lunes, 15 de agosto de 2011

Despatriarcalización:

Foto fuente: Revista En Femenino

DESPATRIARCALIZANDO,
EL ESTADO Y LA SOCIEDAD
SIN PERMISOS
Claudia Espinoza I.
En la ciudad de El Alto, cuando una sube a un minibús del transporte público, encuentra a una madre, con su wawa a cuestas, haciendo el trabajo de cobradora de pasajes. Es la esposa del chofer quien comparte la jornada laboral yendo y viniendo, de parada a parada. No pocas veces, estas mujeres tienen que amarrar sus awayus al asiento delantero y no pocas veces reciben reclamos de los pasajeros sea porque las wawas ocupan espacio, sea porque lloran o porque estas mujeres –nerviosas- no saben si atenderlas o si abrir y cerrar la puerta.
Esta es una de las múltiples realidades que se presenta en la urbe alteña. Una ciudad con población mayoritariamente joven y femenina, pujante en el comercio y la industria, vanguardista en los cambios políticos del país, con un alto grado de interculturalidad, pero que conserva altos niveles de pobreza y discriminación.
En los mosaicos alteños se vive la diferencia y la diversidad de manera descarnada. En todos los distritos urbanos y rurales conviven cotidianamente desde las realidades más extremas hasta las más cercanas, constatando que existe una base material que permite o impide que las personas ejerzan sus derechos. No es lo mismo ser una mujer migrante recién llegada de la comunidad o una mujer nacida en la ciudad donde trabaja o estudia.
Desde estas alturas, ¿cómo entender el horizonte emancipatorio que plantea la Constitución Política del Estado cuando nos habla de descolonización y de derechos de las mujeres como bloque despatriarcalizador?
La apuesta estatal
En primer término, si la ley de leyes viene como un mandato estatal a cumplirse, es necesario partir de la institucionalidad creada para ello, por lo que hay que aterrizar en el Viceministerio de Descolonización y la Unidad de Despatriarcalización como estructuras creadas en el Estado, por primera vez en la historia boliviana, encaminadas a traducir los articulados constitucionales en políticas públicas.
De acuerdo al Viceministro de Descolonización, Felix Cárdenas, el Estado colonial tiene dos grandes deudas: con los pueblos indígenas y con las mujeres. Se trata de una deuda histórica de justicia que en el largo proceso colonial pre y post republicano ha cercenado los derechos de estos sujetos sociales a través del genocidio y el ejercicio de varios tipos de violencias, que se han enraizado sistemáticamente en la sociedad.
A partir del proceso constituyente, los pueblos y naciones indígenas, junto a las organizaciones sociales que incluye a las de mujeres, se concretiza la necesidad de revertir la dominación colonial y patriarcal promoviendo un cambio en el imaginario colectivo que cuenta con un asidero jurídico político nuevo, la CPE, como referente histórico.
Este dato es relevante porque se abre el horizonte emancipatorio con la instauración del Estado Plurinacional, una vez aprobada la CPE por voto directo (67% de los votos) en enero de 2009, la cual conlleva la participación social en su periodo de maduración. Es decir que la batería de derechos individuales y colectivos incorporados en el cuerpo constitucional de manera inédita, no parten de un debate teórico, encerrado en la academia, en los espacios político-partidarios o en las instituciones, sino es propuesta de los sujetos sociales desde su re-apropiación de los derechos que, a la vez, es producto de una experiencia histórica práctica.
Siendo así, el desafío de materializar los preceptos constitucionales descolonizadores y despatriarcalizadores es cuando menos, complejo, mas no imposible pues está inmerso en la voluntad general de construir una nueva convivencia social que no pretende tolerar la diferencia, sino que va a respetar la plurinacionalidad y la pluralidad de la formación boliviana.
