cada vez más sofisticadas que se consumen o se ofertan en el mercado deslocalizado y que enajenan impunemente a las personas. Así, la colonialidad es la exterioridad construida por el adentro que es la modernidad, a la vez que la modernidad se constituye así misma y se reproduce a través de la colonialidad, es decir, de su afuera[2]. Se trata, entonces, de un sistema perverso. El sistema-mundo moderno-colonial es un mundo de desigualdades, de deshumanizaciones, donde la reproducción de la dominación, explotación y enajenación se han naturalizado.
El proceso de colonización se impuso con violencia, tomó diferentes formas. En un primer momento se tradujo en una colonización política-militar junto con una colonización económica. La ocupación por la fuerza de las armas de un territorio que no le pertenece al colonizador, también se expresó en la dominación política de los dueños de aquel territorio para luego instaurar entre ellos un sistema económico de explotación irracional, muchas veces sobre sus propios sistemas de trabajo nativos. Sin embargo, hasta aquí la subjetividad del colonizado no había sido transformada. Para garantizar la perdurabilidad de la colonialidad, por lo tanto de la modernidad, se impuso la transformación de la subjetividad del indígena. Éste, tenía hasta entonces una subjetividad de libre, de igual ante el resto de los hombres pese a que estaba dominado por la fuerza. Tuvo que hacerse que adquiriera una subjetividad de esclavo, de inferior puesto que se quiso que la colonialidad perdure a través del tiempo.
La colonización de la subjetividad que se manifiestó con la imposición de la evangelización, la educación, el castigo servil y el suplicio, fue también una colonización del ser y del saber[3]. La violencia colonial bestializó al indígena mediante el maltrato de su cuerpo y la desnutrición. Se lo inferiorizó por medio de la evangelización y educación convenciéndolo que la única cultura, civilización y ciencia son las modernas y su cultura, civilización y ciencia no son más que folklore, superstición y costumbres. De esta manera, se intentó destruir por completo la cultura del indígena, a quien se le dio algo de la cultura, civilización y ciencia modernas, aunque no lo suficiente, puesto que se temió que por darle todo sea igual a su amo, por lo tanto sea capaz de desplazarlo. Con la consumación de la bestialización y la deshumanización, el colonizador pudo justificar su posición-ocupación indiscutible en el adentro del sistema moderno-colonial, en la casa del imperio, y el lugar del colonizado en el afuera, o patio del imperio. El colonizador en afán encubridor pudo afirmar entonces, al decir de Frantz Fanon, que no sólo los valores no han habitado nunca en el indígena, sino que éste es impermeable a la ética, los valores siempre han sido ausentes en él y que se niega a adquirirlos[4]. De esta manera, se justificó y se justifica la perdurabilidad de su explotación y dominación. Así, la colonización de la subjetividad garantizó la persistencia en el tiempo de la modernidad-colonialidad, incluso más allá de la presencia física del colonizador en el territorio colonia, es decir después de las supuestas independencias de las colonias por ello transfiguradas en repúblicas.
Sin embargo, pese al proceso de enajenación colonial algo se mantendrá de la cultura indígena del colonizado, una pequeña parte, quizá mimetizado en sus ritos paganos ahora dirigidos al dios cristiano y a la virgen dentro del templo eclesial, o en las procesiones, o en los propios hogares, o en las fuentes de trabajo; o tal vez mucho más. Esto será como el maná para no sucumbir en el desierto, que le servirá como alimento para moverse, actuar, luchar en contra del colonizador, le servirá también para imaginar un horizonte nuevo hacia donde avanzar.
Como todo proceso de colonización es un proceso violento, la descolonización, como argumenta Frantz Fanon, es también un fenómeno violento[5]. La presión violenta que se ejerce sobre el colonizado, en sus diferentes formas, durante mucho tiempo, se convierte en una rabia volcánica acumulada que estallará en cualquier momento con violencia por una reivindicación mínima: el alimento, el agua y la tierra, puesto que el colonizador disfruta y vive en la opulencia, el consumismo y el derroche gracias a la explotación del cuerpo del colonizado, gracias a los recursos naturales de su colonia. La vida que lleva el colonizador en gran parte es también la vida que ha sido arrebatada al colonizado. Éste último, en situación de muerte permanente en la dominación, explotación y enajenación, cansado, decide luchar por recuperar su vida, decide ir por una vida digna o morir definitivamente en el intento. Eso pasó en Bolivia, por ejemplo, con la Guerra del Agua del año 2000, con la Insurrección de Febrero y la Guerra del Gas del 2003, que fueron determinantes para el inicio de una época de transición hacia una postcolonialidad.
