Rastreando los orígenes de la dominación:
cuando la diosa fue sustituida por el mito de dios
Patricia Flores
Sol y luna
Dia y noche
Tierra y agua
Todo y nada
Oscuridad y luz
Existencia y extinción
Arriba y abajo
Seco y mojado
Creación y destruccion
¿Cómo vivir y cómo morir?
Complementarios en alma, en vida, en aliento….
No es posible transitar hacia la despatriarcalización sin acercarnos a los umbrales históricos sobre los que hace más de dos mil años se asentó el patriarcado y sino indagamos en nuestras memorias antiguas las cimientes míticas e históricas que se anclaron en nuestras cosmovisiones, porque al ser parte de este Cosmos los indicios arqueológicos, los textos sagrados, los universos simbólicos o los mitos de creación nos remiten a interconexiones milenarias comunes bajo los mismos ropajes de la vida y la muerte.
Las investigaciones del periodo pre inca develan que nuestra/os antepasados tuvieron una profunda relación con las deidades del Universo, con el cosmos, con la Madre Tierra, la Pachamama, con las aguas, con los animales y con todo su entorno, así como un relacionamiento distinto en sus antiguas sociedades, sobre todo en los mecanismos de poder, muchos a cargo de mujeres y sin duda distintos a los del mundo occidental, con otras simetrías y centrados en andamiajes de complementariedad; y no precisamente en relaciones de sometimiento, que se modificaron con el imperio incaico y posteriormente con la colonia y el periodo republicano.
A lo largo de los últimos cinco siglos se impusieron culturas ajenas, nuestros orígenes milenarios fueron expoliados, saqueados y menospreciados; coexistimos con los paradigmas europeos inquisidores y los vestigios milenarios de nuestras raíces, que se preservaron y reificaron en los universos míticos, en nuestras ritualidades, en nuestros panteones y cosmovisiones indígenas y mestizas; y que hoy deben releerse para configurar nuestras identidades diversas, desde miradas respetuosas con las diferencias, para deconstruir y desafiar los anclajes de dominación que nos atraviesan, rastreando precisamente los orígenes de nuestro pasado y de nuestras colonialidades, para vislumbrar un presente y un futuro con perdón, equidad, solidario, hospitalario y profundamente despatriarcalizador.
El génesis nació con la Diosa
En el principio, la gran diosa madre da a luz, ella sola, al mundo, que proviene de ella; todas las criaturas, incluidos los dioses, son sus vástagos, parte de su sustancia divina. Todo está vivo, animado –con alma- y todo es sagrado. No tienen razón de ser las distinciones actuales entre “espíritu” y “naturaleza”, “mente” y “materia” o “alma” y “cuerpo”: la humanidad y la naturaleza comparten una identidad común.
Principio que a lo largo de la historia develó paralelismos entre diversas culturas y continuidades que reifican “el mito de la diosa” como aquella imagen en la que se sintetiza la complejidad de la creación, del cosmos, de la vida y la muerte. Del universo como un todo orgánico, sagrado, vivo, donde la tierra y la creación sigue configurándose por la misma esencia de la divinidad femenina. Sin embargo, la diosa y ese principio femenino languidece ante el dominio y la posesión violenta del poder, de lo que se conocería luego como el patriarcado.
Anne Baring y Jules Cashford en “El mito de la diosa” evidencian que hace 20.000 años o más aparece la imagen femenina de la diosa creadora, dadora de vida sobre un basto territorio y a lo largo de su paso por tierra, mares y cielos las humanidades sellaron sus huellas e imágenes en estatuas de piedra, hueso y marfil; a veces en diminutas figuras de cuerpos largos y pechos caídos, otras con redondeadas imágenes maternales cuyas formas abultadas anticipaban el nacimiento, así como efigies con signos arañados en ellas —líneas, triángulos, zigzags, círculos, redes, hojas, espirales, agujeros—, en varias evidencias arqueológicas con estilizadas y elegantes formas surgidas de la propias rocas, pero sintetizando la fuerza creadora para sobrevivir a través de generaciones, tiempos y distancias.
Representaciones femeninas que a lo largo de los milenios también se escondieron, pero que en sus redescubrimientos arqueológicos en distintas culturas y tiempos, evidenciaron y evidencian todavía continuidades y similitudes precisamente, porque develan las huellas que dejaron esas humanidades desnudas claramente de mujeres; gestantes, la mayoría con apariencia de madres, -como si cuanto fuera femenino en ellas se hubiese concentrado el misterio abrumador del nacimiento, salpicadas de ocre rojo, el color intenso y poderoso de la sangre dadora de vida y que a su vez, cinceló sabidurías ligadas a los ciclos de la naturaleza, del cosmos, de las aguas, de las fases lunares, de los vientres grávidos, en esa relación concomitante entre el orden celeste y terrestre.
Las figuras femeninas registradas en las evidencias arqueológicas y memoria larga de la historia fueron dotadas de sentidos rituales profundos, porque los enigmas del cuerpo femenino traducían el misterio del nacimiento, de la vida, del poder creador; pero a su vez el misterio de lo no manifiesto en la totalidad de la naturaleza y su trascendencia desde el propio cuerpo femenino, convirtieron a las mujeres en síntesis, símbolos y expresión de las hembras de todas las especies, a través del misterio del nacimiento, de la muerte y de la vida misma.
Sin embargo, la maternidad en los universos míticos y sagrados se desplegaría en diversas identidades, imágenes sagradas refractarias de los poderes del universo, que dan vida, alimentan y regeneran las que serán suplantadas por el dios padre, soberano, creador del mundo. Evidenciando que en todas las culturas, ya sea de organización simple o compleja, como apuntan Baring y Cashford, las deidades femeninas desde su dimensión sagrada fueron estructurantes de la consciencia y memorias de los pueblos.
"... Una mujer con su bebé es la imagen básica de la mitología. La primera experiencia de cualquiera es el cuerpo materno y lo que se llama la participación mística entre la madre y el hijo. Considerar la Tierra y todo el Universo como nuestra madre es lo que conduce a la experiencia de la armonía perfecta...".
Joseph Campbell
Como ocurre también en este lado del mundo, donde la Madre Tierra, la Pachamama, las aguas y la luna, la Loma Sagrada, deidades sagradas eminentemente femeninas, fueron y son reverenciadas cotidianamente, desde milenios a hoy, gracias al renacer de rituales y mitos tan antiguos como los de los Uru Chipaya, de los Chanés, Chiriguanos, Ayoreos o Mozetenes y Aymaras, entre otras culturas, a través de milenios y cuando aún para algunos pueblos no había asomado todavía el sol sobre la faz de la tierra.
En todas la culturas prehistóricas, la figura cosmogónica central, la potencia o fuerza procreadora del universo, fue personalizada en una figura de mujer y su poder generador y protector simbolizado mediante atributos femeninos —senos, nalgas, vientre grávido y vulva— bien remarcados. Esa diosa, útero divino del que nace todo y al que todo regresa para ser regenerado y proseguir el ciclo de la Naturaleza, denominada «Gran Diosa» por los expertos —o, también, bajo una conceptualización limitada, «Gran Madre»—, presidió con exclusividad la expresión religiosa humana desde c. 30000 a.C. hasta c. 3000 a.C. En la Gran Diosa única y partenogenética —bajo sus diferentes advocaciones— se contenían todos los fundamentos cosmogónicos: caos y orden, oscuridad y luz, sequía y humedad, muerte y vida…, de ahí que su omnipotencia permaneciese indiscutida por milenios, remarcando que el concepto de dios varón no apareció hasta el VI o V milenio a.C. y no logró la supremacía hasta el III o II milenio a.C., según las regiones.
Sin embargo, en unos pocos milenios, tras la implantación de la agricultura excedentaria, surgió el dios masculino, el clero, la sociedad de clases y la monarquía, mientras que la mujer fue quedando reducida a un bien propiedad del varón. Obviamente, el dominio del varón sobre la tierra tuvo su equivalente en el cielo —los cambios sociales siempre se justificaron mediante cambios en los mitos— y la deidad masculina comenzó a domeñar a la femenina. La mujer y la Diosa fueron perdiendo su autonomía, importancia y poder prácticamente al mismo tiempo, víctimas de un mundo cambiante en el que los hombres se hicieron con el control de los medios de producción, de guerra y de cultura, convirtiéndose, por tanto, en detentadores únicos y guardianes de la propiedad privada, la paternidad, el pensamiento y, en suma, del mismísimo derecho a la vida.
El poder mítico de la memoria
“El mito es el sueño colectivo, y el sueño el mito privado”, Joseph Campbell.
Joseph Campbell, uno de los más grandes eruditos del siglo XX, historiador de religiones, filósofo y experto en mitología comparada, afirmaba que la mitología representa la continua música que produce el Universo, el sentido de la vida, difícil para ser expresado en palabras, como quien transmite una fórmula, pero sí sugerido a través de símbolos, cantados por Sirenas.
Los mitos, afirmaba, han existido desde siempre, se anclaron en la raíz de cada pueblo, de cada tradición conocida, configuraron nuestra inmensa riqueza cultural. En tiempos remotos, los seres humanos encontraban en ellos pautas y ejemplos, consejos, direcciones y vías para encauzar la trayectoria que debían dar a sus propias vidas, la manera en la que definían sus relaciones entre ellos/as. Veían en ellos el camino que podía llevarles al descubrimiento y a la realización del sentido de la existencia, ese oculto y ansiado sendero que nos llevaría al conocimiento de nosotros mismos, a saber que somos uno con los demás y con toda la naturaleza que nos rodea.