Algunas de las acciones del Viceministerio y la Unidad mencionados son: su participación en la elaboración de Ley contra el Racismo y toda forma de Discriminación y su respectivo reglamento, normativa que ha empezado a ser aplicada por la sociedad como en los casos de Josefina Peña Archondo, una arquitecta afroboliviana, y Amalia Laura Villca, una abogada quechua, ambas mujeres vivieron la discriminación racial. Por otro lado, la exigencia de la ley en instituciones públicas y privadas ha reportado más de 800 reglamentos internos reformulados con el mandato del respeto a la dignidad de las personas.
También se encuentra el programa “Matrimonios Colectivos desde nuestra Identidad”, cuyo eje no sólo se remite a revalorizar los saberes indígenas en la conformación del jaq’i (pareja) o chachawarmi y a la ruptura del monopolio católico en la conformación conyugal, sino apunta a desterrar la violencia intrafamiliar hacia la mujer y los hijos e hijas, a través de la ética de la corresponsabilidad entre mujer y varón en la familia. Para ello, se ha establecido que el Estado debe asegurar condiciones materiales para la convivencia familiar como la vivienda y los proyectos de seguridad alimentaria.
Otra propuesta generada desde la Unidad de Despatriarcalización consiste en el Anteproyecto de Equivalencia Democrática orientado a la equidad en materia de cargos públicos en la estructura estatal. Se trata de normar la designación de cargos con paridad y alternancia en los Organos Ejecutivo y Electoral, no por la vía electoral, sino por la vía administrativa. En cuanto a otras normativas, se encuentran las propuestas de reformas al Código de Familias, el Registro Civil, la cuantificación del trabajo doméstico y otros que permitirán rayar la cancha del Estado para el ejercicio de los derechos descolonizadores y despatriarcalizadores, por fuerza de ley.
Este es un nivel que amerita dos interpretaciones. Por un lado, si el Estado incluye en su definición “ideas fuerza que articulan a una sociedad”, entonces descolonizar y despatriarcalizar son dos de esas ideas fundamentales con raíz histórica profunda que vinculan a pueblos indígenas y a mujeres, y a sus organizaciones. Por otro lado, al vincular a organizaciones sociales, el Estado está obligado a expandir las políticas que respondan a las ideas fuerzas; en otras palabras, es su deber materializarlas, hacerlas realidad.
Un grafitti en Cochabamba, ilustra esta razón de ser: “el cambio no se hace sólo con leyes, pero tampoco sin leyes”. La medida para saber cómo el Estado está traduciendo la demanda social, será el grado democrático que se aplique a la formulación de las políticas, y en este campo son las organizaciones, por su naturaleza, las que conllevan la deliberación en su institucionalidad. Por tanto, ni Estado ni sociedad civil están exentos de la responsabilidad de construir el Estado Plurinacional.   
Pueblos indígenas y mujeres
Por las características de su historia, su territorio y su gente, Bolivia se constituye en un país plurinacional que, sin embargo, ha sido fundado sobre la exclusión.  Los pueblos indígenas y las mujeres fueron quienes más resistieron la agresión del poder colonial, patriarcal y capitalista. Enfrentaron el racismo y la discriminación, y sin rendirse organizaron decenas de sublevaciones, buscando la apertura hacia una sociedad que permitiese el reconocimiento pleno de los derechos individuales y colectivos. En esa búsqueda, miles de mujeres y hombres entregaron la vida.
El hecho fundante del sistema de dominación sobre pueblos indígenas y mujeres fue sin duda la articulación del doble poder: colonial y patriarcal que cuando se juntaron inauguraron una cadena de opresiones en las tierras del continente conocido como americano. La invasión española simboliza esa articulación que a través de la violencia y las armas impuso una cosmovisión ajena a la existente. Por ello, la colonialidad no expresa solamente un choque cultural, sino significa la instauración, por la fuerza, de un modo de pensar la vida en general.
