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El Porvenir es largo
Irene Provenzano y Julián Bokser
Sabes Ali, es muy difícil comenzar la lucha por la revolución,
más difícil incluso es continuarla, y lo más difícil de todo es ganarla.
Pero, solamente después, cuando hayamos vencido, comenzarán las
verdaderas dificultades. En resumen, hay todavía mucho que hacer.
Si Ben M’Hidi, La Batalla de Argel
Las tensiones que generó el conflicto alrededor de la construcción de la carretera del TIPNIS[1] (que mantuvo conmocionado al país durante 70 días) se han disipado pero no han desaparecido: las heridas que esta disputa ha abierto están muy lejos de estar cerradas. El camino que sigue estará marcado por estos acontecimientos, pero también por la forma en que se sigan dando los (necesarios) debates que se abrieron a raíz de la marcha indígena. Las contradicciones que conlleva un proceso de cambio real surgen a veces de modo intempestivo, y esta crisis política habilitó espacios de participación y movilización que obligarán a sostener discusiones en las que se pondrá en juego el rumbo del proceso boliviano. Las decisiones que se tomen de aquí en más deberán incluir dimensiones estratégicas en relación a la continuidad y los objetivos de este proceso, sobre todo en lo relativo a los modelos de desarrollo y los patrones de acumulación, los mecanismos de participación y la distribución y uso de tierras. La reforma constitucional de 2009 ha servido para dar cuenta que este es un Estado que cobija muchas Naciones: estamos sin duda en un piso distinto para las discusiones y aquello de “nunca más una Bolivia sin indígenas” parece haberse instalado de modo irrevocable.
El conflicto del TIPNIS deja varias lecciones, que ojalá gobierno y movimientos sociales incorporen para el futuro. En relación a las demandas planteadas por la marcha, ya fue aprobada una ley que declara la intangibilidad del Parque Nacional y que prohíbe la construcción de carreteras en ese territorio. Por su parte, la derecha entendió que lo mejor que puede hacer para debilitar al proceso de cambio es generar divisiones internas, y eso es lo que intentó hacer: encontró una forma de hacer daño y la explotó con todas sus fuerzas. Electoralmente, y en términos de hegemonía, es probable que el gobierno salga de esta contienda peor de lo que entró: perdió una parte de su apoyo (sobre todo en los sectores de la clase media urbana) y algunas de las consignas que se escucharon en el espectacular (por su lógica mediática de construcción de espectáculo) recibimiento que la derecha hizo de la marcha indígena pedían violentamente la caída de Evo. A la vez, que hayan sido los sectores más conservadores de este país los que hayan salido a reclamar a viva voz que se cumpla con la Nueva Constitución Política del Estado, a pesar de la hipocresía y la paradoja que ello supone, puede ser leído como una conquista del propio proceso.
Se han abierto además nuevos frentes de conflicto. Aún no está del todo claro qué alcance tendrá la “intangibilidad” planteada por la ley promulgada luego de los acuerdos entre el gobierno y los marchistas, ni cuáles serán sus consecuencias prácticas. Luego de proponerlo, los propios indígenas se opusieron al término porque temen que convierta en delito algunas actividades relacionadas con sus formas de subsistencia. También temen que se prohíban los emprendimientos comerciales de explotación de los recursos naturales que empresas privadas realizan en el Parque; los pueblos indígenas están dispuestos a defender estos emprendimientos en la reglamentación de la ley[2]. Los líderes son conscientes de que han logrado torcer la voluntad inicial del gobierno pero también saben que deben rendir cuentas a sus bases y, sobre todo, generar nuevos acuerdos con aquellos habitantes del territorio que pedían la carretera. Asimismo, sectores cocaleros de Cochabamba y de zonas aledañas al TIPNIS buscan que se revoque la ley y amenazan con iniciar una nueva marcha, exigiendo la articulación vial entre los departamentos de Beni y Cochabamba.