Sin embargo, remarcaba Campbell, en la actualidad no se da importancia a los cuentos, que son los restos que han permanecido a salvo del naufragio y que tanto nos gustaba escuchar cuando éramos niños. Siempre tenían el mismo principio: “érase una vez…”, refiriéndose a ese gran tiempo mítico anterior al nuestro. Nos encantaban porque nos hacían viajar a aquellas edades fabulosas donde reinaban reyes sabios o malvados, princesas y monstruos, enanos y gigantes, héroes y magos que atrapaban nuestra atención despertando esos mundos extraordinarios en nuestra propia imaginación, que es la sede del recuerdo.
Joseph Campbell revivió la mitología y su obra influyó en la multidisciplinariedad de las investigaciones, principalmente históricas, antropológicas y etnohistóricas; y enfatizaba en que los mitos no eran cuentos para contarlos junto a una fogata, sino de poderosas guías para el espíritu humano, develando que los relatos mitológicos de todo el mundo, a pesar de parecer muy diferentes, en realidad eran todos iguales. Su verdad universal era siempre la misma, sólo que se contaba en diferentes tiempos históricos y de distintas maneras.
Precisamente porque la mitología, y sus arquetipos, preserva memorias y conocimientos; historias de sabidurías de vida, huellas de experiencias que se marcaron a lo largo del camino y que se escribieron en antiguos muros, piedras, textos sagrados, leyendas populares, luego en la literatura, la música y la filosofía, porque sus significados construyeron nuestra visión del mundo.
La presencia de las mujeres a lo largo de la historia, desde la perspectiva mitológica planteada por Campbell, fue indispensable porque ella pudo y dio vida no sólo a un cuerpo, sinó también a un alma, a una sociedad y a una civilización. Necesitaba insuflar vida y desde entonces enfrentó resistencias y constancias que moldearon su capacidad para soportar y cuando aparece en los encuentros como Diosa en muchas culturas se la representaba comúnmente como un encuentro o matrimonio místico, porque su presencia en la mitología representaba la totalidad de lo que podía conocerse; por ello el héroe de los relatos la encontraba durante su progreso iniciático, mientras que si protagonista era femenina, estaba destinada a convertirse en consorte de un ser inmortal, lo quiera ella o no, porque detentó un poder superior gracias precisamente a la procreación y al dominio de la naturaleza y al cultivo de la tierra.
Esa necesidad de representación permitió que brotase la capacidad de percibir la vida a través de imágenes, donde día y noche, oscuridad y luz, vida y muerte no eran antagonistas, sino inherentes a la diosa madre y a diversas diosas, porque cuanto existía, ellos mismos incluidos, era una expresión de la diosa. Todo, por lo tanto, constituía una imagen que confirmaba la relación que les unía a ella. De esta capacidad para experimentar la vida a través de imágenes surgió la creatividad inagotable de la humanidad. El mito fue la expresión de esta experiencia primordial.
El poder del mito desde entonces radicó en es suerte de concatenación universal, que se ancló en la memoria de los pueblos, con sus particularides pero sobre todo por sus convergencias y por ello se convirtió en el canal de transmisión del conjunto de valores y creencias de pueblos, articulados a su vez por relatos simbólicos en los que se trasmitían tanto elementos de la historia de la comunidad, como enseñanzas espirituales, planteamientos metafísicos y claves para situaciones vitales.
Por lo que Campbell remarcaba que la historia que tenemos en Occidente se erigió hacia el final de la Edad del Bronce y en el amanecer de la Edad del Hierro (alrededor de 1250 a.C. en Levante) cuando se desplazo a las mujeres, en una especie de rebelión contra poder femenino dador de vida, creador, domesticador de la naturaleza que posibilitó el desarrollo de la agricultura, para instaurar fuerza una cultura patriarcal, que elimina las ritualidades y veneración a diosas o dioses de la fertilidad, para dar paso a los triunfos de héroes masculinos con valores asentados en la fuerza física, en el dominio, la valentía, la destrucción, la violencia, la posesión o la capacidad de aniquilar y destrozar culturas y pueblos, expoliando los recursos de civilizaciones más débiles y pacíficos.
La sustitución de la diosa por el mito del dios significó la retirada gradual de la intervención femenina en la naturaleza, en el despojo que colocó a las mujeres en el lado opuesto, en la esfera inferior, se minimizó su poder creador, transformador ligado a la vida, al misterio, a las conexiones entre cosmos, naturaleza, humanidad, vida o muerte.
Pero como bien puntualizan Anne Baring y Jules Cashford el significado religioso de estas figuras, no puede simplemente etiquetarse como “ídolos de fertilidad”: porque la palabra “ídolo” trivializa invariablemente el carácter numinoso de la experiencia religiosa, en tanto que sólo se utiliza para designar las formas de culto de otros pueblos. (…), así como denominarlas “estatuillas” porque reduce la universalidad de un primer principio —la madre— al nombre diosas, porque en el pasado los panteones religiosos y míticos estaban conformado por diversas diosas hasta que fueron suplantadas por el dios padre en tanto que soberano, si no creador, del mundo. -De modo que, para intentar devolver a las figuras del Paleolítico su propia dignidad original, preferimos designar esas imágenes sagradas de los poderes del universo que dan vida, alimentan y regeneran con el nombre de “diosa madre”, o simplemente “diosa”-.
En todas las culturas, ya sean de organización simple o compleja, las representaciones se basaban en experiencia de dimensiones sagradas, sugiriendo que lo sagrado no es una etapa en la historia de la consciencia, sino un elemento de la estructura de la consciencia que pertenece a todos los pueblos de todas las épocas. (…) Si aceptamos que las imágenes de otras culturas tienen argumentos igualmente válidos para acceder a la dimensión de lo sagrado, es menos probable que pasemos por alto las similitudes entre nuestras propias imágenes numinosas y las de los demás.
Desde que se extendieron civilizaciones basadas en la Biblia, una visión del universo perteneciente al primer milenio antes de Cristo, el concepto del universo y concepto de la dignidad humana se situaron completamente en otro lugar, se instalaron en la subjetividad el pecado, el miedo o el castigo, por lo que -Hoy tenemos que aprender a volver atrás, pero para conseguir el antiguo acuerdo con la sabiduría de la naturaleza, para volver a darnos cuenta de nuestra fraternidad con los animales, el agua y el mar-.
Y desde entonces, a pesar de los cercos, las resistencias de la memoria rastrearon y preservaron nuestros orígenes, más allá de las fronteras, los tiempos los espacios, las ritualidades o los cultos, para que la divinidad femenina y sus sistemas de creencias emerjan nuevamente, aunque con otros ropajes, en los que a pesar de los milenios tengamos que atravesar desgarradores caminos para reconfigurar nuestros futuros desde este presente, desde nuestra memoria, para reencontrarnos con nuestros orígenes e identidades femeninas, andróginas y diversas.
El inconciente colectivo
Pero la fuerza de la memoria mítica no se quedaría sólo en relatos o textos sagrados, se entrelazaría como el inconsciente colectivo estudiado ampliamente por Carl Jung, ese sustrato situado por debajo del inconsistente personal, estudiado a su vez por Sigmund Freud, y aprensible desde los arquetipos; esas imágenes primordiales, símbolos inconscientes y ancestrales, que canalizan la tendencia a formar representaciones sobre modelos básicos que puede variar constantemente y que produce asombro y desconcierto cuando aparece en la conciencia.
Arquetipos que a su vez definen desde lo femenino y lo masculino, como planteaba C.G. Jung: el ánima, del latín alma, el principio femenino, imágenes arquetípicas del eterno femenino en el inconsciente del hombre, que forman un vínculo entre la conciencia del yo y el inconsciente colectivo, abriendo potencialmente una vía hacia el sí mismo.
Mientras que el ánimus, del latín espíritu, en la psicología analítica alude a las «las imágenes arquetípicas del eterno masculino en el inconsciente de una mujer, que forman un vínculo entre la conciencia del yo y el inconsciente colectivo, abriendo potencialmente una vía hacia sí mismo, por lo ánima y ánimus tienen una identidad sexual complementaria a la del individuo».
Sin embargo, ánina y ánimus en tanto arquetipos transitan a través de otro arquetipo fundamental, la sombra constitutivo del inconsciente colectivo, propuesto por C.G. Jung.
C.G. Jung sugería que para deconstruir los mitos y arquetipos, con hincapié en el tema de la sombra, o más precisamente de la oposición persona-sombra, uno de los primeros pasos que se debe dar al iniciar un análisis es el enfrentamiento con la sombra, puesto que no forma parte de la imagen consciente que tenemos de nosotros mismos, sinó que se oculta en los umbrales del inconsciente y actúa en forma indirecta, sobre todo desde la perspectiva social, puesto que desde nuestros génesis se filtró en la dominación, en la fuerza destructora, en el poder, la subyugación o en la violencia, individual y colectiva. La contraposición de lo luminoso y bueno, por un lado, y de lo oscuro y malo, por otro, al bien sin más, y el opositor de Cristo, el Diablo, representa el mal. Esta oposición es propiamente el verdadero problema universal, que aún no ha sido resuelto. Sociedades femeninas
Una de las imágenes más antiguas de la humanidad de una diosa, llamada la Venus de Laussel, fue tallada en una cueva durante el Paleolítico Superior. La Gran Madre anuncia el milagro de su preñez, signo prehistórico de la diosa, que luego se expresó en los matriarcados de las primeras sociedades.
Uno de los más notables estudiosos de la sociedades antiguas y específicamente del matriarcado fue el jurista, sociólogo, antropólogo y filosofo suizo Johann Jakob Bachofen que a fines del siglo XIX estudia las particularidades de sociedades matrifocales y matriarcales, estudios que ejercerían gran influencia en las ciencias sociales y en el mundo académico de entonces, así como en trabajos como los de Federico Engels.
Su obra emblemática El matriarcado: Una investigación sobre el carácter religioso y jurídico del matriarcado en el mundo antiguo publicada en 1881 presenta una perspectiva distinta de los roles de las mujeres en las sociedades antiguas, gracias a una serie de evidencias en las que documenta que la maternidad fue la fuente de la sociedad humana, de la religión, la moralidad, y el «decoro», en antiguas sociedades, a pesar de las distancia y tiempos, como Grecia, Creta, Licia, India, Egipto, India, Asia Central, Africa del Norte y algunas sociedades indoeuropeas.