La doble dominación se ha traducido en normas, instituciones, impuestos, valores y comportamientos constituyendo estados asentados en la eliminación de las y los colonizados, implantando modelos de violencia sistemática en contra de todo aquello que no se asemejase o se asimilase al prototipo de la modernidad: hombre o mujer blanca, de raíces europeas con usos, costumbres y creencias de la misma raíz.
Ese fue el derrotero de la colonialidad en más de 500 años, cuya reproducción se aseguró en los subsistemas de dominación como la prebenda política, la corrupción, la depredación del ecosistema, la explotación, la delincuencia y otros, avanzando paulatinamente en el silenciamiento hasta llegar a la muerte en vida de las y los colonizados.
Por ello, la colonialidad y el patriarcado no son tipos de dominación únicamente de jerarquía vertical o de índole genérica, sino que subsisten en el Estado y la sociedad, de tal manera que producen tanto hombres como mujeres coloniales y patriarcales que concentran y ostentan poder. A esto se articula, posteriormente, la condición y posición de clase en un régimen de corte capitalista y neoliberal que permite sustentar esa estructuración social, por eso se trata de una triple dominación.
Sin embargo, a diferencia de otras formas de dominación, la triple dominación encontró en lo que hoy se llama Bolivia, la afrenta de los pueblos indígenas. La reprobación, la resistencia y la defensa de los pueblos indígenas portaba una base sólida de historia, organización, religiosidad, producción, astronomía, hidráulica, ingeniería y autonomía que entraban en profunda contradicción con el molde civilizatorio de occidente.
Cuando se hace referencia a los pueblos indígena originario campesinos, claro está que se incluyen a las mujeres, niñez, juventud y ancianidad que conformaban ese todo. Así lo demuestran las rebeliones a lo largo de la historia bajo un principio de no escisión de la comunidad; de la vida y la muerte; de la paz y la guerra; de la mujer y el varón; de lo tangible y lo no tangible. Se imprime una visión de complementariedad diametralmente opuesta a los designios de occidente que determinan a través de sus normas e instituciones que no sólo priman los intereses individuales, sino que todo se separa y que unos valen más que otros u otras. De ahí viene el derecho y la ganancia individual; lo público y lo privado; mujer aquí y hombre allá; los fuertes y los débiles; los superiores y los inferiores; en fin, todo se convierte en una división binaria, irreconciliable.
Es necesario reconocer que la triple dominación aplicó la estrategia de dividir para evitar la reversión de su poder. Porque sujetos aislados y escindidos pueden menos que un ejército organizado en torno a un objetivo común. Y el transcurrir de los hechos, a lo largo del tiempo, han dado claros ejemplos de que es la marcha colectiva la que promueve la ruptura no sólo de aquella estrategia, sino de los esquemas y dispositivos de poder dominantes.
Si esto es así, se puede pensar que la emancipación no podrá nunca ser exclusiva a unos, pues será la articulación de las luchas que permitirá quebrar el sistema de triple dominación diseminado en el Estado y la sociedad. En la memoria corta ¿qué fue lo que abrió el camino constituyente y postconstituyente en Bolivia? A la luz de los acontecimientos, fue la conjunción, el enlace de las opresiones que dio paso a lo que hoy significa contar con un nuevo marco jurídico-político en la CPE, es decir la relación permanente de las múltiples opresiones y sus proyectos de liberación.
Sin duda, es preciso atribuir un peso político específico a los pueblos indígenas en su constitución como sujeto social en el proceso boliviano actual, dado que sin la profundidad histórica de sus luchas y el contenido de la pluralidad que portan, en un sentido amplio, no hubiese sido posible ni pensar ni hablar ni hacer procesos de descolonización y despatriarcalización.  
El feminismo del más allá
Así como es apolítico y ahistórico ignorar las transformaciones en el Estado, también lo es no asumir que cuando de pueblos indígenas y mujeres se trata, existe una instancia estatal dedicada a la descolonización y otra a la despatriarcalización. Y cuando la sociedad produce demandas, reivindicaciones y proyectos debe articular y coordinar con el Estado a fin de que se alcancen resultados, respondiendo a la corresponsabilidad que implica a ambos.