Con su lucha el colonizado se hace humano, el proceso de liberación en el cual se ha envuelto lo humaniza, lo dignifica. Ya no es una semibestia soñando en ser un hombre, ahora es un hombre siéndolo, por eso muchas veces con su lucha prefiere morir libre como hombre y no subyugado frente al patrón como bestia. Por eso la violencia de la que nos habla Frantz Fanon, no se la debe entender solamente como acciones ofensivas e impetuosas en todo momento contra el colonizador, sino también como conciencia de libertad; es decir, como el llegar a comprender que nadie va a realizar la tarea descolonizadora por nosotros, por lo tanto debemos estar en constante acción, en constante participación, autoformación, autoinformación, haciendo el uso de la fuerza si es necesario, alertas, porque esa tarea es nuestra. Aunque el colonizador se haya marchado físicamente, la descolonización y un mundo sin colonización no llega a su fin sino cuando dejamos de actuar, cuando toda responsabilidad política la delegamos a un grupo de representantes que conforman un gobierno, porque creemos que para eso lo hemos elegido y esperamos que el proceso de descolonización marche por manos ajenas, entonces todo está perdido. El patrón extranjero se ha marchado pero ahora nuestro hermano se convierte en el nuevo patrón.
En el proceso de descolonización no se puede confiar plenamente las principales responsabilidades ni siquiera al intelectual que baja de su medio social pudiente y acomodado, formado con los paradigmas modernos, que dice tener conciencia social porque es de izquierda, o se dice a sí mismo indigenista. Al decir de Fanon, la inserción del intelectual colonizado en la marea popular demora por la existencia en él de un culto por el detalle[6]. Este culto por el detalle que se traduce en formalismos y legalismos, puede terminar truncando o limitando el proceso descolonizador y llevarlo al fracaso. Sin embargo, cuando el intelectual se sumerge en el pueblo durante su lucha y forma parte de ella, puede des-aprender mucho de lo que ha aprendido en la universidad. Descubre entonces la falsedad de las teorías y comprende mejor la vida comunitaria, las necesidades y el esfuerzo por liberarse del pobre, del obrero, del indígena, del campesino que carga con lo más pesado de los costos de la modernidad-colonialidad, para luego proponer, apoyar en las acciones y estrategias a tomar y en hacer visibles el horror de las condiciones coloniales y las aspiraciones descolonizadoras frente al colonizador y a la humanidad entera. Así, el intelectual se convierte en un hermano, en un igual, quien lucha a la par del pobre, junto a él, no sobre él como un padre o como un guía o como un representante. Esto debe ser claramente comprendido por el colonizado que aspira a liberarse de la colonización.
Muchas veces, no es precisamente el intelectual colonizado quien se da el lugar de guía, o de padre del movimiento descolonizador, sino son los propios colonizados en pie de lucha quienes le dan ese lugar. Este es el principal problema, fruto de la colonización de la subjetividad, que limita al colonizado. Es un sujeto que aspira a traspasar las cercas que lo enclaustran en la modernidad-colonialidad pero en el fondo se piensa incapaz de construir un mundo nuevo, solo y propiamente suyo, se siente irremediablemente amarrado a ese sistema perverso. Por eso Fanon nos dice que la descolonización es la creación de hombres nuevos, “la “cosa” colonizada se convierte en hombre en el proceso mismo por el cual se libera”[7]. Esto significa que esa fuerza y esa autonomía inicial en nuestro actuar por liberarnos, que nos hace iguales ante el resto de los hombres, que nos desbestializa, debe mantenerse por siempre, lo que significa no caer más en la inferiorización, luchar también contra ella.
La descolonización como fenómeno violento también significa, de acuerdo a Frantz Fanon, llegar a comprender que necesariamente debemos enterrar el adentro del sistema-mundo moderno-colonial, para terminar con su afuera[8]. No podemos pensar que un mundo sin colonialidad puede convivir frente a un mundo moderno, puesto que este último sólo es posible como modernidad-colonialidad. De esta manera, se debe destruir esta dicotomía en la que se presenta el mundo. Enterrando la modernidad no podrá haber más colonialidad. Entonces la tarea descolonizadora también se nos presenta como proceso de constitución de un mundo sin colonización más allá de la razón moderna develada enteramente también como razón colonial. La respuesta es empezar a mirarnos nosotros mismos, re-conocernos quiénes somos realmente, con qué potencialidades descolonizadoras contamos, qué es lo que quedó de lo propiamente nuestro con lo que en el pasado habíamos constituido nuestro mundo antes del proceso colonizador.