Concluyó sus estudios conectando el derecho arcaico de la madre con la veneración cristiana a la Virgen María y sus hallazgos influenciaron a eruditos fundamentales de la historia de occidente y sus planteamientos dieron lugar a que se generaran una serie de estudios de etnólogos, filósofos sociales y escritores, entre los que se encuentran: Federico Engels que utilizó a Bachofen y a Lewis Henry Morgan para sus Orígenes de la familia, de la propiedad privada y del Estado; el premio Nóbel de literatura Thomas Mann, Erich Fromm destacado filósofo humanista, psicoanalista y psicólogo social estadounidense, el escritor Robert Graves (La Diosa Blanca), al erudito mitólogo Joseph Campbell, Rainer María Rilke uno de los poetas más importantes de la literatura alemana, el fundador de la antropología moderna Lewis Henry Morgan, José Ortega y Gasset exponente principal de la teoría del perspectivismo y de la razón vital, Emile Durkheim uno de los fundadores de la sociología, Bronislaw Mallinowski fundador de la antropología social británica, Otto Gross famoso psiquiatra, psicólogo y anarquista austriaco ex discípulo de Sigmund Freud, entre otros, aunque sus planteamientos de la presencia histórica de sociedades antiguas regidas por mujeres le generaron también una serie de criticas del mundo intelectual y académico, incluso hasta la fecha.
Johann Jakob Bachofen comenzó sus estudios sobre derecho greco-romano en la Antigüedad, que dio origen a la publicación El derecho natural y el derecho histórico (1841), obra que posteriormente lo llevaría a investigar en los distintos niveles culturales y antropológicos que subyacen al Derecho de cada pueblo; dando origen a su obra la “Simbólica sepulcral” (1859), estudios que luego derivarían en su afamada obra “El Derecho materno” (1861), “La doctrina de la inmortalidad en el orfismo” (1867) y “El derecho natural y el derecho histórico” y casi una década después, “La leyenda de Tanaquil” -estudio sobre los etruscos matriarcales- (1870).
Sus estudios, desde la perspectiva cultural y antropológico de los pueblos, sustentaron la tesis del matriarcado como estrato cultural anterior al patriarcado y como matriz fundante de la cultura occidental, en la que desarrolla una serie de conexiones entre las relaciones que se dan entre los sexos masculino y femenino, tanto en el orden individual, como en las articulaciones religiosas, sociales y jurídicas de cada período cultural o histórico, por lo que planteó como hipótesis tres estadios o períodos fundamentales para las sociedades antiguas:
1. Hetairismo. Fase «telúrica», nómada y salvaje, caracterizada por el comunismo y el amor libre o el “poliamor·. La deidad predominante habría sido una proto-Afrodita terrena, de identificación con el principio material femenino de la naturaleza, donde no hay ningún tipo de mediación y, en consecuencia, la comunión es de carácter indiferenciado, ya que no existe todavía la regulación a través del matrimonio.
El derecho natural que regía a este tipo de comunidad se basó en el crecimiento silvestre y la procreación de la tierra, teniendo como referente simbólico y fáctico a la imagen de la tierra como “Madre incesante”, dadora permanente de vida y sin límite alguno, a la vez que es la que recibe en su seno al ser que muere.
2. Derecho maternal: Fase «lunar» matriarcal basada en la agricultura, caracterizada por la aparición de los cultos mistéricos ctónicos o “subterráneos” y de la ley. La deidad predominante habría sido un temprano Deméter o Demetra, ‘diosa madre’ o quizás ‘madre distribuidora’, diosa de la agricultura, nutricia pura de la tierra verde y joven, ciclo vivificador de la vida y la muerte, protectora del matrimonio y la ley sagrada. Venerada como la «portadora de las estaciones».
Si bien este periodo sigue la identificación con Afrodita del periodo anterior, se consolida la relación matrimonial, que une al hombre con la mujer en un plano, pero a su vez, con la tierra a través de la agricultura. De esta manera, la tierra, trabajada de manera exclusiva por cada individuo, se presenta como imagen y prototipo de una unión íntima, duradera y exclusiva en la relación entre el hombre y la mujer, por lo que el derecho natural emerge basado en la regulación de la agricultura sobre la procreación de la tierra.
3. La dionisiaca. Fase transitoria en la que las tradiciones habrían sido masculinizadas, en la medida en que el patriarcado empieza a emerger. La deidad predominante es Dioniso, conocido también como el dios Baco, inspirador de la locura ritual y el éxtasis, patrono de la agricultura y el teatro, periodo que coadyuva a desplazar al poder femenino creador ante el poder masculino asentado en la fuerza.
4 La apolínea. Fase «solar» patriarcal, en la cual todo rastro de matriarcado y de pasado dionisiaco es suprimido, dando paso a la civilización moderna, simbolizada por Apolo y que marca el paso decisivo de sociedades matriarcales hacia sociedades patriarcales. El hombre se emancipa de la naturaleza y comienza la primacía del desarrollo individual y del espíritu-razón, relegando lo material femenino al ámbito de lo corporal.
J.J. Bachofen develó que en las sociedades antiguas se entrelazaban modos de vida de las distintas culturas, con el derecho inherente a cada pueblo, al mismo tiempo que consideró a cada período histórico como estadio vital, y cuando analizaba al “matriarcado” o “cultura ginecocrática” lo hacía en términos de concepciones o representaciones colectivas determinadas, pero de distintos pueblos, donde ese sistema social -el matriarcado- se manifestaba, en distintos grados, en toda la Antigüedad, como en la cultura egipcia, la cretense, la persa, o la griega-. La obra de Bachofen se centró también en la interdependencia entre muerte y vida como las dos fuerzas constituyentes de la existencia misma, como anclajes antropológicos del matriarcado- y a partir de esta base, interpretó varios mitologemas claves de la cultura griega, otorgándoles un espesor de sentido tal que los erige como expresiones simbólicas del misterio mismo de la existencia, Bachofen estudio arduamente la antigüedad de los pueblos y fue un gran conocedor de las culturas del mundo antiguo, sobre todo del Mediterráneo, de la que emergerían luego las culturas y religiones judeo cristianas, además realizó profundos estudió de los universos míticos de otras culturas como las de India o China, en las que evidenció consonancias con los estudios realizados en culturas como la griega, romana, egipcia, indoeuropea, helénica o semita, entre otras, así como de sus panteones religiosos configurados principalmente por deidades femeninas, antes obviamente del surgimiento del imperio romano y posteriormente del cristianismo.
“Asistimos a la disolución de una era, y desde sus ruinas florece una nueva época, la apolínea. Tras la divinización de la madre, sobreviene la del padre, tras el primado de la noche, el del día, (…) las diferencias de ambos estadios vitales se desvelan con total nitidez. (…) Si allí prima la ligazón material, aquí el desarrollo espiritual; allí la regularidad inconsciente, aquí el individualismo; allí la entrega a la naturaleza, aquí la emancipación de ella (…) La máxima esperanza del misterio demétrico es el don libre de la madre, como ocurre con el destino del grano; el heleno, por el contrario, desea obtener todas las cosas por él mismo, hasta lo más supremo. En la lucha es consciente de su naturaleza paterna, luchando se eleva sobre el matriarcado al que antes pertenecía (…) Para él la fuente de la inmortalidad no mana ya de la mujer conciente, sino que se halla en el principio masculino creador al que reviste de una divinización que el mundo antiguo sólo a ella confería”.
Para J.J. Bachofen la dinámica histórica de la evolución humana se comprendía como una continuidad entre el mito y la historia, aunque con diferentes modos de expresión, dependiendo de la tradición de los pueblos, por lo que no era posible concebir que la tradición mítica y la tradición histórica transiten por rutas distintas, sino entrelazadas, precisamente, por compartir los mismos orígenes, como los dos lados de una moneda, lo mítico y lo histórico.
Sin embargo, sus estudios, así como los de otro/as experto/as, entre ellas Anne Baring y Jules Cashford, Joseph Campbell o Pepe Rodríguez, entre otros, muestran al sistema matriarcal desde la primacía de lo femenino pero no desde la perspectiva del dominio político, económico, cultural, religioso o social, sino fundamentalmente desde la interrelación entre el cosmos y la naturaleza, de las dimensiones creadoras de la vida y su sacralidad. Culturas que erigieron religiones con deidades diversas como expresión sublime y primigenia de la humanidad frente al fenómeno de la vida, concebida como la Gran Madre, capaz de albergar en su seno a la vida y a la muerte, a la luna, a las constelaciones, a las aguas de mares y ríos; y a las estrellas de un inmenso y sobrecogedor Cosmos, tan sobrecogedor como el de la Naturaleza misma.
Para Bachofen las dos fuerzas constituyentes de la misma existencia, vida y muerte, en las sociedades antiguas se traducía en la vida telúrica, manifiesta en la sencillez profunda de la ley eterna del devenir y en el sentido femenino de la creación y su coexistencia con la incesante destrucción del propio cosmos y de la naturaleza.
Arquetipos y mitos constitutivos
Para la cultura occidental y las culturas del continente americano, a pesar del periodo colonial, los arquetipos y mitos constitutivos durante los últimos cinco siglos fueron fundamentalmente las presencias arquetípicas judeo cristianas, que se superpusieron a las antiguas deidades precolombinas, a fuerza de extirpación de idolatrías por más de quinientos años y por el borramiento de las memorias colectivas, ante la imposición de la religión católica, principalmente, que a fuerza de mandatos inquisidores de espantosa crueldad, de saqueo, de reducciones indígenas, entre otras acciones represivas, que durante la colonia y la República anclaron en nuestras cosmovisiones el miedo, el pecado, la condena y la sumisión.