En cuanto a las mujeres, pese al amplio recorrido de valiosas luchadoras como Bartolina Sisa, Gregoria Apaza, Yguanduray, Juana Azurduy, Domitila Chungara y otras miles anónimas convertidas en sujeto colectivo, desde los grupos feministas se optó por recoger los aportes de las corrientes feministas de occidente, en las que distintas propuestas de pensamiento abordaron desde la situación y condición de las mujeres en el contexto del patriarcado hasta las posibilidades de autonomía en un contexto de liberación absoluta en las opciones que van desde el cuerpo, la mente, el poder, la sexualidad y su correlato en el espacio público.
Esas propuestas cuentan con una fuerte influencia del entorno al que pertenecen, vale decir, principios individuales del ser provenientes de la modernidad y la postmodernidad, uso de tecnologías avanzadas desde el arte hasta la medicina —como dos referentes esenciales de la representación y la transformación del cuerpo—, ausencia del ser colectivo, relatividad de la historia como memoria, entre otros preceptos.
Haciendo un repaso por los feminismos latinoamericanos, se encuentra una diversidad de corrientes que se expandieron desde los años 70. Así se conocen movimientos que reivindicaron el feminismo desde la sociedad civil, desde el Estado, desde la academia, desde los espacios políticos y desde la cultura; también desde ámbitos temáticos como la violencia, la salud o los derechos humanos.
Esas formas reivindicativas fueron secundadas por una tendencia que fue institucionalizando el feminismo bajo modalidades como las ONGs y las fundaciones. Entre los pros y contras de la institucionalización feminista, se pueden citar la especialización de varias mujeres y algunos hombres en las temáticas reivindicadas, la capacitación de gestión en lo privado y lo público. Pero, por otro lado, se experimentó un distanciamiento de la vida cotidiana, del activismo creativo y callejero, así como de las organizaciones sociales y de base.
El discurso feminista tuvo un ancla muy fuerte en las condiciones de pobreza, marginación, racismo y discriminación del continente, por lo que las propuestas —aunque con distintas etiquetas y matices— apuntaron, durante décadas, a la “igualdad” como programa político en el marco del ideario más amplio de la democracia. Igualdad entre ricos y pobres, igualdad entre mujeres y hombres, igualdad entre blancos y negros, entre otras igualdades, fueron las consignas recurrentes que abarcaron los grupos feministas. Después, se instauró el feminismo de la diferencia, que en esencia no cambió los escenarios de la polaridad, pues mantuvo el enfrentamiento determinista del feminismo “mujer contra varón”.
Con todo, el proceso político latinoamericano demostró que las reivindicaciones feministas aisladas y escindidas del movimiento popular (indígena, campesino, originario, sindical, etc.), no lograron los cambios prometidos. Porque las condiciones precarias de la vida de un pueblo afectan a las mayorías desfavorecidas en la misma medida, y dentro de esas mayorías las mujeres articuladas a sus comunidades, su historia y sus organizaciones avanzaron más a partir de proyectos colectivos de liberación de la doble o triple opresión.
¿Adiós al género?
En casi todos los casos feministas, el género fue el centro de sus propuestas así como también fue la caída y devaluación del término. En esa línea, la propuesta actual más innovadora parece provenir de la filósofa Beatriz Preciado, quien provoca una inflexión en la producción intelectual feminista cuestionando exponentes prominentes de la literatura feminista. Preciado patea el tablero de la tradición feminista que en distintos momentos tuvo autoras que han intentado comprender lo femenino/masculino desde distintas entradas: por el lado biológico/sexualidad, por el lado discursivo, por la construcción cultural, por la opresión económica, por la colonialidad y postcolonialidad, por la subjetividad/identidad, por el lado de las relaciones de poder, entre otros (ver textos Virginia Vargas, Lola G. Luna, Gayatri Ch. Spivak, Irene Silverblat y Judith Butler).
