miércoles, 30 de enero de 2013

Enseñanza de lenguas indígenas originarias para descolonizar

Emilio Hurtado Guzmán[1]

Enseñar una lengua indígena originaria en las escuelas y colegios es fundamental, no sólo por que los niños y jóvenes aprenderán a usar un instrumento de comunicación más el cual les será de utilidad en sus relaciones con personas que usan una lengua originaria con mayor fluidez que el propio castellano, sino principalmente porque a través de la enseñanza de una lengua originaria también se puede transmitir nuevos valores, los de las culturas indígenas originarias.
Hoy la objeción contra la enseñanza de la lengua originaria, en la ciudad de Santa Cruz, se da a nivel de instrumento de comunicación. Uno que otro dirigente del magisterio o educador reconocido, coincidiendo en sus opiniones, dicen por ejemplo por la televisión: “¿para qué enseñar lengua originaria donde todos hablan castellano?”, o indican una dificultad: “¿qué lengua enseñar si dentro de las aulas de los colegios cruceños hay alumnos de diferentes culturas que hablan perfectamente el castellano?”. De acuerdo a esta visión, enseñar una lengua originaria resulta sólo un problema, que en lugar de ayudar a educar ocupa tiempo y será poco útil o simplemente no tendrá utilidad en la vida diaria para el estudiante. Sin embargo, no se han puesto a pensar en la riqueza cultural que se halla en las lenguas.
Si esto es así, si en realidad la mayoría de los docentes no ven en la lengua originaria sino solamente un instrumento de comunicación, entonces tal vez habrá que preguntarse también: ¿qué formación debe tener el docente de una lengua originaria para que la enseñanza que transmite no sea sólo a nivel de instrumento de comunicación?
El argumento de las autoridades educativas que deben hacer cumplir esta exigencia de una educación descolonizadora tampoco pasa por la importancia de la lengua originaria como poseedora de valores. Esto hace pensar que se está cometiendo un grave error, pues una lengua originaria indígena tomada sólo como instrumento de comunicación puede ser tan colonial como el mismo castellano, entonces seguiremos reproduciendo una educación colonizadora como en el pasado.
Una lengua no puede ser tomada solamente como un instrumento de comunicación que corresponde a otros instrumentos útiles de una civilización. Para una mayor comprensión de lo que estamos señalando es necesario referirnos a los conceptos de civilización y cultura.
Dussel hace una distinción entre civilización y cultura[2]. La civilización está conformada por el mundo de instrumentos útiles de una colectividad. Los instrumentos útiles son los conocimientos, técnicas, herramientas materiales, destrezas que el hombre ha ido adquiriendo y desarrollando para hacer más livianos sus esfuerzos por vivir. Así, la domesticación de la papa corresponde a la civilización andina. Estos instrumentos útiles son universalizables, es decir pueden ser transmitidos hacia otros grupos culturales distintos de la cultura que los creó.
A diferencia de la civilización, la cultura es el modo ético de comportarse. Cómo el hombre se comporta frente a una planta, frente a los animales, a las cosas, define su cultura. Ese comportamiento concreto no es fácilmente transmisible al exterior, es decir, la cultura no es universalizable a diferencia de la civilización.
El modo ético de comportarse de las personas está dado por valores. Qué es lo que hace que una persona se comporte de una manera determinada, está dada por los valores con los cuales ha sido educada. Si se la educó con el valor de la armonía entre seres humanos y naturaleza, se va a comportar de ese modo, llevará una vida armoniosa.
La lengua no sólo es un instrumento útil correspondiente al ámbito de la civilización, aunque aparentemente así lo parece. Para el grupo que lo ha generado, su lengua contiene valores que determinan un comportamiento concreto que en última instancia es la expresión de su cultura. Por ejemplo, no podemos traducir de manera arbitraria la palabra thaki del aymara como camino del castellano. Cuando desde el mundo aymara se dice thaki, se está refiriendo a la vía de las responsabilidades de las personas con la comunidad y con la naturaleza, no es un espacio físico angosto apto para trasladarse solamente como cuando decimos camino en castellano. O la palabra del bësiro metosh, la cual se usa para decir que se está destapando la vasija de chicha para convidar, pero también se denomina así al sistema de trabajo colectivo cooperativo que realiza la comunidad para el beneficio de una nueva familia que se ha formado.