Las deidades originarias, las cacicas amazónicas, las mujeres curacas de los señoríos aymaras, las deidades presolares como las Uru Chipayas, tan antiguas como las sumerias, o nuestras diosas tutelares, las Apus milenarias, la Loma Sagrada del Gran Paititi permanecen silenciosas en nuestras memorias largas, esperando que develemos sus misterios y sus legados, para redefinir nuevas rutas de dignidad, de respeto, aunque en ese deconstruir desgarremos nuestros anclajes atravesados fuertemente por la colonialidad y el patriarcado.
No en vano nuestros mitos femeninos fundantes tuvieron gran resonancia a pesar de los legados coloniales impuestos por la religión judeo cristiana, cincelados a mano de arcabuces, lanzas, inquisición y extirpación de idolatrías, pero que se reflejan en la coexistencia de imágenes arquetípicas fundamentales y que deben releerse para deconstruir nuestros pasados patriarcales y erigir nuevos anclajes que cimienten la despatriarcalización de nuestra cotidianidad, de nuestras cosmovisiones y de nuestras sociedades.
La historia obnubilada : Lilith
Lilith fue la primera mujer, según registros de la literatura Rabínica y la Cábala antigua Lilith fue la primera esposa de Adán mucho antes que Eva. La historiografía judía sostiene que Dios crea con barro de la tierra a Lilith y Adán, por lo que Lilith y Adán gozan del mismo status social y viven en plena igualdad, habiendo engendrado a Shendim, Linin y Ruchin. El desencuentro entre Adán y Lilith surge cuando él quiere obligarla a ponerse debajo: «¿Por qué he de acostarme debajo de ti? —preguntaba—: yo también fui hecha con polvo, y por lo tanto soy tu igual», Lilith siente la gran ofensa por ser su igual y, negándose a la subordinación, huye del jardín del Edén.
Adán ofendido se queja a Dios por el abandono y éste envía a sus ángeles a que busquen a Lilith para que retorne al Edén. Los ángeles recorren toda la tierra hasta que la encuentran en el Mar Rojo, un lúgubre lugar en el que habitaban demonios. Infructuosamente los ángeles quieren disuadirla para que vuelva con Adán, pero ella se rehúsa y como castigo Dios, según afirma la historiografía, condena a Lilith para que todos los hijos que engendrara muriesen, pero previamente pariría hasta cien hijos al día con desgarradores dolores de parto.
Por ese motivo Dios crea a Eva de una costilla de Adán, sustituyendo el génesis y primigenia igualdad por la sumisión de la mujer a su marido e instaurada desde el mandato divino. Por lo que Lilith, posteriormente, se dedicaría a seducir en las oscuridades a los hijos de Adán y Eva, además de mutar en serpiente, para seducir a la propia Eva. Según las tradiciones judías medievales Lilith intenta vengarse asechando a los niños menores de ocho días, incircuncisos.
El mito de Adán y Eva y el pecado original
A partir de entonces para el mundo la presencia de Lilith durante los siguientes siglos se ensombrece y no figura en libros –sagrados- como la Biblia o el Corán que configuran otra realidad al presentarnos a Eva como la primera mujer. ¿Distorsión histórica?, engaño?, tergiversación intencional? Quien sabe. Lo cierto es que los libros –sagrados- registran que durante el sexto día de la formación del mundo Adán fue creado primero y Dios, al verlo solo, decidió que necesitaba una compañera, quien fue creada partiendo de una costilla del hombre. Sin embargo, para probar su fidelidad y obediencia Dios les da el mandato de no comer fruto de un sugestivo y misterioso árbol, el de la ciencia del bien y del mal, y que si contravenían el mandato morirían.
Aparece en escena la encarnación suprema del mal, la serpiente, que tienta y engaña a Eva para que coma del fruto prohibido y se lo dé a Adán y, como registra el Antiguo Testamento, Dios los castiga con el dolor, la vergüenza ante su desnudez, con la muerte y el trabajo: "Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás" (Génesis 3:19) y, además, condena a Eva con la maternidad: "parirás a tus hijos con dolor" (Génesis 3:16).
Desde entonces, para las religiones judía, cristianas y católica las mujeres estamos condenadas, como Eva, a vivir subordinadas, con el –pecado original-, pariendo y dando vida con desgarradores dolores, en desvelos eternos para proteger y cuidar, pero eternamente pecadoras, iniciando una historia de sumisión y culpa eterna. Y si bien Lilith desaparece de la historiografía religiosa, su figura asociada a la vil serpiente tentadora estará presente encarnando el mal, los pecados carnales o la condena a los infiernos, aunque la memoria larga y cierta mitografía desde diversas culturas reivindicará su fuerza transgresora y liberadora.
La Virgen María
María simboliza el rostro femenino de Dios. Es la madre de Jesús, del maestro desgarradoramente crucificado. Desde que quedó embarazada y a lo largo de toda su vida vivió errante, huyendo de las amenazas de la lapidación, y las persecuciones viéndose forzada a peregrinar de un lado a otro durante toda su maternidad, hasta su apostolado, casi 40 años después de que pierde a su hijo en la cruz. Pero la vida y la imagen de María, la madre de Jesús, han sido permanentemente distorsionadas por el peso de su virginidad, su maternidad inmaculada, sus dones de sanación, su apostolado o su sapiencia. Y, aunque siempre vivió como fugitiva y amenazada de muerte, este lado de la historia quedó ensombrecido.
María la Virgen y los Evangelios Apócrifos
Para algunos estudiosos, María fue conocida primero en el mundo islámico y aparece citada varias veces en su texto sagrado, el Corán, sobre todo en el capítulo 19 donde es representada como virgen y madre del profeta Jesús por intervención divina. Desde entonces, María es venerada en el Islam por su pureza virginal, su humildad y su piedad, que hacen de ella un modelo de fe para los creyentes.
Por otro lado, entre las diversas fuentes informativas e históricas, además de los textos considerados sagrados como la Biblia o el Corán, figuran los rollos del Mar Muerto, descubiertos a mediados del siglo pasado con más de 800 documentos que a la fecha son intensamente escudriñados por la fascinación y misterio que encierran más de dos mil años de historia. Su descubrimiento ha hecho que desde hace algo más de medio siglo se intensificaran las investigaciones sobre las mujeres que acompañaron a Jesús a lo largo de su vida y, gracias a esos hallazgos, la biblioteca personal Jorge Luis Borges, en colaboración con María Kodama, en 1985 publica los “Evangelios Apócrifos” con una precisión previa: “... junto a los libros canónicos del Nuevo Testamento estos Evangelios Apócrifos, olvidados durante tantos siglos y recuperados ahora, fueron los instrumentos más antiguos de la doctrina de Jesús. (...) Leer este libro es regresar de un modo casi mágico a los primeros siglos de nuestra era cuando la religión era una pasión”. Finalmente, en cuanto a lo apócrifo el escritor puntualiza: “La palabra apócrifo ahora vale por falsificado o por falso; su primer sentido era oculto. Los textos apócrifos eran los vedados al vulgo, los de lectura sólo permitida a unos pocos”.
Y, luego de tantos años de misterio, hoy es posible re-transitar la historia que se tejió en torno a la mujer que nunca abandonó a Jesús. Así, el Protoevangelio de Santiago, por ejemplo, describe la vida de María desde su concepción -milagrosa- hasta su supuesto matrimonio con José. Según este documento, el padre de María, Joaquín, fue un hombre rico en extremo perteneciente a las doce tribus de Israel, estuvo casado con Ana, prima hermana de la madre de Juan el Bautista, pero con la que no tuvo descendencia y, de acuerdo a las costumbres de la época, ya en el epilogo de sus vidas ambos se sentían desaventurados y objeto de maldición. Pero luego de profundas súplicas, ayuno y penitencia, como afirma el relato, son bendecidos y conciben a María.
Otros escritos dan cuenta del prodigio de la niña y sus deferentes cuidados la hacen merecedora a ser consagrada en el Templo, en medio de un ambiente paradisíaco, para ser alimentada con alimentos angélicos y custodiada por sacerdotes que se encargarían de su pureza, hasta su pre-adolescencia cuando, siguiendo las tradiciones de la época, su vida es confiada al anciano José, modesto carpintero pero del linaje de David, en un matrimonio simulado y espiritual, práctica también común en varias corrientes místicas, herederas de antiguos usos y costumbres hebreos.
La ignominia por el matrimonio y la maternidad
Como mencionan el documento anterior o los Evangelios de Tomás, de Pseudo-Mateo, en el Libro de la Natividad de María o documentos del mundo árabe conservados en el Evangelio Árabe, cuando María tiene apenas 14 o 15 años vive la Anunciación del Ángel Gabriel quien le comunica que será madre del Hijo de Dios y queda embarazada.
Pero inmediatamente será rechazada por José, por los sacerdotes del templo y por la gente de su pueblo, que condenan su pecado, su vulnerabilidad ante la supuesta seducción y su traición.
Sin embargo, ante las amenazas de ignominia, María se enfrenta a todos: “... sin que signo de impureza apareciese en su rostro (..) dijo con clara voz para ser entendida de todos: Por la vida de Señor, Dios de los Ejércitos, en cuya presencia me hallo, que yo no he conocido ningún hombre, y más que no lo debo conocer, porque desde mi infancia he tomado esa resolución (...) Y he hecho a Dios el voto de permanecer pura para El, que me ha creado. Así quiero vivir para El solo, y para El solo permanecer sin mácula mientras exista”. Cap. XII, Evangelio Pseudo Mateo.
Hay que destacar que, según la tradición judía, en esa época los jóvenes varones podían contraer compromiso matrimonial entre los dieciocho y veinticuatro años, mientras que las mujeres a partir de los doce años ya eran consideradas doncellas y a partir de esa edad podían desposarse.