Por otra parte, uno de los resultados más negativos que dejó el conflicto del TIPNIS ha sido la pérdida de protagonismo de las recientes elecciones judiciales, una medida revolucionaria por donde se la mire. Pensemos lo lejos que estamos en otro países de América Latina de poder elegir por voto universal a quienes conforman la Corte Suprema. No sólo estamos lejos efectivamente, sino que tampoco forma parte de nuestro horizonte de posibilidades ni de los reclamos populares. Una primera aproximación a los resultados de las elecciones muestra la presencia de indígenas y mujeres entre los elegidos/as y enseña el camino a seguir: la justicia debe estar al servicio de aquellos/as que históricamente han sido los/as más desfavorecidos/as en este país. Asumir como tarea la transformación de la justicia implica tener en cuenta que hasta este momento los jueces y juezas han estado en su mayoría subordinados/as a los intereses de una oligarquía aristócrata. Descolonizar la justicia, erradicar la injusticia, y revolucionar el aparato judicial: esos son los retos que hay por delante, y la construcción de un nuevo poder judicial forma parte de la apuesta por delinear el Estado Plurinacional.
En este complejo escenario histórico, algunas organizaciones que se sienten parte de este proceso y siguen luchando desde adentro por la profundización y la reconducción del mismo, han acuñado el concepto de corresponsabilidad, idea clave para poder pensar en los errores y los aciertos compartidos. Considerar que todo lo que pasa en este Estado es “malo” y que lo que sucede en los movimientos sociales es “bueno” es caer en simplismos que resultan de muy poca ayuda para entender las contradicciones reales que atraviesan los procesos históricos[3]. Los movimientos sociales no pueden reproducir lógicas paternalistas: el movimiento originario campesino indígena tiene que asumir su rol histórico y seguir siendo protagonista de este proceso. Pero no se trata de justificar cualquier política ni hay que dejar de lado que quienes ocupan cargos en el Estado cuentan con una batería de recursos cualitativa y cuantitativamente distintos a los dirigentes y las bases de los movimientos sociales. En Bolivia se modificaron las relaciones clásicas entre el Estado y la sociedad civil; profundizar las grietas que han abierto en el Estado capitalista, colonial y patriarcal que han heredado y transformarlo definitivamente es uno de los desafíos políticos más grandes que enfrentan. De este proceso se espera mucho más que medidas redistributivas y una tendencia hacia la justicia social: el horizonte de buena parte de quienes le dan vida es trascender el capitalismo.
Pretender que las teorías y prácticas sobre cómo hacer la revolución sean las mismas en todo tiempo y lugar es un infantilismo. Y esto de ningún modo significa caer en posiciones posmodernas relativistas; muy por el contario, es considerar como punto de partida las condiciones reales de lo existente y las formaciones sociales históricas concretas. Quizás las palabras de Si Ben M´hidi no sean tan distintas a las que Evo escucho de sus yatiris en Tiwanaku en enero de 2006. Pasaron desde ese momento poco más de 5 años. Los ojos de toda América Latina y del mundo están posados en este pequeño país que se ha levantado después de 516 años de sometimiento y ha comenzado a andar el difícil camino de la emancipación.
La Paz, 30 de octubre, 2011
[1] Territorio Indígena Parque Nacional Isiboro Sécure.
[2] Si bien a lo largo de los meses de la marcha se ha construido una imagen del TIPNIS como reserva ecológica virgen en su totalidad, las actividades extractivas madereras, los emprendimientos turísticos privados y la cría de animales exóticos son prioritarias en algunas zonas del Parque. Esto complejiza el escenario de actores e intereses en juego. Habrá que diseñar el modo de generar actividades productivas comunitarias que no impliquen un uso mercantilista del territorio.
[3]Incluso hay quienes siguen buscando explicaciones entre las características personales de Evo Morales, generando psicologismos que no hacen más que confundir los análisis y las posiciones.
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