La cultura popular es el centro más incontaminado e irradiativo de la resistencia del oprimido contra el opresor, al decir de Dussel[9]. En la cultura popular está lo que quedó de nuestra cultura ancestral después del proceso de colonización subjetiva, lo que nos hemos resistido a perder de muchos modos durante muchas generaciones. Por eso al decir de Fanon “durante la colonización el colonizado no deja de liberarse entre las nueve de la noche y las seis de la mañana”[10]. Es decir, en su condición de colonizado busca siempre un momento, pese a una dura jornada de trabajo, en el cual se sienta libre, recordando su historia, transmitiendo los valores de su cultura a través de sus mitos a sus nuevas generaciones, adorando a sus dioses, danzando sus propias danzas, cantando sus canciones. Se siente humano en esos momentos, digno, y reniega contra el colonizador, quiere volver al pasado, se imagina un mundo presente con mucho de lo que fue su mundo pre-colonial.
De acuerdo a Fanon, a través de ciertas manifestaciones culturales propias como la danza, el colonizado desahoga su violencia acumulada, su deseo de eliminar al colonizador, de acabar con la colonización[11]. Esa misma violencia debe reorientarse contra el colonizador y la colonización. La violencia descolonizadora del colonizado está latente en el fondo de su espíritu. Desde su ser dominado y explotado manifiesta su malestar contra el mundo moderno-colonial expresando su horror de este mundo y a la vez su deseo de venganza contra quien hizo su mundo una tierra llena de males. Así, la danza guaraní-chiriguana del Yaguaraté y el Toro expresa la victoria del jaguar (representación del mundo selvícola) sobre el toro (representación del mundo moderno-colonial), por mencionar algún ejemplo.
De esta manera, el colonizado se resiste a perder su cultura, muchas veces de modo clandestino, pese al control y la represión del colonizador. Así, más de 500 años de colonización no lograron extinguir la cultura ancestral, ahora ésta se presenta imbricada o camuflada con elementos culturales modernos, ahora se presenta como cultura popular. Por eso la revalorización de nuestras culturas indígenas originarias fluye cuando cansados de la dominación, enajenación y explotación moderno-colonial, nos trazamos un horizonte en el cual podamos vivir realmente como seres humanos. Por eso queremos recuperar nuestra identidad, nuestros valores, y constituir un mundo nuevo desde nuestras culturas originarias.
La descolonización fluye como fenómeno violento puesto que se deriva del cansancio del colonizado de vivir como inferior en la dominación, explotación y enajenación; es decir, del cansancio de vivir en la violencia colonial. Entonces, éste quiere dejar de ser colonizado, quiere gobernarse por sí mismo, quiere recuperar y reconstruir su cultura, quiere vivir plenamente, en sí quiere humanizarse. En este sentido, la experiencia de emprender la lucha contra la modernidad-colonialidad lo convierte en hombre, un igual frente al resto de los hombres, retroceder ahora sería delegar su responsabilidad de su propia liberación a terceros, si lo hace habrá fracasado. El potencial descolonizador está en él mismo colonizado, éste debe pensarse en su cultura popular, de la cual iniciará la reconstrucción de su cultura ancestral y de ésta podrá plantearse un pensamiento descolonizador que le guie a la superación del sistema-mundo moderno-colonial.
La Paz - Estado Plurinacional de Bolivia, 6 de mayo de 2011
[1] Autor de los libros: El camino de la recolonización (hacia el Alca) (marzo, 2003), La rebelión policial y la conciencia de libertad en la multitud (septiembre, 2003), y, Orígenes del Estado republicano colonial (junio, 2009, inédito), además de varios ensayos sobre historia y cultura de los pueblos del Oriente boliviano publicados en diferentes revistas electrónicas.
[2] Véase: Mignolo, Walter. “Pensamiento decolonial: desprendimiento y apertura”. En libro: Varios autores. El giro decolonial. Universidad Central, IESCO, Universidad Javierana, Bogotá, (edición digital) 2007. Pag. 29
[3] Véase: Walsh, Catherine. “Interculturalidad, plurinacionalidad, decolonialidad: las insurgencias político-epistémicas de refundar un Estado”. En revista Tabula Rasa, N° 9, julio-diciembre, 2008, Bogotá. Pag. 137-138
[4] Fanon, Frantz. Los condenados de la tierra. Kolectivo Editorial “Último Recurso”, Rosario-Argentina, segunda edición liberada (edición digital), 2007. Pag. 30.
[5] Op. cit. pag. 25.
[6] Op. cit. pag. 34-46
[7] Op. cit. pag. 26
[8] Frantz Fanon menciona que cuando se percibe el contexto colonial se evidencia que el mundo está dividido en razas, en especies. Por lo tanto descolonizar significa, enterrar una de las zonas (la moderna, o lo que aquí estamos llamando el adentro), para luego unificar ese mundo sobre la base de la nación, quitándole de esta manera su heterogeneidad. Op.cit. pag. 29
[10] Fanon… op. cit. pag. 38
[11] Op. cit. pag. 43
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