Sin embargo, para las miradas comunes, incluso para las de hoy, la unión de María y José, un anciano de casi 80 años, fue considerado un acto sacrílego y objeto de todo cuestionamiento. Por ello durante su embarazo huyen de un lugar a otro, hasta que camino a Bethelehem, en medio de la aridez del entorno y la nada, se enfrenta al momento del alumbramiento, lo que les obliga a cobijarse en una gruta subterránea sin claridad, pero que -según los registros- se iluminó con la sola presencia de María, quien está a punto de parir mientras que José corre desesperado en busca de unas comadronas para socorrer a la joven. Grande sería su sorpresa cuando al regresar encuentra a María con el niño en su regazo y para cerciorarse de la efectividad del parto una de las comadronas constata que María permanece virgen y tiene leche en los senos para alimentar a su niño.
A partir de ese momento los diversos textos, producto de la tradición oral, la religiosidad y el apego a antiguas profecías, consagran en María la maternidad divina y la reivindicación de la santidad femenina, luego de la condena padecida por la subversión de Lilith, la primera esposa de Adán, y del pecado de Eva.
Pero la vida de María desde entonces estaría permanentemente en riesgos, atravesada por la incertidumbre y amenaza, como cuando vive el repudio de José que se obliga a guardar el secreto del embarazo, hasta que en un sueño Dios le hace conocer sus designios: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados» y José tendrá que acompañar a María a enfrentar y a huir de los riesgos, porque las amenazas de castigo y muerte recién comenzarían.
El embarazo será la primera amenaza. La siguiente vendría desde el mismo rey Herodes quien, al sentirse acechado por la aparición de un nuevo rey, de un nuevo Mesías que llegaría para gobernar, ordena la degollación de todos los niños de Bethelehem.
Ya con Jesús niño en Judea, según diversos registros, María y José deben enfrentarse al temor y sospecha que surgen a raíz de los milagros del niño, que no ha superado los cinco años, y que incluyen resucitaciones, curaciones o sanaciones, además de diversos prodigios como la sumisión de fieras y serpientes. Pero también deban responder por las interpelaciones que Jesús realiza a patriarcas del Templo que buscan instruirlo e ilustrarlo en los mandatos de la Ley Divina y que hacen que durante buena parte de los años de infancia y adolescencia de Jesús, los tres vivan errantes, extranjeros y desterrados.
María Magdalena: la falsa prostituta
Santa y pecadora, culpable y redimida: la figura de María Magdalena a lo largo de los siglos ha sido heredada y traspasada a las mujeres junto con la condena de la sexualidad, porque gracias a las religiones cristianas, particularmente la católica, su imagen se asoció a la de la prostituta arrepentida. Sin embargo, en el Nuevo Testamento no existe una alusión expresa a que Magdalena hubiese sido explícitamente una prostituta. Dado que en el evangelio de Lucas sí se menciona que Jesús expulsó siete demonios del cuerpo de una mujer llamada María, la ambigüedad del relato narrado dio paso a diversas interpretaciones y a que se consolide el mito de la prostituta.
Con todo, el hallazgo en 1945 al sur Egipto en las cuevas de Nag Hammadi de unos papiros que contenían los evangelios de Tomás, Felipe y muchos otros, considerados evangelios apócrifos, proporcionan información más amplia sobre quién fue María Magdalena y permiten definirla como la discípula favorita de Jesús, la mujer que, a diferencia de los otros apóstoles, comprende las alocuciones y explicaciones de Jesús, hasta convertirse en su compañía permanentemente. El evangelio de Felipe afirma, por ejemplo, que el Salvador la amaba más que a los otros discípulos y que la besaba en la boca, lo que provocaba celos en apóstoles como Pedro.
Juan Arias, periodista español que trabajó varios años en el Vaticano, afirma que a inicios del cristianismo existieron diversas corrientes religiosas en pugna principalmente "la corriente tradicional, de Pablo y Pedro, y la de los gnósticos capitaneada por María Magdalena", que terminó siendo "arrinconada", ya que esta vertiente teológica estaba "basada sobre el conocimiento más que en el pecado".
Los gnósticos cuestionaban las jerarquías y se enfrentaron al Vaticano, mientras que la corriente masculina, de herencia judía y patriarcal de los apóstoles Pablo y Pedro delinearon las jerarquías que siglos después constituyeron la institucionalidad eclesial que contempla el papado y los obispados, siguiendo una línea contraria a lo que Jesús proclamaba, ya que desde niño se enfrentó a los sabios del templo, tal como se revela en los Evangelios denominados apócrifos, por lo que Jesús en ninguna de sus prédicas sugiere siquiera estar de acuerdo con la imposición de jerarquías de poder de ningún tipo.
La discípula
Pero ¿cómo es que María Magdalena termina convirtiéndose en una de las principales discípulas de Jesús? Algunos textos de los mencionados dan cuenta de que ella solventó económicamente varios de sus desplazamientos para ampliar sus prédicas, gracias a su autonomía económica, ya que María provenía de Magdala, una región en la que sí se permitía a las mujeres a acumular bienes producto de la pesca o el comercio, aspecto que sin duda posibilitó que María Magadalena acompañe a Jesús por diversos lugares de lo que hoy conocemos como Oriente Medio.
A ello se suma otro hecho significativo: la presencia de esta mujer en el momento de la crucifixión y muerte de Jesús. Los cuatro evangelistas del Nuevo Testamento dan cuenta que al momento de la crucifixión y de la resurrección, además de María, la madre de Jesús, estaba María Magdalena que, de acuerdo a la tradición, en tales circunstancias era de suponer que quien iba a morir en una ejecución esté acompañado en sus últimos momentos por las personas más cercanas y queridas, sea por lazos de parentesco consanguíneo o afectivo. Por lo que no es casual que posteriormente haya sido considerada como una santa primero por la Iglesia Ortodoxa y la Anglicana y recién en el siglo XX por la Iglesia Católica.
María Magdalena, la pecadora
Durante siglos se confundió a las dos mujeres para dar preeminencia a la figura de los apóstoles, generando con ello que los iniciales predicadores de las enseñanzas de Jesús, los emperadores que adoptaron como religión el naciente cristianismo y, posteriormente, los papas y jerarcas de la institución eclesial a lo largo de los siglos nos presenten a María Magdalena como una prostituta, para invisibilizar su protagonismo y cercanía con Jesús. En ello fueron fieles también a los preceptos que establecían que el poder político y religioso debían estar en mano de los patriarcas por mandato divino.
Así, como señala el periodista Juan Arias, la identidad de María Magdalena como María de Betania "la mujer quien fue una pecadora" fue establecida en un sermón del Papa Gregorio en el año 591, cuando afirmó que "ella, la cual Lucas llama la mujer pecadora, la cual José llama María [de Betania], nosotros creemos que es María, de quien siete demonios fueron expulsados, según Marcos", aunque no explicita que se tratase de un prostituta, pero que se reforzó gracias también a otra cita de Lucas en la que refiere a una mujer adúltera a la que Jesús salva de la lapidación (Juan 8:3-11)
Las otras diosas, la virginidad y los arquetipos
Desde la perspectiva simbólica la emergencia de la Virgen María en la historia, la mitología y la religiosidad judía, islámica o cristiana es una asimilación de otras deidades mucho más antiguas, adoradas en ritualidades y plasmadas en simbologías de culturas mucho más antiguas que la judía, cuyos templos contaban con estatuas de vírgenes en los que la gente ofrecía sus oraciones, sus ofrendas y sus esperanzas. Con el advenimiento del cristianismo, muchos de ellos se transformaron en templos dedicados a María, la Inmaculada Concepción.
Las religiones y las culturas de entonces ceden ante la fuerza cristiana y quienes en tiempos del imperio romano adoraban a Diana o Venus poco a poco la reemplazaron por María, la virgen madre de Jesús, relegando a sus antiguas diosas a las cimientes de nuestra memoria larga, para transformar sus nombres aunque no sus ritualidades.
Diosas antiguas, y para algunos paganas, como Lilith, Anat, Afrodita, Aradia, Artemis, Astarte, Ceres, Demeter, Diana, Eostre, Gaia, Hera, Ishtar, Isis, Juno, Kali, Minerva, Persefone o Venus ceden así su lugar y dan paso a María, la madre de Jesús. Pero dejan como legado la idea de que la virginidad tiene diversos sentidos: implica desde reivindicaciones de autonomía hasta representaciones religiosas y simbólicas ligadas a la fertilidad divina, con poco énfasis entre virginidad y castidad, lo que permite descubrir que el título de “Santísima Virgen” ya fue otorgado a otras diosas, aquellas que precisamente representaban a mujeres poderosas con autonomía, que no tenían que responder ante ningún hombre ni por ningún niño.
Para algunos estudiosos, la virginidad no estaba ligada a la continencia sexual, sino más bien a una condición emancipatoria, pero que siglos después, por la tradición cristiana, se convertiría en un acto reivindicativo del pecado original de Eva. De esta forma, durante los siglos posteriores se sublimará la virginidad física de María y la concepción inmaculada de Jesús, porque desde comprensiones literales del nacimiento virginal, Jesús es totalmente humano y totalmente divino.
Pero siglos atrás en Grecia los nacimientos virginales son parte de las prácticas de las deidades de su enorme panteón religioso y son atribuidos a personajes humano-divinos o semi-divinos, héroes o sabios como lo evidencian las historias de Pitágoras, Platón, Alejandro, Zoroastro, Sargón, Perseo, Jasón, Mileto, Minos o Asclepio, por mencionar algunos ejemplos que hoy pueden ser corroborados fácilmente en la red informática.