La propuesta de Preciado deconstruye el discurso dominante del sexo/género para construir una “condición de posibilidad” para la humanidad, en la que se supera las prescripciones del sexo y el género para plantear lo femenino/masculino como una sobreposición de varias aristas o una multiplicidad identitaria, negando así todas las construcciones normalizadoras de la modernidad en torno a la mujer y el hombre sea a través del cuerpo o la mente. Para ella, las dimensiones inherentes al ser, no se escinden. Es así que prácticamente presenta al sexo y al género, del revés, demostrando su inexistencia fuera de la lógica moderna. De esa manera, la filósofa logra abrir un escenario inaudito en la teoría feminista, en el que, como ella misma señala, “la vida reemplaza al teatro”.
Con el planteamiento de Preciado, se interpela la producción de conocimiento y de la ciencia que atraparon lo femenino/masculino en el entramado del biopoder. De acuerdo a sus palabras, el biopoder buscó, en décadas pasadas, responder a intereses económicos y políticos dominantes utilizando para ello el sexo y el género como referentes de división y dicotomías falsas. Las aseveraciones que hace Preciado representan un gran salto para la tradición feminista en los países latinoamericanos.
El proceso boliviano
A diferencia de otros países, Bolivia se ha convertido en el referente de las transformaciones del siglo XXI. Fueron muchos años de luchas que protagonizaron diferentes movimientos sociales, desde el año 2000, en busca de saldar una deuda histórica con amplios sectores marginados, entre los que se encuentran los pueblos indígenas y las mujeres.
El 2005, el país empezó a experimentar un viraje en ese destino con la asunción del presidente indígena Evo Morales Ayma. En 2006, la instalación de la Asamblea Constituyente abrió un nuevo horizonte político con la posibilidad de incluir a los excluidos/as de siempre; de visibilizar y constitucionalizar sus derechos. Este proceso fue internalizado profundamente en todos los confines del territorio nacional.
La capacidad constituyente del pueblo boliviano se plasmó a través de sus organizaciones sociales presentes en todo el proceso, proponiendo, deliberando, discrepando, presionando y defendiendo el derecho elemental a existir. En este periodo, la presencia de las mujeres de distintos sectores, pueblos e instituciones fue masiva y lograron incorporar más de 24 derechos específicos en el texto constituyente.
Fue de ese modo que el pueblo finalmente aprobó la nueva Constitución Política del Estado, el 25 de enero del 2009. Un hecho inédito desde la fundación de la República, en 1825. La Bolivia diversa, heterogénea y plurinacional inició, a partir de ese hecho fundacional, la construcción de una nueva voluntad general.
El proceso constituyente, sin embargo, atravesó momentos críticos en los que sectores opositores ligados a latifundistas, agroindustriales, algunos grupos de empresarios y medios de comunicación quisieron impedir esa maduración social y política. Desataron olas de  violencia sistemática en varias regiones que promovieron el saqueo de instituciones públicas, el desabastecimiento de alimentos y golpizas contra personas de sectores populares, varias de ellas mujeres dirigentes y de base.
Pese a ello, la vía democrática intercultural se impuso como opción de decisión individual y colectiva. El proceso postconstituyente nació, entonces, con nuevos desafíos, nuevas necesidades y por eso debe ser que se dice que estamos en un “periodo de transición”. Porque las mujeres y hombres de este pueblo no se conforman sólo con aprobar nuevas leyes, sueñan con cambiar la materialidad actual de sus culturas, donde todas y todos tengan un lugar ya no sólo con igualdad, sino con justicia, dignidad y soberanía; en otras palabras: una Bolivia descolonizada y despatriarcalizada.   