Metosh no puede ser traducido sólo como trabajo colectivo cooperativo, porque además designa a un momento importante de la fiesta, es más, el trabajo mismo para la cultura chiquitana es un momento de fiesta. ¿Cómo se comportaba un chiquitano frente a la convocatoria de un metosh?, pues con alegría. Por lo contrario, cuando desde la cultura moderna colonial, escuchamos la palabra trabajo en castellano, muchas veces se nos viene el mal sabor del esfuerzo, del desgaste físico, y esperamos los fines de semana para liberarnos de esa fatiga que provoca trabajar. Trabajo y fiesta en la cultura moderna-colonial están disociados.
Por otro lado, es necesario tomar en cuenta que en el pasado colonial las lenguas originarias en diferentes casos han sido usadas como lenguas coloniales. Las llamadas lenguas generales eran lenguas originarias que usaban los colonizadores para colonizar la subjetividad de los indígenas; es decir, la lengua ha sido usada solo a nivel de instrumento útil universalizable lo que corresponde al ámbito de la civilización. La lengua quechua por ejemplo se impuso como lengua general entre los pueblos charcas; el bësiro entre los pueblos chiquitanos de igual manera; en los Llanos de Moxos a causa de la diversidad lingüística de los indígenas reducidos se generó algunas variantes del idioma moxo como el moxeño-trinitario, el moxeño ignaciano y el moxeño loretano.
En la región de la Gran Chiquitanía, por ejemplo, vivían más de 40 naciones donde de los muchos idiomas que se hablaba el más difundido era el bësiro, por eso los jesuitas adoptaron este idioma en sus reducciones misionales. La evangelización se dio en la Chiquitanía y en los Llanos de Moxos a través de idiomas originarios en la época de la colonia española, pero también entre los guaraní-chiriguanos desde la última década del siglo XIX. Es por esto que los significados reales de las palabras las cuales conllevaban los valores de las culturas indígenas originarias, en muchos casos fueron desplazados por otros significados.
Por ejemplo, entre los guaraní la palabra Añaguasu, hoy es traducido como “diablo grande”, o sea, Satanás, cuando en su significado original Aña significaba antepasado muerto, y guasu significa grande. Al parecer los misioneros franciscanos habían utilizado la palabra Añaguasu para desplazar la veneración que los guaraní-chiriguanos tenían por sus antepasados muertos e instalar el miedo al diablo. De igual manera la palabra Hichi, que significaba desde la cultura chiquitana: espíritu protector de los animales, a quien no se lo temía por lo contrario se lo honraba y veneraba. Hoy se utiliza esta palabra para designar a una especie de espíritus malignos que hacen desaparecer a la gente, a los cuales se los teme y equipara con el diablo.
De esta manera, cuando hablamos de la enseñanza de las lenguas originarias en las escuelas y los colegios, no podemos apresurarnos a tratar de justificar esta política educativa mecánicamente dando cifras acerca de la cantidad de personas que las hablan. Los docentes deben comprender que la enseñanza de lenguas indígena originarias es fundamental para transformar la educación, pero que también en ese marco no pueden ser solo aquellos que las dominen técnicamente quienes las enseñen, sino primordialmente quienes hayan estudiado y reflexionado sobre sus significados originarios indígenas de las palabras, las que conllevan los valores de las culturas indígenas. Para un proceso de descolonización, que es lo que se quiere, de nada serviría lo contrario.

Santa Cruz de la Sierra, 17 de enero de 2013


[1] Autor de: Orígenes del Estado republicano colonial (un aporte desde la historia del Oriente boliviano) (2005).
[2] Dussel, Enrique. Hipótesis para el estudio de Latinoamérica en la historia universal. Resistencia, 1986. Edición en digital: Obras filosóficas de Enrique Dussel. Pág. 19-36.

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