Otro dato significativo y recogido de los saberes populares antiguos y el arte que sobrevivió a lo largo de los siglos es la representación de las diosas como síntesis perfectas de Trinidad originaria, en la que convergían virgen, madre, sabia/bruja. Por lo que el término “doncella” usualmente era sustituido por el término “virgen” para de-sexualizar la palabra, la que a su vez asociaba a la adolescente casi niña con virgen o doncella justo al comienzo de la menstruación. De esa transición y transformación de la niña en una joven mujer, nace en muchas culturas mediterráneas la celebración de ritos en honor a la libertad de la juventud.
Joseph Campbell une el nacimiento de Cristo con el nacimiento de Buda y denomina a ambos acontecimientos “the birth of compassion”, señalando que los héroes y semidioses nacen no de la sexualidad ni de la auto-preservación, sino de la compasión, un nacer del corazón. Visión que compartirían también las distintas corrientes gnósticas que vieron en la concepción de Jesús una realidad simbólica y de unión con el Espíritu Santo femenino, la Sophia con el Padre Dios masculino.
Por lo que esas presencias míticas, no exentas de heroísmos, a lo largo de la historia se han convertido en figuras o presencias arquetípicas, cuyas vidas se multiplicaron en réplicas comunes en diversos contextos, tiempos y espacios, anclados en antiguos pasados que tenían como plataformas comunes hitos fundantes y emblemáticos como referentes de vida y con potencialidades para dar paso al afloramiento de nuevas eras.
Por ello que es en el inconsciente colectivo estudiado y desarrollado por Carl Gustav Jung que se ancla un lenguaje común a los seres humanos de todos los tiempos y lugares del mundo, constituido precisamente por simbologías comunes capaces de expresar contenidos que pueden ser interpretados más allá de los límites de la razón. Imágenes arquetípicas, que bien podrían traducirse también como imágenes ancestrales, oníricas y fantasías con motivos universales, de grandes coincidencias y similitudes, registrados y transmitidos sobre todo a través de las religiones, los mitos y leyendas, constitutivas precisamente de ese inconsciente colectivo.
De ahí que la figura de María, enfatizando en su virginidad y maternidad, se fusionará a la imagen arquetípica de las diosas pre judeo/cristinas e islámicas, para reforzar simbologías como las de la Madre de Dios, la Virgen, Sofía; los anhelos de salvación ante la condena del pecado de Eva y, como afirmaba el propio Jung, de un modo más amplio, como la base de « la iglesia, la universidad, la ciudad, el país, el cielo, la tierra, el monte, el mar y las aguas estancadas; la materia, el inframundo y la luna» (…) «como lugar de nacimiento y de procreación, los sembrados; el jardín, la roca, la cueva, el árbol, el manantial, el pozo, la pila bautismal, la flor como recipiente; como círculo mágico o como tipo de la cornucopia».
El poder de la maternidad
Sin embargo, el poder de la maternidad será otro de los antiguos arquetipos que se encarnarán también en la figura de María, como elemento que condensará fertilidad, fuerza creadora, autoridad femenina, magia, sabiduría, altura espiritual más allá del intelecto; lo bondadoso, protector, sustentador, lo que da crecimiento, fertilidad y alimento; el lugar de la transformación mágica, del renacer; el instinto o impulso que ayuda; lo secreto, escondido, lo tenebroso, el abismo, el mundo de los muertos, lo que devora, seduce y envenena, lo angustioso e inevitable, como puntualizará C. G. Jung en su obra Los arquetipos y lo inconsciente colectivo. Un inconsciente colectivo que también fue objeto de interpretaciones, redefiniciones, concentraciones de poder y cientos de miles de intencionalidades religiosas y dogmáticas.
Así, María fue el símbolo que se usó en las escrituras canónicas para condenar al embarazo y reivindicar la virginidad sublimada, dejando de lado paradójicamente e invisibilizando la historia que narra cómo en vida huyó como fugitiva y errante para evitar la lapidación, cuáles fueron sus poderes de sanación y su fuerza protectora, capaz de sobreponerse al peor de los dolores. Sin embargo, su impronta femenina se reivindicaría a lo largo del mundo con reedificaciones en su honor, festividades y cientos de miles de ritualidades para recordarnos, a través de los siglos y los milenios, el rostro femenino de Dios.
El modelo de la mujer asexuada
Tenemos así que en diversas tradiciones religiosas, no sólo la católica, la santidad de María madre se convertirá en el modelo de mujer ideal, santa, abnegada y protectora, pero por encima de todo, virgen. Y la virginidad se consolida como el máximo valor del patriarcado judeo/cristiano, mientras que el sexo y todo lo relacionado con el cuerpo se condenan como elementos del pecado, vinculados al mundo de los infiernos.
Desde entonces el placer, el erotismo, la desnudez, las caricias, los besos y el sexo, la naturalidad de la sexualidad y todas sus biológicas y naturales implicancias serán descalificadas si no se ligan a la procreación, al grado de ampliar las compuertas a la violencia sancionadora no sólo desde los confesionarios religiosos, sino desde las normativas y las prácticas cotidianas, incluso hasta hoy.
La condena del cuerpo con la condena de María Magdalena
La iconografía religiosa, desde el periodo bizantino a la fecha, se ha ocupado de reforzar la imagen de María Magdalena como prostituta arrepentida a contracorriente de las vertientes religiosas de los gnósticos, los que preservaron los evangelios denominados apócrifos y que la erigieron como la principal discípula de Jesús y su esposa, aunque las desavenencias entre Pedro y ella fueron evidentes, tal como lo refleja el Evangelio de Felipe cuando alude a un reclamo de Pedro cuando éste cuestiona: ¿por qué tenía que enseñarle a ella cosas que a nosotros no nos enseñaba? Y ahí otro de los apóstoles dice: "Bueno Pedro, si él lo ha querido así, si él la ha escogido a ella tenemos que aceptarlo". En este evangelio como en aquellos otros definidos como gnósticos aparece nítidamente la idea de que Jesús no objetaba ni se oponía a que otras mujeres lideradas por María Magdalena difundiesen sus enseñanzas junto a la de los hombres. No hay que olvidar que las corrientes religiosas adscritas al Antiguo Testamento en lo que respecta a las mujeres asentaron sus preceptos y mandatos en la culpabilidad de Eva con el pecado original, que derivó en la culpa de la desnudez y el cuerpo, con el parir con dolor por castigo divino y con la expulsión del paraíso, configurando una suerte de culpa primigenia por el simple hecho de haber nacido mujer.
A ello se sumó la subordinación judeo/cristiana de las mujeres, por lo que el protagonismo de la Magdalena no podía ni debía evidenciarse, ya que su sola presencia como seguidora de Jesús constituía una profunda transgresión a las costumbres de dichas culturas, principalmente a las herederas del Antiguo Testamento. Y no sólo desde el punto de vista de los preceptos religiosos, sino fundamentalmente culturales, por lo que la mitografía patriarcal condensa en su figura a todas las mujeres pecadoras, arrepentidas y poseídas que aparecen durante las prédicas de Jesús, al grado de convertirla en una prostituta arrepentida y, luego de la crucifixión de Jesús, en una mujer penitente, que hasta su muerte habitará una cueva en el desierto en penitencia, ayuno y mortificación de su carne. Carne en tanto cuerpo, objeto del deseo, placer, fornicación, apropiación, posesión o lujuria y, por tanto, elemento de condena, ya que en la época de Jesús los usos y costumbres sometían a las mujeres consideradas como pecadoras a la lapidación y a la muerte si es que se transgredían las normas de la sumisión y subordinación.
Ello, porque predominaba la idea de que las mujeres desde niñas eran propiedad primero de los padres y luego de los esposos, cuya principal misión era la procreación y, cuánto mejor, de primogénitos varones, para luego consolidarse como cuidadoras y protectoras no sólo de sus hijos, sino de sus maridos, padres, hermanos o suegros. Esta concepción se reforzó durante siglos por las tradiciones judías, musulmanas e islámicas principalmente, superponiendo a María madre de Jesús desde la veneración, fundamentalmente por su VIRGINIDAD y porque su embarazo se produjo por obra y gracia del Espíritu Santo, sin haberse manchado por ello con “el pecado de Eva”.
El supeditado sentido del amor
En esta línea, el amor entre las personas termina supeditándose a la reproducción, el matrimonio se convierte en símbolo de esa unión y lo que está al margen de ese canon también ingresa al mundo de la condena, de la prohibición, del pecado y del juzgamiento. Aunque hay que recordar que el matrimonio según usos y costumbres de las culturas en la época de Jesús, como antes y después, fueron por sobre todo arreglos familiares, sin la mediación del amor, pues en muchos casos constituían transacciones y arreglos familiares antes de que nacieran los hijos o hijas, en los que las mujeres no tenían opción alguna a manifestarse, como ocurre todavía en algunas sociedades de oriente medio.
No en vano María Magdalena a lo largo de casi mil quinientos años cargará el estigma de la pecadora, de la prostituta, hasta que en 1969, el papa Pablo VI elimina del calendario litúrgico el apelativo de "penitente" adjudicado tradicionalmente a María Magdalena y desde entonces se la deja de considerar prostituta arrepentida. Pero milenio y medio de tradición no son suficientes para reivindicar su imagen de lideresa, de discípula favorita o de esposa de Jesús ante millones de católicos que la siguen considerando como una pecadora.
Sin embargo, esa historia nos ocultó la violación a la que fueron sometidas las mujeres durante milenios por pactos matrimoniales en los que no necesariamente primó el amor, sino los arreglos familiares y sociales, así como los mandatos religiosos y estatales, pues ambos fueron de la mano. Violaciones y violencias que se escondieron a lo largo de los últimos dos milenios, principalmente.
Joseph Campbell afirmaba que el sentido del amor, el romance o la exaltación de la pasión surge recién en la Edad Media, en contradicción directa con la enseñanza de la Iglesia: la palabra AMOR leída al revés es ROMA, y se la empleó para validar las ideas de la Iglesia Católica Romana que justificaba matrimonios que eran de carácter puramente social o político. Por eso nació este movimiento (el de la Edad Media) validando la elección individual a la que yo llamo seguir el camino de tu felicidad.