Quizá esa sea una diferencia que aún nos distancia de las propuestas feministas de occidente. Desde la óptica de los modelos civilizatorios, occidente está marcado por el individualismo de la modernidad y por una igualdad que busca asegurar la perpetuación individual o cuando más familiar y de élite; mientras que en este lado del planeta, el individuo existe en tanto se relaciona con la colectividad. No se escinden ni desaparecen.
Así se puede ver en los procesos protagonizados por las mujeres del pueblo. En ese sentido, ha habido una rica experiencia que combinó precisamente, a lo largo del tiempo, lo individual y lo colectivo. Se ha ido revolucionando la vida cotidiana, el mundo privado y el público, el mundo urbano y rural. Las mujeres han dado pasos en lo personal y se han organizado colectivamente. Las mujeres han hecho carne de lo político en la casa y han hecho política fuera de ella, uniendo proyectos micro y macro con una perspectiva más complementaria y menos excluyente.
Del mismo modo, pueblos indígenas y mujeres han creado puentes entre la tradición, lo moderno y lo posmoderno. A través de varias prácticas culturales se han creado y recreado códigos de representación y se han realizado procesos de reapropiación y resignificación de la circulación cultural. Esto les ha permitido a las mujeres asumir múltiples identidades y desplegarlas de acuerdo a sus necesidades concretas.
La memoria y el presente
Por las características señaladas, la interculturalidad emerge como una condición sine qua non de la convivencia democrática en Bolivia. En ese sentido, la interculturalidad sigue siendo una demanda y una práctica en construcción. El hecho de que se la haya incorporado en el nuevo texto constitucional, no significa que sea parte activa de la cotidianidad. En la sociedad boliviana existen grupos dispuestos a aceptar la diferencia y la plurinacionalidad, pero otros grupos aún se niegan a prescindir de sus privilegios de élite y de clase, enarbolando una simple “tolerancia”.
Para avanzar por los derroteros interculturales, es preciso volver hacia atrás en la memoria no para reconstruir el Tawantinsuyu, negando los avances de la humanidad, sino para desarrollar procesos intra e interculturales que posibiliten la recuperación de saberes, conocimientos y tecnologías. La dominación colonial ha pretendido anular las culturas originarias marginando a las mayorías indígenas de los poderes del Estado y de todo derecho de existencia plena. Sin embargo, los pueblos y naciones indígenas han resistido activamente a la dominación, desde su experiencia ancestral en lo organizativo, lo económico, lo político y lo cultural, propiciando distintos levantamientos y luchas sociales que derivaron en el proceso de transformación que se vive en la actualidad.
Este proceso ha costado vidas, tiempo, trabajo, sufrimiento y energía, y se desarrolla en un contexto en el que todavía subsisten grupos de poder colonial y patriarcal, por lo que es necesario fortalecer las luchas de emancipación hacia la construcción de un modelo de sociedad que incorpore el paradigma del suma qamaña en todas sus dimensiones.
La materialidad de la cultura
Siguiendo esa ruta, para comprender las relaciones de dominación y transformarlas es preciso indagar la historia en lo que hace a la relación de lo femenino y lo masculino en el pensamiento andino no como abstracción y nostalgia de un pasado hipotético, sino como materialidad de la cultura.
Al respecto Silvia Rivera rescata estas nociones: “(existía) en los Andes un sistema de género en el que las mujeres tenían derechos públicos y familiares más equilibrados con sus pares varones (…) en las sociedades andinas —al menos tal como se ha documentado y reconstruido en la experiencia etnográfica y etnohistórica—, exhibe un equilibrio dinámico y contencioso, orientado normativamente por la pareja andina, la introducción del Cabildo colonial introduce a su vez el dominio de la representación política en manos del varón, hasta ese momento la situación era diferente. (…)”.