A partir de entonces las sociedades occidentales, recién comenzaron a reivindicar el amor y tímidamente el placer y el disfrute de la sensualidad y sexualidad legada hace siglos por los griegos, por ejemplo. Aunque claro, debió pasar mucho para que arribemos a la revolución sexual de los años 60 que posibilitó que nos enfrentáramos a nuestras naturalidades, diversas, complejas, pero atravesadas todavía por las culpas del pecado de Eva o de María Magdalena... Aunque todavía nos queda mucho recorrido para que expiemos las culpas y los miedos religiosos y culturales que se apoderaron de nuestros cuerpos, de nuestras libertades, de nuestras subjetividades y de historias y religiosidades que injustamente condenaron a cientos de millones de mujeres a lo largo de la historia por pecados inventados o violaciones obligadas. María Magdalena es símbolo de ello.
Los mitos originarios precolombinos
"Antes, los hombres vivían en la oscuridad, los Chullpas, primeros pobladores del mundo, se alumbraban con la fresca luz de la luna [...]Después de muchos siglos, los sabios pronosticaron la salida del sol [...] Al saber que en el universo se impondría la luz candente de un sol poderoso (Thuñi) y que aparecería del lado oeste, todos se apresuraron en construir sus guaridas con puertas hacia el este [...] El sol amaneció por el oeste, pero, después,el sol apareció por el este ocasionando su muerte, sofocados por el extraño calor solar [...] El sol mató a los Chullpas, pero una pareja se metió al agua y donde permanecieron todo el día hasta la puesta del sol. Sólo al volver la noche reiniciaban su vida normal,
y así durante algún tiempo hasta que se acostumbraron al nuevo sistema de vida, con días y noches. Los chipayas actuales son sus descendientes...".
La antigüedad y origen de los pueblos Uru Chipayas, Qhas Qut suńi Uros – Chipaya-Chulluñi-Irohito-Murato se devela precisamente en sus mitos de origen y en la historia oral que ha sido transmitida a lo largo de generaciones, se presume que es anterior a los 2.000 a.C y que habrían subido de las islas del Pacífico Sur o que incluso tendrían origen amazónico, sin descartar la presunción de las migraciones asiáticas por el estrecho de Bering. - Vivíamos asentados en una extensa faja que iba desde el río Azángaro -ahora del Perú- seguía las orillas del lago Titicaca y el Desaguadero hacia el lago Poopó, hasta los Lípez. Formaba este territorio un eje acuático, de norte a sur, como se puede apreciar en el mapa del s. XVI. Otros urus vivían en la costa del Pacífico, entre Cobija, Arica y Camana.
Dentro de sus tradiciones la complentariedad fue fundante de la cosmovisión Uru Chipaya que se tradujo en la presencia de los dioses o Mallkus, deidades masculinas y las T’allas deidades femeninas, que intervienen en todo tipo de ritos que acompañan la mayor parte de sus actividades. Deidades sagradas vinculadas a la naturaleza que a pesar de la aridez de un territorio salino a más de 4.000 m.s.n.m, del frío, las sequías y los vientos les da cobijo con los dones austero y generosos del río Lauca, la Pachamama, la Madre Tierra, las montañas del Sajama, la Torre Mallku, otros mallkus de cada ayllu.
En sus relatos se develan dos deidades que acompañan la sacralidad y ritualidad de su historia milenaria: la serpiente (quwak) y Wari; la serpiente relacionaba el mundo superior o cielo con el e abajo. Wari creador del mundo, habitante del Uracharku, territorio de fuego y relacionado con la actividad volcánica, considerado como el principio masculino por encontrarse cerca de los yacimientos de oro y relacionado con el sol y el fuego. Así como el principio femenino del Warsicharcu o señorío de las aguas reflejado por filones de plata y relacionado con la luna y las aguas de los lagos Poopó, Titicaca y Desaguadero, así como las del río Lauca.
Cuando fueron sometidos por los Aymara, los dioses Quwak y Wari fueron las únicas deidades que sobrevivieron al proceso de dominación,.
Los Uru, realizan ritos en todas sus actividades como cazar, la agricultura, pescar, construcción de sus viviendas, los ritos para pescar son practicados dos veces al año el primero entre marzo y abril y el segundo en agosto.
-El orgullo de nuestro pasado remoto como "chullpa puchus" nos da valor para luchar por una justa atención y el respeto que merecemos como la minoría étnica más importante del mundo andino-”.
La Pachama, la Madre Tierra, la divinidad panandina más importante, diosa de fertilidad, de la tierra productiva que abarca las nociones de espacio y tiempo, holística y compleja, presente en los señoríos aymaras, en Tiahuanacu y en diversas culturas indígenas preincas, aunque ha ejercido gran influencia la cosmovisión aymara, pero que a su vez posibilita la existencia de deidades en espacios sacralizados como las aguas, las montañas, el universo o las profundidades de la tierra que se acercan o se alejan, emergen o se sumergen, en ocasiones especiales o en tiempos cíclicos sagrados, y que configuran principalmente tres espacios de hábitat de deidades, (quechua verificar):
a) Araxpacha: Espacio de arriba, relacionado con el cielo, el Cosmos, mundo de arriba, en cuyo espacio se ubican las deidades de arriba o del cielo, ligado al ciclo de la luna que incide en la fertilidad de las mujeres, de la naturaleza y de los animales.
b) Akapacha: Espacio o mundo de acá, en el que existen deidades tangibles e intangibles, coexistiendo en estrecha relación con el ser humano y en que la deidad fundamental es la Pachamama, generadora de vida de todos los seres de la tierra, por lo que se le rinde cultos milenarios, Pachamama que a su vez puede ser benévola y dadora de vida, así como malévola en consonancia con la conducta humana, que puede reprender o enseñar a través de diversas señales, por lo que la gente en cada ato ritual la venera, junto a deidades protectoras como las montañas femeninas y masculinas y otras divinidades, dependiendo los contextos, y que se manifiestan a través de libaciones, phawa y ch'alla , complejidades ampliamente estudiadas por Denis Arnold, Olivia Harris, Ma. Eugenia Rostworowski, Mauricio Mamani, Domingo Llanque, Xavier Albó entre otros estudios del mundo andino.
c) Manqhapacha: Espacio o mundo de abajo, en el que habitan deidades con poderes y funciones específicas, emergen de lugares o sitios sacralizados como las Pukara. Para la percepción occidental estas deidades se conciben saxra o supaya, entes sobrenaturales aymaras que pernoctan en el subterráneo, que pueden causar daños o beneficios, con el periodo colonial se asocian a "demonios o diablos", sin embargo estas deidades andinas pueden ser benevolentes y dadivosas cuando el humano cumple con las ofrendas necesarias y castigan cuando la gente olvida su existencia y hace mal uso de las tierras sacralizadas, como lo señalan Han Van den Berg, Juan Van Kessel o Domingo Lllanque, entre otros estudiosos.
Wiracocha
Otra de las deidades fundamentales de las culturas andinas precolombina, incluso preinca es la aparición del gran dios Wiracocha, Viracocha, Apu Kon Titi Wiracocha, Dios creador del mundo desde los albores de los señoríos aymaras y la cultura Tiahuanaco. Deidad andrógeno, creado por él mismo, hermafrodita, dios inmortal cuyo culto fue introducido durante la expansión de Wari-Tihuanaco, supremo, creador del universo y todo lo que contiene: la tierra, el sol, los pueblos, plantas, que se presentaba en diversas formas y estaba en todas partes.
Wiracocha o Viracocha estaba íntimamente relacionado con las aguas de los mares, de los ríos, el creó el universo, sol, la luna y las estrellas, el tiempo y las civilizaciones mismas. El mito registrado por Juan de Betanzos, Viracocha pasó por Lago Titicaca durante el tiempo de la oscuridad para traer la luz, del periodo pre solar. Wiracocha hizo el sol, la luna y las estrellas; la humanidad al respirar en las piedras, pero surgieron gigantes sin cerebro que le desagradaban. Así que destruyó a todas las criaturas vivas con un diluvio e hizo una nuevas criaturas de piedras más pequeñas, el hombre actual. Las leyendas cuentan que luego Wiracocha finalmente desapareció al caminar sobre las aguas en el Océano Pacífico, prometiendo regresar.
La imágenes de la Puerta del Sol y de los templos sagrados de Tiahuanacu evidencian la la configuración andrógena del Dios Wiracocha y las Estelas o Monolitos identidades femeninas, siguiendo los estudios de Arturo Posnaski , “Tihuanaku cuna del hombre americano”. Para el cronista Pedro Sarmiento de Gamboa señaló que Viracocha fue descrito como "un hombre de mediana estatura, blanco y vestido con una túnica blanca, con una cinta asegurada a su cintura, y que llevaba un bastón y un libro en sus manos".
Los relatos cuentan que el dios Wiracocha luego de su creación decidió vagar por la tierra disfrazado de mendigo, enseñando a sus nuevas creaciones los fundamentos de la civilización, así como del trabajo.
Quilla o Mama Killa
Otra de las deidades femeninas fundamentales en las cosmovisiones originarias es el de la diosa Luna, Quilla, o la Mama Klla, hija del dios Wiracocha y posteriormente con la emergencia del imperio Inca, hermana y esposa del Dios Inti.
Con el surgimiento del incario se cuenta que Mama Quilla engendro a Manco Cápac y Mama Ocllo, los fundadores míticos de la cultura Inca. Mama Quilla era la diosa del matrimonio y del ciclo menstrual, y era considerada una protectora de las mujeres.
La mitografía devela que Mama Quilla lloró lágrimas de plata y que los eclipses lunares se producían cuando ella era atacada por un animal. Mama Quilla era representada como una hermosa mujer y durante el incario, cientos de años después a los del imperio Tiahuanacu, sus templos en el Cusco serían atendidos por sacerdotisas dedicadas de los Acllahuasis, pero desde otras relaciones basadas en la subordinación.
De acuerdo a registros el padre Bernabé Cobo, cronista de mediados del siglo XVI, la luna era adorada por la belleza admirable y los beneficios que otorga al mundo. Ella era importante para calcular el paso del tiempo y del calendario, debido al hecho de que muchos rituales panandinos se basaban en los calendario lunares.
Uno de los mitos que rodea a la diosa de la luna era sobre las "manchas oscuras" que se observaban en la Luna, Se creía que un Zorro se enamoró de Mama Quilla, debido a su belleza, pero cuando ascendió al cielo, ella lo apretó contra ella, produciéndose heridas.
Siglos después los incas superpusieron su religiosidad y veían a los eclipses lunares con gran temor ya que creían que durante eclipse, un animal, posiblemente un zorro, león de montaña, serpiente o Puma estaba atacando a Mama Quilla; por lo que la gente intentaba ahuyentar a los animales con armas arrojadizas, gesticulando y haciendo ruidos para ahuyentar al animal, porque temían quedar en la oscuridad.
Tradición que continuó después del sometimiento de los Incas por el imperio español y la imposición católica, los conquistadores usaron en su beneficio los eclipses lunares y aprovecharon los saberes indígenas ya que eran capaces de predecir los eclipses, o cuando tendría lugar.
Mama Kocha -Mama Cocha
Otra de las deidades fundamentales en el panteón panandino fue la de Mama Kocha -Mama Cocha diosa de los mares, de las aguas y de las lagunas, protectora de los marineros y pescadores. En una leyenda se dice que es madre del dios Inti, el dios Sol y de Mama Quilla, puede ser dadora de vida, pero también puede arrebatarla, dentro o fuera de las aguas.
Coyllur
Las Estrellas, la diosa Coyllur, también formaba parte de nuestras deidades, fue compañera fiel de Mama Killa, se creía que las estrellas representaban a los animales y aves de la tierra y que tenían similitudes en el cosmos, lo que dio lugar a determinar las constelaciones.
Mama Zara
Entre las deidades panandinas está la figura de la diosa del maíz y los alimentos, Mama Zara que se materializaba en las flores de maíz de extrañas formas y las mismas se utilizaban como pequeñas réplicas de la Diosa. Esta deidad también es adoptada por el imperio inca, aunque en las culturas indígenas, originarias y campesinas asumen nombres diversos y matices específicos.
Chaupiñamca
Chaupiñamca huaca de la fertilidad y la protectora de las cosechas, una de las diosas-huacas más veneradas de la región andina de Huarochirí, la gente la considerará como si fuera su propia madre. En su santuario a Chaupiñamca se le ofrecían sacrificios, y los varones como parte de la ritualidad de fertilidad le ofrecían sus bailes desnudos, toda la noche y luego se dirigían hacia la pampa, exclamando alegres: ¡Es la fiesta de nuestra madre!.
Cinco días seguidos festejaban a Chaupiñamca. En esos días la fertilidad de la zona aumentaba y se cuenta que durante un largo período la apariencia de la diosa-huaca Chaupiñamca fue como la de todas las mujeres. Sin embargo, un buen día se transformó para mutar su aspecto humano y convertirse en una roca de cinco brazos. Por último, después de la llegada de los españoles, la diosa-huaca se escondió bajo tierra. Sin embargo, a pesar de no verla, las comunidades continuaron venerándola en generaciones posteriores.
Sypavé
Diosa y madre de todos, de los pueblos guaranís. Tupá, el padre de todos le dijo -Mujer, que de mi naciste a mi semejanza, te doy por nombre Sypavé, madre de todos- y con ello les dió consejos para que vivan en amor y puedan pacíficamente procrear. También puso a disposición de sus hijos/as los seres vivos y los productos de la tierra para que los puedan utilizar sin desperdicios
Sypavé protegía la fertilidad, la vida, las plantas, los animales, estaba presente en el día y la noe, en la oscuridad y la luz, en el todo y en la nada.
Poräsy
Madre o diosa de la hermosura y de gran fuerza física, Poräsy se sacrificó para redimir a su pueblo de la dominación de los siete hermanos maléficos, hijos de Taú y Keraná, Poräsy protegía a las amazonas, valientes guerreras que protegía sus pueblos contra los invasores y su violencia destructiva.
Guarasyáva
Guarasyáva diosa que se casó con Karivé, tambien llamado por Paragúa, hombre del mar, diosa que transitava entre la tierra y las aguas, protectora de la naturaleza y sus animales.
Arasy
Arasy diosa y madre del cielo, consagra como madre y fija por morada la luna –Jasy- . Arasy es la deidad que creó la raza , el origen del pueblo guaraní, pero también Arasy está presente en otros pueblos del Caribe.
En una remota mañana Tupâ y Arasy bajaron a la tierra. Instalados sobre una colina, de Areguá, de allí crearon los mares y ríos, los bosques, las estrellas y todos los seres del universo
Kaá Jar´y – Caá Yari
Kaá Jar´y – Caá Yari diosa y dueña de la yerba mate, deidad de cabellos plateados, que cotidianamente regala a su pueblo la yerba mate, para darles lucidez, fuerza y protección en sus faenas.
La Loma Sagrada
La “Loma Santa,” mítica loma grande de tierra con cualidades Utópicas, hacia donde los indígenas oprimidos pueden escapar de la pobreza y la explotación de los blancos. Deidad tutelar de civilización Moxeña y que en su seno protege a los seres vivos, se cuenta que cuando sube las aguas bravas de los ríos sus entrañas rugen para alertar a su pueblo y para que busque protección en sus alturas.
Los orígenes del patriarcado
Mitos, historia, fantasía o quimera a pesar de los milenios y las distancias, físicas o culturales, esculpieron nuestras memorias largas con las mismas narrativas, como bien afirmaba el máximo estudioso de la mitología, Joseph Campbell: ”Los mitos han existido desde siempre, están en la raíz de cada pueblo, de cada tradición conocida, son la base de nuestra inmensa riqueza cultural. En tiempos remotos, los seres humanos encontraban en ellos pautas y ejemplos, consejos, direcciones y vías para encauzar la trayectoria que debían dar a sus propias vidas. Veían en ellos el camino que podía llevarles al descubrimiento y a la realización del sentido de la existencia, ese oculto y ansiado sendero que nos lleva al conocimiento de nosotros mismos, a saber que somos uno con los demás y con toda la naturaleza que nos rodea”.
Campbell, corrobora los diversos hallazgos afirmando que al final de la Edad del Bronce y en el amanecer de la Edad del Hierro (alrededor de 1250 a.C. en Levante) existió una especie de rebelión contra el poder femenino que instauró a la fuerza una cultura patriarcal. En el seno de esta revolución patriarcal se eliminó la veneración a diosas o dioses de la fertilidad, y comenzaron a triunfar héroes masculinos con valores patriarcales como la capacidad de acción, la valentía, la fuerza bruta, la capacidad de herir y defenderse…pero también, como nos muestra la Historia de Occidente, la práctica de aniquilar y destrozar culturas y de expoliar los recursos de los pueblos más débiles y pacíficos.
Para autores como Joseph Campbell, Anne Baring y Jules Cashford, Coral Herrera, Pepe Rodríguez, principalmente, la arqueología demuestra que durante los últimos 40.000 años de la Prehistoria humana sólo se rendía culto al Principio femenino, a la Madre Naturaleza, a la Madre Tierra o a la Gran Madre Tierra, todas ellas variantes de un mismo mito.
Por ello las constataciones de esos pasados se tradujeron en producciones simbólicas antropomorfas de esculturas, relieves y grabados de todos los continentes, exclusivamente femeninas. Y es esencial recordar este principio y a estas mujeres, diosas creadoras y tenaces que compartieron la misma historia de las sirenas, las amazonas, las hetairas de los griegos -prostitutas sagradas, sabias, dadoras de vida- que, a pesar de milenios de invisibilización, de tergiversaciones histórico/religiosas, de inquisiciones extirpadoras de idolatrías, de imposiciones o posesiones demoníacas, de configuraciones monstruosas que las describe como pecadoras y ángeles caídas, cimentaron nuestras memorias.
Emergen los dioses poderosos, los invasores, se instalan los reinos, los imperios, los soberanos y los vasallos, se impone la fuerza de la razón, la Naturaleza y sus sabidurías se desplazan por la cultura, aparecen los patriarcas de la historia, los poderes clericales y políticos adscritos a un único dios.
Sin embargo, las dualidades heredadas del árbol del bien y del mal no pudieron penalizar con el olvido a Lilith, Ishtar, Afrodita o Isis, porque sus legados emergieron luego con María, la madre de Jesús o con María Magdalena, la discípula favorita, la esposa, ambas condenadas en vida a huir hasta sus últimos días por la amenaza permanente de la lapidación, de la muerte.
El poder de la fuerza, el dominio asentado en la violencia, la sumisión, el menospresio y la subordinación se impusieron primero, luego vino la Inquisición con sus miedos religiosos, con el pecado, que cercenaron nuestras subjetividades y también nuestros cuerpos, lo complementario se convirtió en opuesto, en enfrentamiento, en dolor cotidiano, sin Loma Santa que nos proteja, pero no aniquilaron la fuerza para despertar a nuestras Diosas Creadoras, a la Pachamama, nuestra Madre Tierra, para escribir otras historias, verdaderamente respetuosas de la vida, de la diferencia, con equidad, profundamente depatriaralizadoras, como nuestras diosas fundidas en la fuerza de la Luna, que muere de día y resucita de noche sin dejar de estar viva y en complementariedad, creciente y menguante, contenida y trascendida.
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