Por su parte, Waldemar Espinoza recoge la “descendencia paralela” por la cual los hijos pertenecían teóricamente al padre y las hijas mujeres a la madre. “Lo cual, es evidente, traía varias implicancias: 1º los hombres heredaban los bienes muebles del progenitor; y las muchachas los de su progenitora”.
Esas relaciones de equilibrio habrán sido posibles en virtud de las condiciones materiales preexistentes a la Colonia en la producción, la distribución de la riqueza, el uso de los recursos, etcétera. Lo que se conoce como el chacha warmi, categoría hoy devaluada y en crisis, debe ser un punto de exploración y búsqueda en tanto una posibilidad de construcción teórica y práctica que se enmarque de manera coherente en el suma qamaña. Zavaleta decía que la crisis es un método de conocimiento y a la vez un instrumento de creación.
El chacha warmi y todas las categorías que incluye como la paridad, la reciprocidad, la complementaridad, no sólo se expresa en el “andar junto hombre y mujer” bajo el código del matrimonio, sino se traduce en la posibilidad de construir entre ambas visiones diferentes una pareja productiva en la política, la economía, la cultura y vinculada al cosmos.
Así se puede comprender más ampliamente, por ejemplo, el chicata chicata o la igualdad de condiciones en la participación política. Esta demanda ha sido una constante en la agenda feminista de las últimas décadas. Pero habrá que analizar que mientras ha sido una reivindicación acorralada sólo por ciertos sectores institucionalizados de mujeres no ha prosperado, mientras que, en la medida en que se abrió a la articulación con mujeres indígenas y de sectores populares, respetando sus luchas rebeldes, ha sido una conquista que en la actualidad ya puede visualizarse de manera concreta y efectiva en los poderes del Estado. Este ya es un referente a replicarse en las organizaciones sociales, juntas vecinales, asociaciones, sindicatos y otras organizaciones.
Para descolonizar y despatriarcalizar
Volviendo a la imagen del principio, ¿cómo entender y contribuir a transformar la vida de la mujer/joven/migrante/indígena que trabaja cotidianamente con su pareja para sobrevivir?  Pues, parece ser que hace falta volver a las calles y subsumirse en la vida cotidiana. Hace falta conocer los códigos, las resignificaciones y representaciones culturales que generan las mujeres con o sin sus parejas. Hay que dialogar con los hombres/jóvenes/migrantes/indígenas. Es urgente indagar en la historia, la filosofía, la antropología y otros saberes que ha desarrollado el pensamiento andino.
Para asumir la descolonización y la despatriarcalización hace falta, entonces, reconocer el colonialismo y el patriarcado en las formas más disímiles y heterogéneas de su recurrencia en el Estado y la sociedad. Pero no se trata de un descubrimiento académico, es un recorrido atento por la historia y la vida cotidiana de los pueblos, identificando la multiplicidad de identidades que quizá nos hemos negado a ver. Con esta propuesta de itinerario, se apunta a construir conocimiento individual y colectivo para democratizarlo; hacer política desde las calles y de manera institucionalizada; pasar de la vida cotidiana a los poderes estatales. No hay que descuidar ningún espacio, no hay que escindir la existencia en parcialidades sino articularlas, no hay que abandonar ninguna utopía, no hay que dejar de nombrar las palabras y las cosas. Caso contrario, ¿cómo vamos a entender la mayor consigna feminista de “lo personal es político”?
BIBLIOGRAFÍA
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Chivi M., Idón y Mamani Amalia (2010): “Descolonización y despatriarcalización”. El Alto: CPMGA



ESTE ARTÍCULO FUE PUBLICADO EN EL LIBRO: POLÍTICAS PÚBLICAS, DESCOLONIZACIÓN Y DESPATRIARCALIZACIÓN EN BOLIVIA, ESTADO PLURINACIONAL, POR EL VICEMINISTERIO DE DESCOLONIZACIÓN DEL ESTADO PLURINACIONAL DE BOLIVIA, AGOSTO, 2011.

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